político de Castelar, agraciado con la Gran Cruz de Isabel la Católica por el rey D. Amadeo de Saboya, y muerto en 1913. Pero, un republicano contrario por completo al derecho de sindicación e insensible a cualquier reivindicación obrera que no dudó en provocar una huelga de los curtidores para terminar con la competencia de los pequeños talleres;10además de ser un gran afi cionado y promotor de las peleas de gallos.
El cargo de contador lo ocupaba Tomás Díaz de Brito, importante comerciante y miembro de la Sociedad Valenciana de Agricultura.11 El vicecontador era Miguel Paredes Martínez, concejal constitucionalista en el Ayuntamiento de Valencia entre 1884 y 1894 por el distrito Misericordia, y hermano del también concejal y diputado provincial Agustín Paredes Martínez; fue procesado, junto con otros concejales, por el «Chanchullo» de 1887, y murió en 1903.12
Sin embargo, la figura más interesante de la directiva de 1880 fue su secretario, Eduardo Vilar Torres, un caso paradigmático de ascensión social. Nacido en 1847, sus padres, Luis Vilar y Francisca Torres, eran plateros de profesión y bautizaron a su hijo en Santa Catalina; uno de los testigos fue Vicente García, chocolatero.
Eduardo estudió en las Escuelas Pías y se licenció en Medicina en 1871.13 Hasta 1880, fue el contratista del servicio de detención de perros vagabundos del Ayuntamiento de Valencia y, a partir de 1885, sería diputado provincial por el distrito de Mar y Mercado en representación de los canovistas hasta 1898. En 1886 sería el presidente del Casino de Cazadores y el director de la Casa de Misericordia,14 y en el año 1898 casaría con la marquesa de Ezenarro, de quien adoptaría el título y con quien tendría tan sólo una hija. Posteriormente, recibiría la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica e ingresaría en la Real Academia de Medicina.15 En 1907 llegaría a diputado a Cortes, y a ser, también, director dignitate muneris del Centro de Cultura Valenciana. El pintor José Vilar y Torres fue su hermano mayor.
Por otro lado, uno de los vocales, Tomás Perelló, era un velluter, hijo de velluter, nacido en Valencia en 1834. A su muerte en 1906, El Almanaque de «Las Provincias» lo calificó de notable cazador y escribió una pequeña biografía que reseñaba que su padre, junto con otros amigos, fue arrendador del lago de la Albufera, donde aprendió su hijo el arte venatorio y al cual se consagró sin dejar nunca de ejercer su propio oficio.16
Tenemos, pues, que en 1880 la directiva, cuya cabeza simbólica era el marqués de Cáceres, jefe de los conservadores valencianos, está integrada también por liberales y republicanos posibilistas. Del mismo modo, incluye un espectro diverso de profesiones: comerciantes, industriales, profesiones liberales e incluso un vocal proveniente de la aristocracia del trabajo. Asimismo, el perfil de edades parece estar alrededor de los 40 años (Eduardo Vilar: 33 años; Tomás Perelló: 46 años; Esteban Martínez Boronat: circa 40 años). Por lo tanto, el Casino de Cazadores debería englobar una representación amplia de las tendencias políticas oficiosas de la ciudad; así como una gama de profesiones diversa, aunque preeminentemente urbanas. Y si bien sus miembros provenían, con toda seguridad, de sectores acomodados de la sociedad, difícilmente se puede considerar que se tratara de una sociedad elitista o excluyente, o que sus cuatrocientos socios correspondiesen a un arquetipo homogéneo, ya que ni tan siquiera lo era la propia directiva del Casino.
