“metaficción historiográfica”.
Las obras que Hutcheon adscribe a este modo fictivo (los primeros nombres que menciona son The Public Burning de Robert Coover y Midnight´s Children de Salman Rushdie) responden a un impulso paradójico: se trata de novelas que reflexionan sobre sí mismas y sobre el proceso de producción y recepción de la obra literaria. Este impulso crea la falsa impresión de que la obra literaria disfruta de autonomía fictiva y lingüística, un espejismo que el propio texto desvanece. Igualmente, la inclusión de personajes, situaciones y problemáticas de carácter histórico dentro del contexto fictivo de las obras cuestiona las pretensiones de objetividad y empirismo del discurso histórico. Por muy autorreferenciales y reflexivos que puedan ser, tales textos acaban por afirmar su sujeción a la historia, pero la historia igualmente se muestra incapaz de escapar a las limitaciones de toda construcción cultural. Hutcheon señala cómo la aparición de esta nueva forma narrativa se ha producido simultáneamente a la consolidación de la nueva filosofía de la historia representada por especialistas como Hayden White, cuya obra comentaré en el tercer apartado.
Desde el mismo prefacio a su “poética del postmodernismo” (1988), Hutcheon declara su intención de escapar a las celebraciones o condenas fáciles de este fenómeno cultural. Rehúsa, por tanto, considerar el postmodernismo como un cambio revolucionario o como la expresión agonizante del capitalismo tardío. Su intención es mostrar los puntos de contacto entre la teoría y la práctica, conducentes a la creación de una poética del postmodernismo lo suficientemente flexible para contener tanto la propia cultura postmoderna como nuestros discursos sobre la misma. La finalidad de esta poética es dar cuenta de las paradojas que resultan del encuentro entre las formas autorreflexivas del modernismo y un nuevo interés por lo histórico, social y político que caracteriza a la cultura postmoderna. Su diagnóstico de esta última es, por tanto, antitético al ofrecido por Jameson, quien ve el impasse cultural de nuestros días como ahistórico, antisocial y apolítico.
Hutcheon estudia la dicotomía que Lentricchia (1980) ve como subyacente a los estudios literarios de hoy día, atrapados entre la necesidad de esencializar la literatura y su lenguaje y la, no menos urgente, demanda de situar a ambos dentro de más amplios contextos discursivos. Según Hutcheon, no hay dialéctica en lo postmoderno: lo autorreflexivo permanece distinto de aquello considerado tradicionalmente como su contrario (lo histórico y lo político), sin que de su interacción se desprenda síntesis alguna (1989: x). Hutcheon reconoce que esta tendencia dual (contraposición de formas autorreferenciales e históricas) no es una invención atribuible al postmodernismo, sino que sus inicios se remontan a los orígenes mismos de la novela moderna, encontrando en Don Quijote su primer representante ejemplar. Lo que es nuevo es la ironía característica de la versión postmodernista de estas contradicciones. De nuevo, la diferencia con las tesis de Jameson se hace patente, ya que al pastiche postmodernista de este último (concebido como “blank parody”), opone Hutcheon la ironía, la parodia y el distanciamiento.
El postmodernismo es para Hutcheon un movimiento fundamentalmente contradictorio y político (1989: 1). Plantea cuestiones sobre todo aquello que consideramos como natural, pero no ofrece por lo general respuestas unívocas o soluciones simples. Hutcheon concibe el postmodernismo como una “fuerza problematizadora” en la cultura contemporánea. La dinámica que reproducen sus obras se caracteriza por la duplicidad y la deconstrucción. Se afirma o subraya algo para, inmediatamente, pasar a cuestionarlo. El propósito, según Hutcheon, es desnaturalizar los rasgos dominantes de nuestra forma de ser y de pensar, desfamiliarizar aquellas entidades que siempre habíamos admitido como naturales, desvelando, en última instancia, su valor puramente cultural (1989: 2).
