Jerry Bridges

La práctica de la piedad


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temor de Dios en nuestros corazones si no meditamos en pasajes de la Escritura que son particularmente apropiados para estimular ese temor.

      También hay pasajes específicos que nos ayudarán a crecer en nuestra consciencia del amor de Dios. Los siguientes son especialmente útiles para mí: Salmo 103, Isaías 53, Romanos 5:6–11, Efesios 2:1–10, 2 Corintios 5:14–21, 1 Timoteo 1:15–16 y 1 Juan 4:9–11.

      Al recomendar ciertos pasajes de la Escritura, sin embargo, debo insistir en que no es la simple lectura, ni la memorización, de estos pasajes lo que logra el resultado deseado de crecer en la piedad. Tenemos que meditar en ellos, pero ni siquiera eso es suficiente. El Espíritu Santo tiene que hacer que Su Palabra cobre vida en nuestros corazones para producir el crecimiento, así que debemos meditar y orar reconociendo que dependemos de Su obra. Ni la meditación ni la oración por sí solas son suficientes para crecer en devoción. Tenemos que practicar las dos.

      Adorando a Dios

      Otra parte esencial de nuestra práctica de la devoción a Dios es la adoración. Con adoración me refiero al acto específico de atribuirle a Dios la gloria, majestad, honor y dignidad que son Suyos. Apocalipsis 4:8–11 y 5:9–14 nos dan ilustraciones claras de la adoración que tiene lugar en el cielo y que nosotros deberíamos imitar aquí en la tierra. Yo casi siempre comienzo mi devocional diario con un tiempo de adoración. Antes de comenzar mi lectura bíblica del día, dedico unos minutos a reflexionar sobre uno de los atributos de Dios o meditar en alguno de los pasajes sobre Él que mencioné arriba y atribuirle la gloria y el honor que Él merece debido a ese atributo en particular.

      A mí me ayuda mucho ponerme de rodillas durante este tiempo de adoración como un reconocimiento físico de mi reverencia, admiración y veneración a Dios. La adoración es un asunto del corazón, no de la posición física que uno asume; sin embargo, las Escrituras con frecuencia retratan el arrodillarse como una señal de homenaje y adoración. David dijo: «Me postraré en tu santo templo con reverencia» (Salmo 5:7 LBLA). El escritor del Salmo 95 dice: «Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor» (v. 6). Y sabemos que un día toda rodilla se doblará ante Jesús como señal de homenaje a Su señorío (cf. Filipenses 2:10).

      Claramente, no siempre es posible inclinarnos ante Dios en nuestros tiempos de adoración. Dios lo entiende y seguramente permite que sea así. Pero cuando podemos hacerlo, yo recomiendo inclinarse ante Dios, no solo como señal de reverencia a Él sino también porque nos ayuda a preparar nuestras mentes para adorar a Dios de una forma aceptable para Él.

      Al enfatizar el valor de la adoración, me he ocupado únicamente de la práctica de la adoración privada —lo que deberíamos hacer en nuestros devocionales personales. No pretendo ignorar la adoración pública colectiva, simplemente no me siento calificado para hablar de ese tema. Yo rogaría a los ministros de las congregaciones que nos den más instrucción en cuanto a la naturaleza y práctica de la adoración colectiva. Siento que muchos cristianos participan en los aspectos externos de un servicio de adoración sin adorar realmente a Dios.

      Comunión con Dios

      Todo lo dicho hasta ahora sobre la importancia de la oración, de meditar en la Palabra de Dios y de tener un momento específico de adoración indica la importancia de un devocional. La expresión «devocional» se usa para describir un periodo habitual que se aparta cada día para encontrarnos con Dios a través de Su Palabra y de la oración. Uno de los grandes privilegios del creyente es tener comunión con el Dios omnipotente. Esto lo hacemos al escuchar que Él nos habla desde Su Palabra y al hablarle a Él por medio de la oración.

      Hay varios ejercicios espirituales que sería bueno realizar en nuestro tiempo devocional, tales como leer la Biblia completa en un año y orar por ciertas peticiones. Pero el objetivo principal de nuestros devocionales debe ser la comunión con Dios — desarrollar una relación personal con Él y crecer en nuestra devoción a Él.

      Después de que comienzo mi devocional con un tiempo de adoración, yo acudo a la Biblia. A medida que leo un pasaje de la Escritura (usualmente un capítulo o más), hablo con Dios acerca de lo que estoy leyendo. Me gusta pensar en el devocional como si fuera una conversación: Dios hablándome a través de la Biblia y yo respondiendo a lo que Él dice. Esta mecánica contribuye a hacer del devocional lo que debería ser: un tiempo de comunión con Dios.

