«manía del puntocom» deberíamos poder responder a la pregunta de cómo funcionan las redes sociales de «segundo orden», pero no podemos. Entonces, si bien la «pregunta sobre las redes sociales» puede ser omnipresente, si queremos enfrentarnos a «[inserte su patología aquí] por diseño» primero tenemos que entender su funcionamiento interno: las operaciones se explican aquí a través de los vectores de la distracción y la tristeza. Los mecanismos de la tristeza son seguidos por una segunda sección centrada más en la teoría y la estrategia, desde el concepto de «plataforma» hasta la invisibilidad de la «violencia tecnológica». La tercera sección trata sobre la locura selfie, su contraparte anónima (el «diseño de la máscara») y si el desarrollo de memes progresistas es posible en primer lugar. La sección final examina las industrias de extracción de datos corporativos y los sistemas de vigilancia que orientan el comportamiento masivo hacia una nueva forma de alienación social. El concepto de los «comunes» va en contra de estas lógicas, y termino preguntando si este ofrece una posible salida.
¿Qué sucede cuando la teoría ya no se presenta como un gran diseño y más bien se consume como una idea surgida en el último momento? Internet no es un campo en el que los intelectuales públicos desempeñan algún papel del que hablar. A diferencia de épocas anteriores, las ambiciones intelectuales tienen que ser modestas. Antes de diseñar alternativas y formular principios regulatorios, es vital comprender la psicología de las plataformas de redes sociales. Tristes por diseño combina una crítica radical de Internet con una confrontación de los (demasiado reales) altibajos mentales de los usuarios de las redes sociales. Como observó Clifford Geertz, «entender la cultura de un pueblo expone su normalidad sin reducir su particularidad». Para Geertz, «en el estudio de la cultura, el análisis penetra en el cuerpo mismo del objeto, es decir, comenzamos con nuestras propias interpretaciones de lo que nuestros informantes son o piensan que son y luego las sistematizamos»11. Este libro acepta el desafío de Geertz, analizando aspectos de las culturas en línea de hoy en día que muchos usuarios experimentan, desde sentimientos de vacío, adormecimiento e indiferencia hasta las contradictorias posturas en torno al selfie y a los memes y su política regresiva.
Parecemos desencantados con nuestras culturas en línea de facto. El think tank británico Nesta resumió perfectamente nuestra condición actual: «A medida que el lado oscuro de Internet se está volviendo cada vez más claro, la demanda pública de alternativas más responsables, democráticas y más humanas está creciendo». Y, sin embargo, los investigadores también son lo suficientemente honestos como para ver que desafiar las dinámicas existentes no será fácil. Estamos en un callejón sin salida. «Internet se encuentra dominado por dos narrativas reinantes: la estadounidense, donde el poder se concentra en manos de unos pocos grandes jugadores, y el modelo chino, donde la vigilancia del gobierno parece ser el leitmotiv. Entre la Big Tech y el control gubernamental, ¿dónde se ubican los ciudadanos?». Etiquetar a los usuarios de las redes sociales como «ciudadanos» es obviamente un encuadre político, una jerga común dentro de los círculos de ONG de la «sociedad civil global». ¿Es esta nuestra única opción para escapar de la identidad del consumidor? Nesta puso dos preguntas estratégicas sobre la mesa: «¿Podría Europa construir el tipo de alternativas que pondrían a los ciudadanos de nuevo en el asiento del conductor?». Y, en lugar de tratar de construir el próximo Google, ¿debería concentrase Europa en construir las infraestructuras descentralizadas que impidan en primer lugar la emergencia del próximo Google?
El estado actual de lo social no debería sorprender. Los medios técnicos han sido socialmente antagónicos, socavando y aislando en lugar de conectar. En Futurability, Franco Berardi caracteriza el final de la década de 1970 como la línea divisoria, el momento en que la conciencia social y la tecno-revolución se separaron. Esto es cuando «entramos en la era del tecnobarbarismo: la innovación provocó la precariedad, la riqueza creó una miseria masiva, la solidaridad se convirtió en competencia, el cerebro conectado se desconectó del cuerpo social y la potencia del conocimiento se desconectó del bienestar social»12. Como señaló Bernard Stiegler, la velocidad del desarrollo técnico ha seguido acelerándose, «ampliando dramáticamente la distancia entre los sistemas técnicos y la organización social, como si, en tanto la negociación entre ellos pareciera imposible, su divorcio final resulte inevitable»13. Para The Invisible Committee, las redes sociales «trabajan para lograr el aislamiento real de todo el mundo. Inmovilizando los cuerpos. Manteniendo a todos enclaustrados en su burbuja significante. El juego de poder del poder cibernético es dar a todos la impresión de que tienen acceso a todo el mundo cuando en realidad están cada vez más separados, dar la impresión de que tienen más y más “amigos” cuando son cada vez más y más autistas»14.
