Alejandra de la Fuente

La España precaria


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general, parecía que el modelo productivo funcionaba y, aunque los trabajadores españoles no eran ni mucho menos nuevos ricos, todo invitaba al optimismo. Las empresas invertían y generaban empleo porque tenían trabajo. Las familias tenían fácil acceso a la vivienda porque había casas de sobra para todos y podían adquirir un crédito sin complicaciones y casi sin requisitos. Los trabajadores, disfrutando de derechos que se habían ido conquistando a paso de hormiga desde la instauración del Régimen del 78, gozaban de una calidad de vida nunca antes vista en España.

      Crisis y reforma laboral de 2012

      Indudablemente, para llegar a este punto hay que ponerse primero en contexto y conocer las causas y los efectos de la crisis de 2008. Durante el año 2007 se empieza a vislumbrar en todo el mundo que la expansión económica quizá tenía un límite. Concretamente, en ese año Estados Unidos comenzaba a afrontar los primeros indicios de lo que sería la mayor recesión mundial de la historia reciente (hasta la llegada del coronavirus).

      La crisis económica no sólo socavó los cimientos del Estado de bienestar. Los recortes sociales, los sobresaltos, la incertidumbre y el miedo también se llevaron por delante a multitud de ciuda­danos.

      La llamada «pobreza laboral» –la que coloca bajo ese umbral a quienes trabajan– pasó de afectar al 10,8 por 100 de los ocupados a hacerlo con el 12,7 por 100 entre 2007 y 2010, según un informe de la Fundación Alternativas.

      La PAH nació en Barcelona, en febrero de 2009, para intentar ayudar a las personas que comenzaban a no poder pagar la hipoteca y que veían cómo, en la fecha prevista, la Policía las iba a desalojar de sus casas a la fuerza si era necesario.

      Hay que tener en cuenta que, con la crisis, el miedo a perder el empleo era la tónica diaria de muchos trabajadores, un miedo que creció al aprobarse la mencionada reforma, que abarataba el despido al rebajar su indemnización por causa improcedente para los contratos indefinidos de 45 días por año trabajado a los actuales 33 días. Por otra parte, el tope máximo de mensualidades bajó a 24, desde las 42 que existían antes de dicha reforma, aunque se respetaron los derechos adquiridos por los trabajadores fijos con contratos anteriores. Para que nos hagamos una idea: cuando una empresa despide a un trabajador de forma improcedente, este recibe una indemnización de 33 días por año trabajado hasta un máximo de 24 años, mientras que antes de la reforma laboral de 2012 recibía una indemnización de 45 días por año trabajado hasta un máximo de 42 años.

      Entre las medidas más polémicas y que más han precarizado a los trabajadores se encuentra –además del abaratamiento de los despidos– la ampliación de las causas por despido objetivo, incluyendo que se considere causa económica la disminución persistente (actual o prevista) del nivel de ingresos o de ventas, pagando al empleado el mínimo legal de 20 días por año con un tope de 12 mensualidades.

      Un tercer cambio que afectó de forma directa y nociva a los trabajadores fue que la reforma laboral suprimió la necesidad de que el Ministerio de Trabajo autorizara los expedientes de regulación (ERE o despidos colectivos), haciendo que fuesen más sencillos de realizar.

      Por último, pero no por ello menos importante, entre los grandes males de la reforma se encuentra la prioridad de los convenios de empresa sobre los de sector. De esta forma, si una empresa quiere pagar un menor salario a sus trabajadores, le basta con negociar su propio convenio y así elimina de facto todos los derechos que les ofrecía el convenio sectorial.

      En definitiva, la reforma laboral de 2012 ha sido una de las grandes responsables del aumento de la precariedad laboral en España, en todos los ámbitos. Tras su aprobación, el trabajo es de peor calidad, más inestable, menos seguro y peor pagado, ya que la reforma laboral profundizó en la devaluación salarial.