En una primera parte de su “poética”, Hutcheon estudia el marco estructural en el que nace esta corriente artística. Su origen más inmediato se encuentra en el desafío a la cultura liberal humanista que tiene lugar durante los años sesenta. La formación de los pensadores postmodernos de los ochenta se produce, pues, en el ambiente marcadamente antiempirista y, en ocasiones, antirracionalista, que se generó en los sesenta. Los pensadores de la época centran sus energías en cuestionar y desmitificar las nociones establecidas, así como la tendencia a sistematizar y uniformizar. Se plantean los límites del lenguaje, las fronteras entre los géneros se hacen fluidas. La distinción misma entre el discurso teórico y literario se pone en entredicho. El rechazo de la totalización, centralismo y homogeneización trae como resultado la valoración de lo provisional, descentrado y heterogéneo. Se da voz a aquellos grupos silenciados tradicionalmente tanto en la producción artística como teórica. Cuestiones de etnicidad, raza, género u orientación sexual pasan a un primer plano dentro de un nuevo discurso ex-céntrico, reconocedor de la diferencia y desafiante de aquellas teorías y prácticas que suprimen el carácter situado del discurso (producción-recepción, contextos histórico, social, político y estético).
En una segunda parte, Hutcheon se centra en la llamada “metaficción historiográfica” como forma más representativa de la narrativa postmoderna. A la ambivalencia básica que subyace a este modo narrativo (tensión entre autorreferencialidad y contextualización), se suman otras paradojas de índole tanto estética como política. Uno de los recursos más destacados de las nuevas tendencias artísticas, la parodia postmodernista, refleja en la definición de Hutcheon esta ambigüedad: “repetition with critical distance that allows ironic signalling of difference at the very heart of similarity” (1988: 27). El postmodernismo es, por tanto, para Hutcheon vocacionalmente contradictorio (1988: xiii). Es consciente de su integración en las dominantes económicas e ideológicas de su tiempo. No existe una esfera exterior, un master discourse desde el que poder analizar el fenómeno globalmente y desde una perspectiva distanciada. Todo lo que puede hacer es contestar desde dentro; problematizar lo dado y aceptado de forma acrítica, ya sea la historia, el yo individual, la relación del lenguaje con sus referentes y la de los textos con otros textos. No hay, pues, según Hutcheon, una ruptura. La cultura es desafiada desde el interior de la cultura misma y es, precisamente, este desafío el objeto de estudio de su “poética”.
Uno de los aspectos más débiles de la conceptualización que Hutcheon hace del postmodernismo es su estricta ecuación entre postmodernismo y metaficción historiográfica. Esto le lleva a desplazar fuera del canon postmodernista todas aquellas obras que no encajan en su esquema historicista. Si bien puede aceptarse como premisa la condición paradigmática de la metaficción historiográfica dentro del postmodernismo literario, resulta obviamente reduccionista ver en este modo narrativo la única manifestación posible de la sensibilidad postmoderna. Concluir, como hace Hutcheon, que toda narrativa postmodernista es historiográfica, excluiría del movimiento a muchos autores experimentales. Dentro de un contexto interamericano, novelistas estadounidenses como John Barth, William Gass y Donald Barthelme y latinoamericanos como Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante y Salvador Elizondo, a pesar de haber contribuido a los debates en torno al postmodernismo / postestructuralismo, quedarían relegados al grupo de los “ultramodernistas”, auténtico “cajón de sastre” al que Hutcheon relega a todo autor cuya obra metaficticia carece de un genuino interés por lo historiográfico. Aunque es cierto que la preocupación histórica no es dominante en ninguno de estos autores, difícilmente podemos enmarcar su obra dentro de un proyecto cultural (el del modernismo) que parodian y cuestionan sistemáticamente.
Fredric Jameson: el postmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío
En sus ensayos ofrece una de las visiones más completas y sugestivas de la relación entre la cultura postmodernista y la postmodernidad socioeconómica. Su propósito es revelar las conexiones existentes entre la emergencia de nuevas formas artísticas, dominadas por el pastiche y la esquizofrenia, y la emergencia de un nuevo orden económico: el capitalismo tardío. En un primer ensayo sobre el tema, “Postmodernism and Consumer Society” (1983), Jameson contempla el fenómeno global del postmodernismo cultural como una reacción frente a las formas institucionalizadas del “alto modernismo”. El fenómeno abarcaría ejemplos tales como la poesía de John Ashbery (vista como reacción ante las formas complejas de la poesía modernista defendida en círculos académicos), los edificios pop celebrados por Robert Venturi en su manifiesto Learning from Las Vegas (como reacción frente a la monumentalidad característica del llamado International