hermano abandona la eticidad inmediata elemental y, en rigor, negativa, de la familia, para adquirir y hacer surgir la eticidad de sí misma real. Esto es muy importante porque tiene que ver con una palabra fundamental de Hegel, Versöhnung, la «hermanación», la capacidad de hermanar, la verdadera reconciliación. No hemos de ignorar que fraternidad es un término revolucionario. No hemos de ignorar que la fraternidad es la pariente pobre de la revolución. No hemos de ignorar que la libertad y la igualdad que tanto nos conmueven –y con razón– encuentran su sentido radical en su imbricación con la fraternidad. No hemos de olvidar que en los textos de H. Nohl llega a citarse, al menos una vez, incluso como verbo, fraternisieren, fraternizar, como una acción.[11]Y no hemos de olvidar que Hegel y sus amigos del Stift de Tubinga plantaron no sólo el árbol de la libertad en el centro de la plaza, también plantaron árboles de la fraternidad en los linderos de caminos y de los pueblos, entre unos y otros. Y hay ahí una convocatoria y un grito revolucionario, que se decía en voz baja, porque era un grito peligroso: «Salut et fraternité», salud y fraternidad. Pero otra cosa es que hemos hecho de la palabra fraternidad, en su lectura tibia, la proclamación de una distancia respecto de una verdadera imbricación con los otros. En el corazón de esta palabra hay la voluntad de una comunidad donde poder ser libre y diferente; en el corazón de esta palabra hay un sueño hegeliano, que es «la diferencia en la libertad» (caracterización suya, por cierto: «Este ser otro sería la diferencia en la libertad» [Ph.G. 318/35; 345]). Y en esta dirección queremos avanzar, en reconciliar como hermanar frente a la unilateralidad.
LA PERMANENTE RECONCILIACIÓN
Cabe decir que la reconciliación como «hermanación» es el procedimiento, el método, el modo de proceder, hegeliano. Nunca olvidemos que en el párrafo séptimo del capítulo «El saber absoluto», que puede considerarse el texto central de la Fenomenología del espíritu,[12]se dice que hasta dicho momento ha habido mucha reconciliación, diferentes formas de reconciliación que operan además[13]de doble manera, a saber: la reconciliación de la forma y la reconciliación del contenido. En «La religión»,capítulo anterior al de «El saber absoluto», se daba la reconciliación del contenido, pero con una forma inadecuada porque se basa en la representación, mientras que en el resto de la Fenomenología del espíritu no se había hecho presente el contenido adecuado, aunque sí la forma, que es la del sí-mismo (Selbst). En dicho punto nos queda algo más que hacer.[14]Todavía no ha acabado la Fenomenología del espíritu, ni siquiera con «La religión». Y es que en el seno de «El saber absoluto» se requiere que se efectúe una Versammlung, una Vereinigung, se precisa un recolectar, un recoleccionar, un unir la forma que no había encontrado su contenido con el contenido que no tenía forma adecuada. Y reconocer su mutua pertenencia. Y tal es efectivamente el modo de proceder del saber absoluto, la unificación de dos reconciliaciones (Ph.G. 425/10-18; 464). Por tanto, la Fenomenología del espíritu no se acaba con el espíritu, aunque se llame de esa manera.
Y si esto es así, lo que ahora nos importa es señalar que hay un modo de proceder que es el de reconciliar como hermanar frente a la unilateralidad. El hermano pasa de la ley divina, en cuya esfera vivía, a la ley humana. Y es necesario considerar con atención la figura singular de la hermana en la Fenomenología del espíritu. La esposa sigue siendo, quizá, la directora de la casa, la guardadora de la ley divina, pero el hermano y la hermana se sobreponen a su esencia natural. Se presentan en su significación ética como diversidades que dividen entre ambos las diferencias que la sustancia ética se da. Y aquí aparece en el texto de Hegel la figura de Antígona de Sófocles. Porque tras la muerte de un esposo, otro puede sustituirle, tras la muerte de un hijo, puede tener un segundo. Pero ya no puede esperar el nacimiento de un hermano. Será la justicia la que reduzca de nuevo a equilibrio a lo universal cuando éste se haga demasiado prepotente sobre lo singular. La armonía del mundo ético se tambalea. Familia y comunidad se oponen porque dos derechos diferentes se enfrentan. El resultado de este conflicto será la desaparición de sus esencias y de las conciencias de sí que las encarnan. Tanto la ley divina como le ley humana son vencidas por el destino, pero la verdad de este destino que encara la conciencia de sí es el hombre, el sí-mismo efectivo, que resurge escondido de esta tragedia. Para Antígona, las órdenes de Creonte son una violencia humana; para Creonte, el acto de Antígona es una desobediencia criminal. Por eso es preciso tomar conciencia de que la ley no es ajena y de que es para mí, que se agota en estar a mi servicio. Será precisa la unidad de la esencia y la potencia, es decir, del contenido ético de la individualidad que obra.