¿Qué hacer con las redes sociales? Los últimos años han estado dominados por una profunda confusión. Para algunos, el no uso parece ser en vano. Evgeny Morozov, por ejemplo, tuitea: «No quiero que #Zuckerberg renuncie. Y no necesitamos que #borren-Facebook: es tan realista como pedir que #borrenlascarreteras. Lo que necesitamos es un New Deal para los #datos. #Europa tiene que despertar!». Y, mientras que Siva Vaidhyanathan critica duramente a Facebook, él mismo se niega a dejarlo y borrar su cuenta. Para otros, el no uso es precisamente la respuesta. Una de las primeras propuestas podría ser el libro de 2013 Off the Network, Disrupting the Digital World de Ulises Mejías, que afirmaba «no pensar en la lógica de las redes»15. De manera más reciente, pero también en esas líneas, el movimiento por el «derecho a desconectarse» ha empezado a tomar forma16. Tómese la revista Disconnect, solo disponible fuera de línea, una antología de comentarios, ficción y poesía que solamente se puede leer si apagas tu conexión WiFi17. Junto con el uso (a regañadientes) o el no uso, existe un tercer enfoque que podría ser catalogado como «mal uso». En un artículo para el The Guardian titulado «Cómo desaparecer de Internet», Simon Parkin proporcionó a los lectores (en línea) un manual sobre cómo convertirse en un fantasma digital. «Eliminar cosas es simplemente inútil», afirmó. ¿Su consejo en vez de eso? Crear cuentas falsas y búsquedas mal dirigidas. Su conclusión, que hace que su titular sea engañoso en el mejor de los casos, es que es casi imposible desaparecer. Las opciones se limitan a la gestión de la reputación, ya sea conducida fastidiosamente por nosotros o –para aquellos con el dinero para pagarlo– llevada a cabo por compañías especializadas.
¿Qué pasa si es demasiado tarde para dejar Google, Twitter, Instagram o WhatsApp, sin importar cómo de desintoxicados digitalmente estemos en otras esferas de la vida? Afrontémoslo: a los ojos de Silicon Valley, la experiencia a lo Burning Man de estar fuera de la red una vez al año y las innumerables visitas diarias en línea a Facebook no son opuestas, sino acuerdos complementarios. Ergo, estamos a la vez en línea y fuera de línea18. La crítica se encuentra en una posición similar y contradictoria. El mundo se ha entrampado con sus argumentos, admite Andrew Keen en su libro de 2018 How to Fix the Future, Staying Human in the Digital Age. Keen pregunta cómo podemos reafirmar nuestra agencia sobre la tecnología. No somos los conductores de asiento trasero después de todo. A diferencia de la protección de la privacidad, una demanda que muchos consideran eurocéntrica y burguesa, Keen exige la integridad de los datos. El manoseo de datos tiene que parar. «La vigilancia en última instancia no es un buen modelo de negocio. Y si hay algo que la historia nos enseña, es que los malos modelos de negocio eventualmente mueren».19 Y enumera las «cinco balas» de John Borthwick para «arreglar el futuro: plataformas de tecnología abierta, regulación antimonopolio, diseño centrado en el ser humano responsable, la preservación del espacio público y un nuevo sistema de seguridad social»20.
No obstante, la agencia necesaria para implementar estos arreglos parece maniatada. Los críticos de Internet tienen un poder limitado. Incapaces de establecer contactos o escapar de los «medios antiguos», han sido encasillados en el papel del experto o el comentarista individual, excluidos de cualquier diálogo público más amplio sobre lo que se debe hacer. Los académicos también parecen algo impotentes: impulsados por una lógica de revisión por pares y clasificación, publican dentro del cerrado universo de la revista, con su acceso limitado e impacto aún más limitado. Así, si bien los investigadores ciertamente recopilan evidencia valiosa sobre el poder económico de las plataformas de redes