Jerry Bridges

La práctica de la piedad


Скачать книгу

de Pablo en este pasaje: «[Pues mi propósito determinado es] conocerle a Él —poder llegar progresivamente a conocerle más profunda e íntimamente, percibiendo y reconociendo y entendiendo [las maravillas de Su persona] con mayor fuerza y claridad».8 Esto es lo que impulsa al creyente piadoso. Al contemplar a Dios en la magnificencia de Su majestad, poder y santidad infinitos, y luego al meditar en las riquezas de Su misericordia y gracia derramadas en el Calvario, su corazón es cautivado por Aquel que lo amó tanto. Él solamente está satisfecho con Dios, pero nunca está satisfecho con su experiencia presente de Dios. Siempre anhela más.

      Tal vez esta idea de desear a Dios suene extraña a los oídos de muchos cristianos hoy. Entendemos la idea de servir a Dios, de estar ocupados en Su obra. Tal vez incluso tengamos un «devocional» en el que leemos la Biblia y oramos. Pero la idea de anhelar a Dios mismo, de querer disfrutar profundamente la comunión con Él y el estar en Su presencia, puede parecer un poco mística, casi rayando en el fanatismo. Preferimos que nuestro cristianismo sea más práctico.

      Sin embargo, ¿quién podría ser más práctico que Pablo? ¿Quién estuvo más involucrado en las luchas de la vida cotidiana que David? Aun así, con todas sus responsabilidades, tanto Pablo como David anhelaban experimentar más comunión con el Dios vivo. La Biblia indica que este es el plan de Dios para nosotros, desde sus páginas iniciales hasta el final. En el tercer capítulo de Génesis, Dios camina en el huerto, llamando a Adán para que tengan comunión juntos. En Apocalipsis 21, cuando Juan observa la visión de la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, él oye que la voz de Dios dice: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos» (v. 3). El plan de Dios para toda la eternidad es tener comunión con Su pueblo.

      Y en nuestra época actual, Jesús todavía nos dice lo que le dijo a la iglesia en Laodicea: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). En la cultura de la época de Juan, compartir una comida significaba tener comunión, así que Jesús nos está invitando a abrir nuestros corazones a Él para tener comunión con Él. Él desea que lo conozcamos mejor; por tanto, el deseo y anhelo de Dios es algo que Él planta en nuestros corazones.

      En la vida de la persona piadosa, este deseo de Dios produce un aura de calidez. La piedad nunca es austera o fría. Tal idea surge de un falso sentido de moralidad legalista mal llamado piedad. La persona que pasa tiempo con Dios irradia Su gloria de una forma que siempre es cálida y acogedora, nunca fría y distante.

      Este anhelo de Dios también produce un deseo de glorificar a Dios y agradarle. En la misma frase, Pablo expresa el deseo de conocer a Cristo y también de ser como Él. Este es el objetivo final de Dios para nosotros y es el objetivo de la obra del Espíritu en nosotros. En Isaías 26:9, el profeta proclama su deseo del Señor con palabras muy similares a las del salmista: «Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte». Observa que inmediatamente antes de expresar que desea al Señor, él expresa que desea Su gloria: «Tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma» (v. 8). La memoria tiene que ver con la reputación, la fama y la eminencia de alguien —o, en el caso de Dios, con Su gloria. El profeta no podía separar en su corazón el desear la gloria de Dios y el desear a Dios mismo. Estos dos anhelos van de la mano.

      Esto es la devoción a Dios —el temor de Dios, que es una actitud de reverencia y admiración, honra y veneración hacia Él, acompañado de una comprensión en lo profundo de nuestras almas del amor de Dios por nosotros, demostrado primordialmente en la muerte expiatoria de Cristo. Estas dos actitudes se complementan y refuerzan entre sí, produciendo en nuestras almas un deseo intenso de Aquel que es tan maravilloso en Su gloria y majestad y a la vez tan condescendiente en Su amor y misericordia.

      Desecha las fábulas profanas y de viejas.Ejercítate para la piedad. 1 Timoteo 4:7

      El apóstol Pablo no daba por sentada la piedad de su hijo espiritual Timoteo. Aunque Timoteo había sido su compañero y colaborador por varios años, Pablo sintió la necesidad de escribirle: «Ejercítate para la piedad». Y si Timoteo necesitaba ser animado en ese sentido, con seguridad también nosotros lo necesitamos hoy.