El derecho absoluto de la conciencia ética consiste, por tanto, en que la acción, la figura de su realidad, no sea sino aquello que esa conciencia sabe. Pero, entonces, la autoconciencia se convierte por la acción en culpa, pues la culpa es su obrar, el obrar de la autoconciencia, y el obrar su esencia más propia. La culpa (Schuld) adquiere también la significación del delito (Verbrechen): «La acción ética lleva en ella siempre el momento del delito» (Ph.G. 254/18-19; 276). La autoconciencia, al obrar, deviene culpable y criminal. Si estamos en la inmediatez natural, obrar es siempre infringir, es siempre escindir. La acción sabe, pues, más que el autor en tanto que el hecho consumado es la oposición superada del sí-mismo que sabe y de la realidad que se enfrenta a él, es el hecho el que pone en movimiento lo inmóvil, el que invierte el punto de vista de la conciencia y su consumación y el que expresa que aquello que es ético debe ser real, dado que la realidad del fin es el fin del obrar. El obrar es el que expresa cabalmente la unidad de la realidad y su sustancia. Y no se recuerda suficientemente como se merece la afirmación de Hegel según la cual el verdadero ser del hombre es su obrar. Cuando hablamos de la belleza, de dar belleza a la forma de vida, de dar belleza a nuestro obrar, hablamos de dar belleza al verdadero ser que es nuestro obrar. En otras palabras, la actividad o la efectividad del fin es el fin del obrar. Ya tuvimos ocasión de decir que vivimos en una sociedad donde hay mucha actividad y poca acción, ya tuvimos ocasión de decir que falta obrar.[15] Todo se ha puesto perdido de actividades, hay que abrirse paso entre actividades para poder encaminarse, pero ¿dónde está la acción, el obrar del hombre? Porque tiene lugar un auténtico declinar de la sustancia ética y su transición a otra figura. Y dado que la conciencia ética se orienta hacia la ley de un modo esencialmente inmediato, la inmediatez tiene la contradictoria significación de ser la quietud inconsciente de la naturaleza y la inquieta quietud autoconsciente del espíritu.
Y entonces se produce el paso a Roma porque la tragedia pasa a ser comedia. La esencia absoluta que se refleja a sí, precisamente aquella necesidad del destino vacío, no es otra cosa que el yo de la autoconciencia: el hombre descubre que está él mismo tras la máscara. Y nace el Estado de Derecho como momento que corresponde históricamente al Imperio romano y a su decadencia, al estoicismo y al derecho. Cabe decir, por tanto, que el derecho no agota la verdad de la ética. Apunta en una dirección adecuada, pero la ética apunta en la dirección de la justicia. El derecho compone bien, pero le faltan jugos. Cabe escuchar tras estas palabras el proceder de algo más que algunas etimologías, y liberar sentidos. Porque derecho tiene que ver con atrezzo, con aderezo. El derecho es también la capacidad de componer, como se compone una receta, como se compone una sociedad, como se compone una casa. Eso es también el derecho, atrezzo, capacidad de adiestrar y de ordenar. Pero justicia tiene que ver con ius, con jugo, con jugo. Cuando alguien adereza sin jugo, la cosa queda un poco acartonada. El derecho precisa del jugo de la justicia. Y en esa dirección apunta la ética: no sólo en la consumación del derecho, sino también en la justicia por venir. El derecho de la persona no se vincula a una existencia más rica ni más poderosa del individuo, ni tampoco a un espíritu vivo universal, sino más bien al puro uno de la realidad abstracta, a ese uno como autoconciencia en general. Derecho y derecho de propiedad son, para Hegel, expresiones idénticas.
Estamos por ello aún en los espacios del reparto, pero no de la distribución. La idea de distribución incluye una noción de justicia toda vez que tiene en cuenta una singularidad, la singularidad de una situación. ¿Es que es lo mismo repartir que distribuir? ¿Es