el despegue del ganado lanar después de 1125, que debió de producirse, pues, en la fase final del dominio islámico y en la inicial de la colonización feudal.
LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIII
Del protagonismo económico alcanzado por la ganadería a principios del siglo XIII constituye un buen testimonio el tratado de capitulación firmado, en 1231, por Jaime I el Conquistador y el almoxerif de Menorca,24 en Capdepera, durante su segunda fase de la conquista de Mallorca. El acuerdo estipulaba que el soberano aragonés colocaría bajo su protección directa a la comunidad musulmana y permitiría que se integrara en el reino cristiano de Mallorca como una colectividad étnicamente diferenciada, conservando todas sus propiedades y señas de identidad. El almoxerif se comprometía, en nombre de la comunidad islámica, a pagar un impuesto anual de 900 almudes de cebada, 100 almudes de trigo, 100 reses bovinas adultas, 300 cabras, 200 ovejas, 2 quintales de mantequilla y 200 besantes.25 La composición cualitativa del nuevo tributo refleja el peso específico de la agricultura y de la ganadería en la economía insular, así como la magnitud relativa de los diversos tipos de rebaños. No solo confirma la preponderancia del sector vacuno en la cabaña menorquina, sino que acredita además que, desde mediados del siglo XII, los rebaños de caprinos y ovinos habían experimentado un avance importante. La cuantía del tributo debía de ser idéntica o muy parecida a la del subsidio que la población menorquina pagaba anteriormente al valí almohade de Mallorca.26 Los cereales y el ganado se destinarían al mercado interior balear, que, como consecuencia del proceso de colonización feudal en curso, padecía un déficit transitorio de grano y de animales de trabajo y de carne. La mantequilla, que los cristianos no habían integrado aún en su alimentación, se reexportaba al Magreb.27
La documentación coetánea demuestra que Jaime I, durante el segundo tercio del siglo XIII, obtuvo de los musulmanes de Menorca, además de los contingentes anuales estipulados en el tratado de Capdepera, aportaciones extraordinarias de ganado: en el verano de 1269, para financiar una cruzada a Tierra Santa, exigió al almoxerif 1.000 reses bovinas.28 Este requerimiento del soberano catalanoaragonés, que provocaría un grave problema de conciencia a la comunidad islámica menorquina, al obligarla a aportar recursos económicos a una ofensiva cristiana contra sus correligionarios de Palestina, pone de manifiesto los inconvenientes de su estatuto de integración a la Corona catalanoaragonesa.
LA ÉPOCA DEL REINO PRIVATIVO
En 1276, a la muerte de Jaime I, su primogénito, Pedro el Grande, asumió el gobierno del Principado de Cataluña y de los reinos de Aragón y Valencia, y su segundogénito, Jaime II de Mallorca, empezó a regir, con soberanía plena, los condados del Rosellón y la Cerdaña y el señorío de Montpellier. Esta segregación del reino de Mallorca de la Corona de Aragón había sido diseñada por Jaime I en 1262 y ratificada, unos años después, en su último testamento. Las causas de esta anacrónica política sucesoria29 no han sido aún dilucidadas con rigor; sus efectos a medio y largo plazo, en cambio, resultan evidentes: generó tensiones entre ambas monarquías, coadyuvó a la consolidación de presencia de los Capetos en el Languedoc y aceleró la incorporación plena del Montpellier al reino de Francia.
La inestabilidad política generada por la guerra de Sicilia
El desequilibrio de poder entre los dos estados soberanos creados por Jaime I condicionó el tono de sus relaciones. El reino de Mallorca fue, desde sus inicios, un país mediatizado políticamente por la Corona de Aragón. Pedro el Grande, en 1279, obligó a su hermano, en el tratado de Perpiñán,30 a reconocer oficialmente que administraba el archipiélago balear, los condados pirenaicos y un sector del señorío de Montpellier en calidad de feudatario honrado suyo. El acuerdo significó simple y llanamente la casación del testamento del Conquistador, del que incorporó las cláusulas favorables a la rama primogénita y abrogó las que configuraban el reino de Mallorca como un estado soberano.