      Al instar a Timoteo a ejercitarse para la piedad, Pablo tomó prestado un término del atletismo. El verbo traducido en distintas versiones de la Biblia como «entrenar», «disciplinar» o «ejercitar» se refería originalmente al entrenamiento de atletas jóvenes para participar en los juegos competitivos de la época. Después adquirió un significado más general de entrenar o disciplinar ya sea el cuerpo o la mente para una habilidad particular.

      Principios para ejercitarse

      Hay varios principios en la exhortación de Pablo a Timoteo en cuanto a ejercitarse para la piedad que son válidos para nosotros hoy.

      El primero es la responsabilidad personal. Pablo dijo: «ejercítate». La Biblia de las Américas traduce «Disciplínate a ti mismo». Timoteo era personalmente responsable de su progreso en la piedad. Él no debía encargarle ese progreso al Señor y luego relajarse, aunque él ciertamente entendía que cualquier progreso logrado era solo por capacitación divina. Él entendería que debía ocuparse de este aspecto particular de su salvación confiando en que Dios estaba obrando en él. Pero captaría el mensaje de Pablo de que debía esforzarse en este asunto de la piedad; él debía seguir la piedad.

      Los cristianos podemos ser muy disciplinados y laboriosos en nuestros negocios, nuestros estudios, nuestro hogar o incluso nuestro ministerio, pero tendemos a ser perezosos cuando se trata del ejercicio en nuestra propia vida espiritual. Preferiríamos orar: «Señor, hazme piadoso», y esperar que Él «derrame» piedad en nuestras almas de algún modo misterioso. Dios en efecto obra de una forma misteriosa para hacernos piadosos, pero Él no lo hace sin que nosotros cumplamos con nuestra propia responsabilidad personal. Nosotros debemos ejercitarnos para la piedad.

      El segundo principio en la exhortación de Pablo es que el objetivo de este ejercicio era el crecimiento en la vida espiritual personal de Timoteo. En otro lugar Pablo anima a Timoteo a progresar en su ministerio, pero el objetivo aquí es la devoción personal de Timoteo a Dios y la conducta que surge de esa devoción. Aunque era un ministro cristiano altamente calificado y con experiencia, Timoteo aún necesitaba crecer en las áreas esenciales de la piedad: el temor de Dios, la comprensión del amor de Dios y el deseo de estar en la presencia de Dios y tener comunión con Él.

      Yo llevo más de veinticinco años en un ministerio cristiano de tiempo completo y he servido tanto en el exterior como en los Estados Unidos. Durante este tiempo he conocido a muchos cristianos talentosos y capaces, pero creo que he conocido menos cristianos piadosos. Lo que se enfatiza en nuestra época es servir a Dios, lograr cosas para Dios. Enoc fue un predicador de justicia en una época de enorme impiedad, pero Dios consideró apropiado que el relato breve de su vida enfatizara que él caminó con Dios. ¿Para qué nos estamos ejercitando? ¿Estamos ejercitándonos solo para la actividad cristiana, por muy bueno que eso sea, o nos estamos ejercitando ante todo para la piedad?

      El tercer principio en las palabras de exhortación de Pablo a Timoteo es la importancia de las condiciones mínimas necesarias para el ejercicio. Muchos de nosotros hemos visto varias competencias olímpicas por televisión, y a medida que los comentaristas nos cuentan la historia de los distintos atletas, nos damos cuenta de ciertos mínimos irreducibles para el entrenamiento de los competidores olímpicos. Es muy probable que Pablo tuviera en mente esas características mínimas cuando comparó el ejercicio físico con el ejercicio para la piedad.

      El costo del compromiso

      El primero de estos mínimos irreducibles es el compromiso. Nadie llega al nivel de los Olímpicos, o ni siquiera a competencias nacionales, sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento diario y riguroso. Y de forma similar, nadie llega a ser piadoso sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento espiritual diario que Dios ha diseñado para nuestro crecimiento en la piedad.

      El concepto del compromiso aparece reiteradamente