y poderosa, de la vida humana» (Nel Noddings), en interiorizar la necesidad de vivir en relación, en reconocer al otro en toda su alteridad, en poner con el otro en común.
¡Atención! Por un lado, nos hemos hecho peligrosamente adictos a la seguridad. Por otro, cada vez se desconfía más de los políticos y, además, agredimos cotidianamente a la naturaleza, de la que somos parte, mediante un modelo productivo que es causante o corresponsable de una nueva crisis sanitaria que alcanza todos los confines del planeta.
Desconfiemos del mercado de la cultura, del ecologismo como pose, de la negación del buen gusto, del intento de ridiculizar la correcta educación, de la negación de los valores y las virtudes tradicionales, del arrinconamiento del sufrimiento y de la inexorable muerte, del abolicionismo del sentido de trascendencia.
Impulsemos cambios con criterio, tales como asumir que gobernar es prever. O que las empresas han de asumir responsabilidad social, también con una producción bio y ecológica.
Y no nos equivoquemos considerando que la ciencia y la tecnología resolverán todos los problemas existenciales (algo que solo se atisba desde una inquebrantable e indiscutible fe religiosa).
Confirmado, somos los más libres de la historia, pero vivimos con una penosa percepción de impotencia.
Estamos confundidos, y más en las denominadas culturas posmodernas tecnológicamente avanzadas, donde la hiperrealidad dificulta la toma de conciencia para distinguir la realidad de la fantasía, lo que se agrava en esta intangible y onírica pesadilla.
Pareciera que nos hemos chocado contra el fin de la eternidad. No hemos de abrazarnos a la tristeza y al miedo, pero sí debemos reconocerlos, aceptarlos, verbalizarlos, para que no deriven en rabia y enfrentamiento.
Por contra, busquemos los pequeños y agradables momentos, las alegrías cotidianas, porque estas tampoco han desaparecido.
Precisamos de nuevas estrategias y habilidades para superar la crisis sobrevenida. Si bien, las crisis forman parte del conocimiento de la especie humana.
La COVID-19 está causando un daño que constituye un trauma psicosocial, con un quebranto de la confianza en las relaciones interpersonales e intergrupales, que implica el desmembramiento de las asunciones y creencias básicas sobre las que se asienta nuestra vida cotidiana, la confianza en la sociedad; el fatalismo; la posible ruptura en las principales redes sociales de protección y apoyo; la internalización del miedo; el debilitamiento de la autonomía personal y de la autoconfianza; la paralización de las metas a largo plazo.
Lo primero es saber qué nos pasa, y después pedir ayuda. Tengamos presente que antes hablábamos mucho del futuro, un 50 % de lo que decíamos se refería al mañana; eso ahora no es posible y genera quebranto.
Pese a todo, la mayoría de las personas convive con la pandemia superando el colapso emocional. Ayudan fortalezas y talentos como la capacidad de adaptar la planificación; también ayuda la tecnología, que ha resultado ser un salvavidas.
Es fundamental el modelo explicativo que uno mismo se da, el hablarse con aceptación y ánimo, el decirse «soy capaz de afrontar la adversidad» y ponerse a la acción.
Avanzamos por un paraje lleno de contradicciones en el que el humor nos permite esquivar la siempre peligrosa desesperanza y la ansiedad entendida como un miedo infundado o sin causa objetiva.
Partimos de un país, España, que es el tercero en esperanza de vida, pero que está habitado por muchos quejicosos que ridiculizan a quien se autodenomina optimista y feliz, y que, además, persiguen al exitoso.
Es un magnífico país, universal, histórico, pero muchos ciudadanos exigen sin aportar y no asumen ni valoran los éxitos y fracasos desde la responsabilidad individual.
Y dado que en las tragedias aparece la negación, los políticos harían bien en dar consejos básicos y reconocer las dudas cuando no se tienen certezas.
Los líderes han de crear expectativas reales, aportar un horizonte, y no acogotarnos mediante el miedo.
Hemos de encontrar nuevos propósitos de la humanidad que trasciendan los objetivos del individuo, del pueblo, de la nación.
En medio del invierno descubrí que había dentro de mí un verano increíble.
Albert Camus
A. VISIÓN PSICOLÓGICA DE LO QUE NOS ACONTECE
TIEMPOS ALTERADOS
A1 Lo que nos constituye es quebrado
• Hábitos.
• Vínculos.
• Espacios de intimidad.
A2 La incertidumbre se adueña
• La vulnerabilidad se hace patente.
• La inseguridad se enseñorea.
• La impotencia va horadando nuestro ser y estar en el mundo.
A3 La desorientación se generaliza
• La coherencia y congruencia resultan difíciles de consensuar.
• Hay gente que propaga ideas desquiciadas.
• Cuando se frustran necesidades psicológicas importantes, las personas se sienten más atraídas por las teorías de la conspiración.
A4 Nuestro afán de previsibilidad ha sido derribado
• Los proyectos están hibernados o buscan ser olvidados.
A5 El pavor se apodera
• Por lo que no se comprende.
• Por lo que ocurre.
• Por lo que pudiera acontecer.
A6 Se percibe orfandad
• De líderes mundiales con auctoritas y coraje.
• De instituciones internacionales con credibilidad y criterio.
• De intelectuales que atraviesen este espectro de emociones intensas.
A7 Se aprecia sufrimiento emocional y daño cognitivo
• Soledad.
• Desazón.
• Tristeza.
• Desesperanza.
• Depresión.
A8 Se dificulta nuestra proverbial característica relacional
• Somos de piel con piel. Ahora con preservativo y mascarilla.
• Nos autoimponemos el no tener el necesario contacto.
A9 Los dilemas nos dejan sin respuestas
• Salud versus economía.
• Hospitales saturados. Elección del paciente al que atender.
• Ideologías preestablecidas y nacionalismos ante una pandemia planetaria.
A10 Perspectivas nada halagüeñas
• Aumento de la violencia contra los otros y hacia uno mismo.
• Crisis económica mundial y grave recesión.
• Deterioro del nivel de bienestar.
• Expectativas de los jóvenes dañadas.
A11 Lo que no pudo ser