Los efectos del acuerdo –un auténtico acto de fuerza– fueron, sin embargo, mucho más profundos de los previstos por sus promotores. Cuando Martín IV, como represalia por la conquista de Sicilia, organizó una cruzada contra la Corona de Aragó, Jaime II de Mallorca, con el apoyo de la clerecía y de la aristocracia rosellonesa, abrió los pasos pirenaicos al ejército francoangevino. La alineación del monarca y de los estamentos privilegiados pirenaicos en uno de los bandos de la guerra del Vespro, al fracasar la invasión de Cataluña ante los muros de Gerona, tuvo también graves consecuencias. A finales de 1285, una hueste, con el infante Alfonso al frente, invadía Mallorca y la reintegraba por la fuerza a la Corona de Aragón. La resistencia a la invasión la asumieron la incipiente aristocracia autóctona, la alta jerarquía eclesiástica y un sector de la payesía.31
Los puertos baleares, desde la conquista de Sicilia, se habían convertido en escalas estratégicas para las expansiones mercantil y territorial de Cataluña, al incrementar la seguridad de las conexiones navales de Barcelona y Tortosa con Palermo y Trapani. Para la monarquía aragonesa y los mercaderes y armadores catalanes, el control islámico de Mahón y Ciudadela, en un contexto de conflagración generalizada en el Mediterráneo occidental, constituía un peligroso anacronismo.32 En enero de 1286, apenas expugnados los últimos reductos de resistencia en Mallorca, un ejército catalanoaragonés desembarcó en la ría de Mahón y, en pocas semanas, conquistó Menorca, suprimiendo por la fuerza el estatuto de autonomía que Jaime I había concedido en 1231 a sus pobladores. La suerte de los vencidos fue dispar. Los miembros del colectivo económicamente más solvente pudieron emigrar a los sultanatos e Granada o del Magreb, después de pagar el correspondiente rescate. El grueso fue reducido a la condición de cautivo; una parte fue distribuida, junto con las tierras y los rebaños, entre los conquistadores, en pago por su participación en la campaña, y el resto se vendió, como mano de obra esclava, en Mallorca, Valencia, Barcelona, Montpellier, Palermo y Génova.33
Las Islas Baleares, a finales del siglo XIII, se habían convertido –como ya se ha expuesto– en una de las principales encrucijadas de rutas navales del Mediterráneo occidental. Es lógico, pues, que tanto Alfonso III como su sucesor, Jaime II, procuraran, con el apoyo decidido de la burguesía comercial catalana, reforzar su vinculación político-administrativa y económica a la Corona de Aragón, alentaran el traslado de población desde sus dominios continentales hacia el archipiélago. Este trasiego humano se prolongó hasta 1298, cuando el enclave insular se reintegró al reino de Mallorca tres años antes, el Pontífice, ante la incapacidad del frente franco-angevino por reconquistar Sicilia, había ofrecido al monarca aragonés, a cambio de la evacuación de todos los territorios ocupados durante la guerra del Vespro, la infeudación de Cerdeña, con el beneplácito de Felipe IV de Francia, Carlos II de Nápoles y Jaime II de Mallorca. La aceptación de la propuesta por parte del conde-rey se plasmó en el tratado de Anagni,34 que circunscribió las hostilidades al mezzogiorno italiano.
El restablecimiento de las relaciones entre la Corona de Aragón y el reino de Mallorca se negoció en Argelers, en junio de 1298. De la entrevista de los dos monarcas surgió un acuerdo35 que se apoyaba en sendas renuncias. Jaime II de Aragón se comprometía a evacuar el archipiélago balear. Su tío, Jaime II de Mallorca, aceptaba ratificar el tratado de Perpiñán, tan lesivo para sus intereses, y notificaría su aceptación a sus aliados los reyes de Francia y Nápoles, a fin de que adquiriera validez internacional. La reintegración de las islas al reino de Mallorca se efectuó, pues, en unas condiciones que no comprometían el expansionismo mercantil y militar catalanes en ultramar ni erosionaban la poderosa presencia económica y naval barcelonesa en sus puertos.36
La creación de un mercado balear de alimentos
El vacío demográfico provocado en Menorca por la salida forzada de los musulmanes fue ocupado parcialmente por una primera oleada de familias cristianas, procedentes mayoritariamente de Cataluña y de Mallorca.37 La isla, entre 1286 y 1298, fue repoblada, según el cronista Ramon Muntaner, «que així és poblada l’illa de Menorca de bona gent de catalans, com negún lloc pot ésser bé poblat».38 La distribución de tierras fue confiada por Alfonso III, el 1 de marzo de 1287, a Pedro de Llibià;39 entre los beneficiarios figuraban, además de los participantes directos