abstracto. No podemos ser sólo griegos. No podemos ser concretamente griegos. La primera salida es necesariamente la más abstracta, la más simple, la más pobre, a la que siempre se contrapone lo concreto. Esta consideración final lleva a reivindicar desde este espíritu, en la búsqueda de toda reconciliación, que la nostalgia de Grecia, si la hay, es la nostalgia de la belleza.[6]
DE LAS GUERRAS AL MATRIMONIO
Suele costar entender a los que se acercan a la Fenomenología del espíritu por primera vez que el proceso de esta obra va de lo más abstracto a lo más concreto. Suele haber una percepción según la cual el inicio de dicha obra –la certeza sensible: el aquí y el ahora– sería lo más concreto, y el saber absoluto, «como su propio nombre indica», se supone, una inconcreción absoluta. Sin embargo, en cuanto leemos, reconocemos que es exactamente lo contrario. Es un proceso de concretización, de concreción. Reconocemos que es el proceso de concepción porque el concepto es lo más concreto. La certeza sensible, como se sabe, es la pura enumeración y enunciación, abstractamente, del aquí y el ahora, que vale para todos los aquí, que vale para todos los ahora. Si escribimos en la pizarra «Hoy no hay conferencia», no habrá conferencia nunca, pues siempre será hoy y ese hoy será todos los hoy. Por tanto, el camino va de lo más abstracto a lo más concreto. Porque sólo se puede ser concretamente en el seno del saber absoluto, en el seno de lo común, sólo se puede ser alguien en el seno de la comunidad. Esto nos puede producir algún trastorno, toda vez que pensábamos que en Hegel la idea del todo era más bien la aniquilación de los individuos. Pero es que no hay que confundir los individuos con los singulares. En principio, no es una anulación, sino una concreción. Y de esto es de lo que vamos a hablar, del matrimonio.
El mundo ético, el mundo desgarrado en el más acá y en el más allá, junto con la visión moral del mundo, todo ello son los espíritus reales, cuyo movimiento y cuyo retorno al Selbst del espíritu ha de desarrollarse. En definitiva, la conciencia «se aparta de la apariencia coloreada del más acá sensible y de la noche vacía del más allá supra sensible para marchar hacia el día espiritual del presente [in den geistigen Tag der Gegenwart]» (Ph.G. 109/2-3; 113), en una consideración que estimamos emblemática de la Fenomenología del espíritu. Esta afirmación de Hegel, que nos pone en un ámbito que desde luego no es el más acá coloreado y sensible ni el más allá suprasensible, abre un espacio al que estamos convocados, el día espiritual el presente. Será la acción la que va a introducir la separación en la unidad inmediata del mundo espiritual. La ley humana y la ley divina. La ley humana: el pueblo, las costumbres de la ciudad, el hombre, el gobierno, la guerra. La ley divina: la familia, el culto a los muertos, la mujer, la comunidad ética universal. La comunidad aparece como una totalidad, tiene su vitalidad real en el gobierno como aquello donde es el individuo. El espíritu de la agrupación universal es la singularidad y es también la esencia negativa de esos sistemas que se aíslan. Por eso, para no dejarlos arraigar y consolidarse en este aislamiento, para evitar con ello que el todo se desintegre y el espíritu se esfume, Hegel considera que el gobierno tiene que sacudirlos de vez en cuando en su interior por medio de las guerras, infringiendo de este modo su orden establecido y su derecho de independencia.
Podemos ser amables y traer a Heráclito y hablar de polemos[7]y decir que no se trata sin más de las guerras como nosotros las llamamos o nos referimos a ellas; podemos ser amables y reivindicar la lucha como padre de todas las cosas, podemos ser amables y asumir ese diferir que nace del conflicto, que es la esencia de la belleza. Hegel sostiene que la guerra hace y deshace a la vez la comunidad ética, porque asegura la cohesión.[8]Para quienes amamos la paz, que es más que la ausencia de guerras, resulta un poco convulsivo que Hegel diga que una guerra de vez en cuando no viene mal. Otra cosa es que nosotros, leyendo a Heráclito, de su mano, entendamos polemos de modo más polémico. El padre de todas las cosas es exactamente la polémica, la lucha. A veces hay guerra porque nos falta lucha y se enquista la confrontación no activada. Por tanto, hablamos de la paz reivindicando la lucha frente a la guerra. Pero Hegel emplea la palabra guerra. La guerra hace y deshace la comunidad ética. Si asegura esa cohesión es reprimiendo la individualización y, a la par, llamando a la individualidad. Parecería que sólo en esos espacios convulsivos podemos reconocer que dicha escisión es insostenible. No entendemos la guerra, entonces, como una acción exterior que introduce negatividad en los contrarios.