      Luego de adorar a Dios y tener comunión con Él, yo dedico un tiempo para presentar ante Él distintas peticiones de oración. Seguir este orden me prepara para orar de manera más efectiva. He reflexionado sobre Quién es Dios, por tanto, no me apresuro a entrar en Su presencia de manera casual ni con exigencias. Además, me acuerdo de Su poder y amor, y al recordar que Él quiere responder mis peticiones y se deleita en hacerlo mi fe es fortalecida. De este modo, incluso mi tiempo para pedir se convierte de hecho en un tiempo de comunión con Él.

      Al sugerir ciertos pasajes para meditar, o ciertos modos de adoración, o una práctica particular para los tiempos devocionales, no quiero dar la impresión de que crecer en devoción a Dios es simplemente seguir una rutina recomendada. Tampoco quiero sugerir que lo que me resulta útil a mí deba ser imitado por otros o que será útil para otros. Todo lo que quiero hacer es demostrar que el crecimiento en devoción a Dios, si bien es el resultado de Su obra en nosotros, viene como resultado de una práctica muy concreta por nuestra parte. Nosotros debemos entrenarnos para la piedad; y como aprendimos en el capítulo 3, el entrenamiento implica práctica —el ejercicio diario que nos capacita para adquirir mayor habilidad.

      La prueba definitiva

      Hasta ahora hemos considerado actividades específicas que nos ayudan a crecer en devoción a Dios: la oración, la meditación en las Escrituras, la adoración y el tiempo devocional. Hay otra área que no es una actividad sino una actitud en la vida: la obediencia a la voluntad de Dios. Esta es la prueba definitiva de nuestro temor de Dios y la única respuesta verdadera a Su amor por nosotros. Dios declara específicamente que nosotros le tememos al guardar todos Sus estatutos y mandamientos (cf. Deuteronomio 6:1–2), y Proverbios 8:13 dice que «el temor del Señor es aborrecer el mal» (LBLA). Yo puedo saber si de verdad temo a Dios al determinar si tengo un odio genuino por el pecado y un deseo sincero de obedecer Sus mandamientos.

      En los días de Nehemías, los nobles y oficiales judíos estaban desobedeciendo la ley de Dios al cobrar usura a sus hermanos. Cuando Nehemías los confrontó, dijo: «No es bueno lo que hacéis. ¿No andaréis en el temor de nuestro Dios, para no ser oprobio de las naciones enemigas nuestras?» (Nehemías 5:9). Era como decir: «¿No deberían obedecer a Dios para evitar el oprobio de nuestros enemigos?». Nehemías consideraba que caminar en el temor de Dios era equivalente a obedecer a Dios. Si nosotros no tememos a Dios, no pensaremos que vale la pena obedecer Sus mandamientos; pero si verdaderamente Le tememos —si le tenemos reverencia y admiración— vamos a obedecerle. La medida de nuestra obediencia es una medida exacta de nuestra reverencia a Él.

      De manera similar, como ya hemos visto en el capítulo 2, Pablo afirmaba que su consciencia del amor de Cristo por él lo constreñía a vivir no para sí mismo sino para Aquel que murió por nosotros. Cuando Dios comienza a responder nuestra oración por una mayor consciencia de Su amor, uno de los medios que Él generalmente usa es permitirnos ver más y más de nuestra propia pecaminosidad. Pablo estaba cerca del final de su vida cuando escribió estas palabras: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo 1:15). Nos damos cuenta de que los pecados que cometemos como cristianos, aunque quizá no tan escandalosos exteriormente como antes, son más abominables a la vista de Dios porque son pecados contra el conocimiento y contra la gracia. Nosotros entendemos más y conocemos Su amor, y sin embargo pecamos voluntariamente. Y luego regresamos a la cruz y reconocemos que Jesús cargó incluso esos pecados deliberados en Su cuerpo sobre el madero, y el reconocimiento de ese amor infinito nos constriñe a enfrentar esos mismos pecados y mortificarlos. Tanto el temor de Dios como el amor de Dios nos motivan a la obediencia, y esa obediencia prueba a su vez que ambas cosas —el temor y el amor de Dios— son auténticas en nuestras vidas.

      Un anhelo más profundo

      Al concentrarnos en crecer en nuestra