Durante los cinco años siguientes, el Casino mantuvo una actividad discreta y no tuvo una presencia pública muy destacada. Entre sus teóricas funciones, estaba coadyuvar al Gobierno Civil en el exacto cumplimiento de la ley de caza y pesca; hecho que daba un barniz de casi oficialidad a la institución y facilitaba su funcionamiento como un espacio de sociabilidad importante para intermediar entre las instituciones políticas y la sociedad civil. Esto explicaría que varios de los integrantes de la primera directiva empezaran en esos años una carrera política volcada en la Diputación Provincial y en el Ayuntamiento de Valencia con bastante éxito. También, como es lógico, tuvo que ser un centro informal para el cierre de tratos y negocios, ya que, por el único número que se conserva de su boletín, sabemos que Eduardo Vilar Torres cedió su contrata con el Ayuntamiento para la recogida de perros a Manuel Martín. Evidentemente, era un servicio público rentable económicamente, porque el propio boletín señalaba que:
Pero al defender a la empresa nos permitiremos aconsejarle que obre con la mayor prudencia en el cumplimiento de su cometido, para que el público no crea ver un negocio en lo que solo debe ser un servicio municipal.17
Sin embargo, el papel que el Casino desempeñaba dentro de la sociedad valenciana era bastante discreto. En algún momento antes de 1887 se había fundado ya otra sociedad de cazadores, el Casino de San Humberto, sin que haya sido posible encontrar la fecha de su nacimiento ni la razón concreta de su creación.
A mediados de la década de los ochenta, los valencianos podían afi nar su puntería en tres lugares: el tiro al palomo en el cauce del río, que mediaba desde el puente del Mar al del ferrocarril, bajo la dirección del Casino de Cazadores, y en el paseo de la Pechina, bajo la dirección del Casino de San Humberto. Del mismo modo, podían seguir practicando el tiro a la gallina en la entrada del camino de Burjasot.18
Es imposible saber cuál era su funcionamiento exacto; pero parece que el de la Pechina permitía tiradas colectivas a un mismo pichón por doce cuartos de real por disparo. Para determinar quién había hecho el tiro certero y debía quedarse con la pieza, había un tribunal, formado por «Primo Andrés, platero; Fermín Torres, cazador profesional, y el tío Lliberato, labrador del Campanar, que presidía dicho tribunal»,19 que dictaminaba qué tirador había ganado.
2. LA PRIMERA COMPETICIÓN MULTITUDINARIA
Pero un desafío iba a provocar que el Casino de Cazadores desarrollara una frenética actividad pública y que la ciudad viviese una pequeña fiebre deportiva. El día 8 de enero de 1886 publicaba el Diario de Gandía una carta de los cazadores de dicha localidad donde proponían a los de Valencia concertar una competición en un lugar neutral que enfrentara a los dos mejores tiradores de cada ciudad.
Queda arrojado el guante; veremos si hay quien lo recoja. Mucho lo celebraríamos; pero no tenemos esperanza de que suceda, pues aunque se nos tache de apasionados, diremos que hay pocos tiradores en la provincia que se atrevan á competir con los gandienses.20
Ante el reto, un socio del Casino de Cazadores de Valencia (probablemente, Cecilio Miquel, lletraferit colaborador de El Almanaque de «Las Provincias» y ayudante del ingeniero de Obras Públicas de la Comandancia de Marina)21 contestaba en Las Provincias:
Nuestro Casino de Cazadores esperó prudentemente, por espacio de algunos días, para ver si algunos cazadores valencianos aceptaban particularmente la proposición: pero siguió un silencio (...). ¿Debía nuestra corporación recojer este reto? ¿Debía prescindir de él? ¿Esperaba el Casino que contestaran los cazadores particularmente? ¿Esperaban los cazadores que contestara el Casino como entidad social? Este era el problema; y todavía anda en tela de juicio, según el criterio de cada cual (...).
Ocho años lleva de existencia el Casino de Cazadores. En tan largo transcurso de tiempo, y contando con muy buenos elementos, jamás ha provocado competencia alguna; es más en el concurso de tiradores (...) que se celebró en Barcelona el año 1880, ganó el primer premio el valenciano D. Antonio Gómez, y si bien esto nos satisfixo mucho, nada por ello alardeamos,