AAVV

Retos de la educación ante la Agenda 2030


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maneras diferentes de concebir e interpretar los ODS están representadas por autores como Marta Pedrajas y Flavio Comim, que han intervenido de forma directa en la conceptualización e incluso en la negociación de los ODS. Tras un intenso debate entre ambos pensadores que tuvo lugar en las jornadas patrocinadas por la Cátedra Unesco que coordiné sobre «Educación Moral y la Agenda 2030», celebradas en Valencia en noviembre de 2017, podemos extraer una serie de rasgos distintivos de las dos posiciones, si bien en algunas de sus consideraciones encontramos puntos convergentes.

      La objeción principal que plantean los críticos de los ODS, como el profesor Comim, es que son imperfectos porque no responden a una concepción integral del ser humano, ni son fruto de una teoría con un planteamiento universalmente compartido. Por el contrario, los ODS surgen de una atomización del pensamiento fruto de negociaciones partidistas y sectarias. En este sentido, se podría afirmar que los ODS poseen una estructura fuertemente compartimentada que no es sino resultado de una fragmentación en su propio núcleo conceptual. No hay un marco de referencia coherente, unificado y homogéneo que permita sentar las bases teóricas que justifiquen y proporcionen el aparato teórico en el que inscribir a los ODS. Esta circunstancia es consecuencia lógica de una naturaleza humana altamente imperfecta en sentido moral y es fiel reflejo del mundo fragmentado en el que los intereses, los sesgos y las desigualdades son un hecho contrastable. Esta posición, claramente pesimista, y sostenida por Flavio Comim, concibe los objetivos como imperfectos por dejar fuera muchas dimensiones que deberían ser cuestiones de justicia básica, y que en cambio no solo no están recogidas de forma expresa, sino que tampoco se ven reflejadas en los propios ODS.

      Por otra parte, la posición posibilista, defendida por Marta Pedrajas,2 reconoció que efectivamente las negociaciones habían sido durísimas y habían estado sometidas a presiones de diferente tipo. En este sentido, ambas argumentaciones convergieron, como Comim apuntó con cierta razón, en que el problema principal es que no hay una base teórica conceptual única y compartida que aúne todos los objetivos. Sin embargo, Pedrajas, representante oficial de España en el PNUD con responsabilidad directa en la negociación de los ODS, defendió una visión bastante positiva de los ODS y de sus posibilidades superiores de consecución con respecto a los ODM. En concreto, me gustaría comentar las tres características que Pedrajas destacó de la propuesta de los ODS con cierto detenimiento (Pedrajas, 2017: 86):

      1. Los ODS suponen en sí mismos una propuesta universal. Si bien, como hemos apuntado, las negociones fueron difíciles y se encontraron muchos puntos divergentes porque no existía un paradigma conceptual previamente compartido, los acuerdos alcanzados sí que son reflejo de un consenso unificado de todos los países que intervinieron en la Cumbre de la ONU. Pero además, los ODS afectan y comprometen a la totalidad de los países del planeta y no están pensados únicamente para paliar las urgencias de los países en vías de desarrollo como sus predecesores ODM (Objetivos del Milenio). Los ODS parten de la idea de que los problemas radicales de injusticia son globales y que son fruto de factores que están interconectados y, por tanto, el éxito de su consecución depende del desarrollo de políticas globales concebidas para la totalidad del Planeta.

      2. Los ODS son una propuesta transformadora. Estos propósitos pretenden transformar los ODM en una propuesta que incorpore la sostenibilidad, con el fin de que puedan ser practicables y duraderos a largo plazo. Los ocho ODM se transforman en estos diecisiete ODS: (1) poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo; (2) poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, y promover la agricultura sostenible; (3) garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades; (4) garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos; (5) lograr la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas; (6) garantizar la disponibilidad de agua y su ordenación sostenible y el saneamiento para todos; (7) garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos; (8) promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; (9) construir infraestructura resiliente, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación; (10) reducir la desigualdad en y entre los países; (11) lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles; (12) garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles; (13) adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos; (14) conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible; (15) proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, efectuar una ordenación sostenible de los bosques, luchar contra la desertificación, detener y revertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica; (16) promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles; (17) fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible. La Agenda 2030 está dirigida a paliar las situaciones de necesidad e injusticia atacando el problema desde su raíz y, en este sentido, fomentando las capacidades y las garantías institucionales.

      3. Los ODS son una propuesta inclusiva. Los ODS presuponen un mayor alcance que los ODM por dos razones básicamente: por una parte, incluyen de forma directa a los colectivos que se consideran más vulnerables por sufrir de manera más sangrante la exclusión, marginación y pobreza, como son los niños, las mujeres y las minorías étnicas. De este modo, incluyen indicadores que reflejan de manera más precisa la realidad de las poblaciones más vulnerables con el fin de informar de manera más eficaz para la toma de decisiones. Pero, además, el acuerdo alcanzado en torno a los ODS supuso una evolución en los métodos de negociación que se emplearon para lograr el consenso. Se incluyeron 193 países frente a los 189 de los ODM y, por tanto, el consenso logrado es de mayor alcance. De hecho, las negociaciones se hicieron de manera abierta y se incluyeron agentes civiles en los foros. Esta circunstancia tuvo la pretensión de lograr un consenso realmente inclusivo, que reflejara de manera más eficiente las posiciones de todos los afectados mediante su participación directa en la toma de decisiones.

      Particularmente, de estas dos últimas características –la sostenibilidad y la inclusión– se desprende que los ODS responden a una transformación de la mentalidad subyacente, al menos como una declaración de intenciones, lo que ya es un avance a nivel moral considerable, como intentaré mostrar. Los ODS son una constatación de que la naturaleza y la salud del Planeta entendido en toda su diversidad biológica –biótica y abiótica– deben tener estatuto moral y se configuran como una cuestión de justicia por derecho propio. Esta consideración es fruto de una trayectoria moral que se ha escrito sobre bases conceptuales marcadas por la lógica y los intereses de su tiempo y para justificar esta tesis realizaré un sucinto recorrido por la evolución del concepto de «desarrollo».

       2. Hacia la dimensión ecológica del desarrollo

      El término desarrollo ha sido objeto de una evolución conceptual en los últimos setenta años desde que se utilizara en su forma original para medir el progreso hacia el bienestar de los países dentro de los paradigmas propios de la economía neoclásica. Esta forma de concebir el desarrollo tomaba como indicadores de medición valores estrictamente económicos como el PIB o el crecimiento económico y se basaba en una noción de sujeto como «maximizador racional de preferencias», siguiendo los planteamientos de cierto tipo de neoutilitarismo reduccionista. Desde el siglo pasado y antes de que surgiera el enfoque de capacidades, pergeñado por Amartya Sen, el utilitarismo económico neoclásico dominó el ámbito económico. Este tipo particular de utilitarismo, como lo expresa Martha Nussbaum, se basa en tres premisas básicas: que los agentes para ser racionales deberían ser maximizadores interesados en optimizar su utilidad; que el concepto de utilidad refleja la satisfacción de las preferencias reveladas y, por lo tanto, no está sujeto a ningún proceso de deliberación introspectiva; y, además, esta utilidad debe entenderse como un criterio único y en términos de cantidad en lugar de calidad (Nussbaum,1997: 1197-98). Tanto Sen como Nussbaum, entre otros autores, han criticado esta variante del utilitarismo sobre la base de su excesivo reduccionismo al explicar el comportamiento humano. En particular,