Geert Lovink

Tristes por diseño


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estamos siendo testigos del surgimiento del pico de datos. Al igual que el pico del petróleo, se trata del punto teórico en el que se ha alcanzado la tasa máxima de extracción de datos. Desde la perspectiva del usuario, los datos no se producen conscientemente a partir del trabajo intencional. La recopilación de datos se vuelve ubicua, un procedimiento siempre presente desencadenado por cualquier movimiento, cualquier acto, cualquier clic o deslizamiento. Desde una perspectiva corporativa, el almacenamiento de datos parece ilimitado, la capacidad ya no es un recurso escaso. Así, aunque la mayoría de los expertos (en Inteligencia Artificial) le dirán lo contrario, el hype del Big Data ha alcanzado su punto máximo. Gartner, por ejemplo, ya había eliminado grandes volúmenes de datos de su ciclo de sobreexplotación en 2015. El pico de datos es el momento en que los gigantes de Internet ya saben todo sobre usted, el momento en que los detalles adicionales comienzan a inclinar la balanza y hacen que su régimen de datos (lenta pero inexorablemente) implosione. Nos encontramos en el punto de inflexión. Después de este momento, y contra los evangelistas del crecimiento eterno, cada dato tiene el potencial de hacer que toda la colección sea no más valiosa, sino menos. Después de este momento, el valor de los datos adicionales disminuye a un punto cero, corriendo con el riesgo de una «contaminación» de perfiles de tal forma que estos se desintegren.

      Tales respuestas al pico de datos son preventivas, luchan por prevenir el desastre. Con el peligro de la entropía que se avecina en el futuro (cercano), la recopilación de datos ya no es un fin en sí mismo. Para los titanes tecnológicos, el siguiente paso crítico podría ser eliminar el valor de los datos recopilados sin molestar a los usuarios. Este plan de rescate de perfil se vende al usuario como una contribución a su «bienestar digital», un gesto de «responsabilidad corporativa». Podríamos llamar a esto «retroceso por diseño». Google ya ha anticipado cualquier posible descontento. En un gesto a lo pre-crimen de Minority Report, esta respuesta omite la fase de resistencia e instala la síntesis hegeliana de manera preliminar. Hemos superado la cultura de la apropiación. Silicon Valley ya sabe que queremos relajarnos. ¿Cómo responderán los usuarios al moralismo predeterminado de tales cambios? Contra estos gestos benevolentes, deberíamos considerar implementar colectivamente los principios de «prevención de datos» nosotros mismos.

      Ante estas condiciones, necesitamos más que nunca estudios sobre Internet. Y, sin embargo, de alguna manera estos han fracasado en ser reconocidos y apoyados como una disciplina seria. Parafraseando a Habermas, podemos hablar del «proyecto inacabado» de la digitalización como la última etapa de la modernización, una que la Bildungselite posterior a 1968 difuminó categóricamente, convencida de que el rumor de la ingeniería que produjo las herramientas de Internet no la afectaría. Si bien podemos estudiar Cine, Teatro y Literatura, este no es el caso de Internet, que no ha logrado establecerse como una disciplina académica distinta con sus propios programas de licenciatura, maestría y doctorado a tiempo completo. Para defender esta brecha, las instituciones sueltan el mismo guion de que «todavía es muy temprano» –como si no hubiera suficientes personas que ya estuviesen usando Internet–. ¿Dónde está nuestro «conflicto de las facultades»? En todo el mundo, nadie parece estar dispuesto a hacerse cargo, a dar ese (tembloroso pero significativo) primer paso Los programas artísticos de los nuevos medios de comunicación se han cerrado silenciosamente, se han fusionado en empresas académicas inofensivas e introspectivas como las «humanidades digitales» o se han incluido en la lógica de «difusión» de los medios y las comunicaciones. Como resultado, los «hombres blancos geeks» de la ingeniería y los potenciales «capitalistas de riesgo» de las escuelas de negocios han logrado un dominio cultural –replicando sin cesar los esquemas de Silicon Valley y dejando al margen a aquellos con antecedentes en ciencias sociales, artes y humanidades o diseño.

      La arabista italiana y compañera activista Donatella della Ratta, que enseña cultura digital en la Universidad John Cabot en Roma, agrega otro elemento: «El sujeto en línea está tan profundamente involucrado que ya no puede notar ni el teléfono ni Internet. La generación joven no se preocupa por el dispositivo tecnológico en sí, simplemente lo han borrado, lo han olvidado. Mis alumnos se aburren si hablo de tecnología per se. Quieren hablar sobre sentimientos, sobre sus cuerpos y emociones… simplemente ya no ven la tecnología». ¿Cuáles son las consecuencias de esta «fatiga tecnológica» que se propaga rápidamente, justo en el momento en que las controversias finalmente han llegado a la arena política tradicional?

      Así que antes de lanzarnos a los debates sobre alternativas y estrategias, Tristes por diseño siente la necesidad de explorar este terreno más bien vago e indefinido de la fatiga de la decisión y el agotamiento del ego.