Hablemos, pues, de la lucha que es la asunción de la negatividad en el corazón mismo de su contrariedad o de su contradicción. La dialéctica no consiste en introducir negatividad a la realidad. No se trata de que en el movimiento dialéctico,[9]después de que el primer momento sea el momento abstracto del entendimiento y el segundo lo dialéctico o lo negativo, sea preciso impregnar de dialéctica negativa al mundo para que se convulsione. Basta con hacerse cargo de la negatividad inherente al momento especulativo. Por tanto, la dialéctica no es la introducción, sino el reconocimiento, la activación de aquello que es ínsito en su mismo corazón, que es su negatividad. Por eso, veremos que no se trata de cultivar activamente la maldad. Somos partidarios de la bondad, de ser activamente buenos. El bien decir, el bendecir, es el que reconocerá inmediatamente la negatividad inherente en lo que hay. Si esto es así, con este trabajo la esencia negativa se muestra como la potencia propiamente dicha de la comunidad y como la fuerza de su autoconservación. Así que el proceso que les propongo es que vayamos, de la mano de Hegel, en este texto que nos conduce de las guerras al matrimonio. Y tal es el camino que nos corresponde hacer.
Ya hemos planteado algunas objeciones a la palabra guerra, ya la hemos vinculado a la polémica del polemos heraclíteo, ya hemos hablado de la lucha, ya hemos recordado la negatividad inherente, pero, ¿cómo iremos de las guerras al matrimonio? No se trata de resolver el problema bélico del mundo haciendo casamientos. Lo que se propone es el camino que está en la pura lectura del texto de Hegel. La ley humana parte, en su movimiento vivo, de la divina, la ley vigente sobre la tierra, de la ley subterránea, lo consciente, de lo inconsciente, la mediación, de la inmediación, y retorna de nuevo al lugar de donde partió. La familia reconoce diferencias dentro de sí, diferencias entre el marido y la esposa –palabras de época–. Reconoce diferencias entre el padre y el hijo, entre el hermano y la hermana. El matrimonio es una relación pero bien singular. Es esencialmente una relación ética. Desde luego, para Hegel, ni se basa sólo en la relación física ni en la simple relación entre seres. Desde luego, ni se basa ni es, como algunos defienden, un mero contrato civil, y, desde luego, no se fundamenta exclusivamente en el amor, dado que el amor es contingente y agregado, y en ello no puede basarse la ética.[10]
Lo que sí interesa a nuestros efectos es esta relación sin mezcla, porque es en el amor, en la confianza y en la comunidad de la totalidad de la vida individual en donde se sostiene esta relación que llamamos ahora matrimonio. Y nos va a interesar, de todas estas relaciones que ya están en la palabra matrimonio, la relación entre el hermano y la hermana –y no solamente la relación entre el marido y la esposa–. Porque la familia no sólo tiene propiedad. Una familia –según Hegel– no puede basarse en la propiedad, dado que la propiedad es persona universal y perdurable. Tiene necesidad de una posesión permanente y segura, de un patrimonio. Así que Hegel subraya –lo sostiene él, no sólo el título que les propongo– que sin patrimonio no hay matrimonio. No habla He-gel de una propiedad más o menos asentada y asegurada, sino de algo otro. Si nos fijamos en esta relación de la posesión permanente y segura llamada «patrimonio», será la relación del hermano y la hermana –y no sólo, insistimos, la relación entre marido y esposa– la que nos va a llevar en la dirección de lo que hemos de pensar hegelianamente. Se trata de una sangre que ha alcanzado en ellos la quietud y el equilibrio. Sería muy desatinado que hiciéramos una mera lectura antropológica de la propuesta de Hegel. Sería muy desatinado que hiciéramos una lectura sociológica de la propuesta hegeliana. Sería muy desatinado que hiciéramos una propuesta en términos psicológicos de Hegel o, dicho de otro modo, sería muy desatinado que de aquí se extrajeran meras consignas para la vida particular.