familiares anduvo aquí y allá recorriendo el mundo y su condición de artista muy instruido en la cultura europea hace de él un crítico perpetuo. Tampoco es un podrido capitalista... Tiene muchas ideas renovadoras en la cabeza en una época en que todo está desintegrándose y los viejos valores parecen sobrepasados. Pero, aunque fuese un reaccionario, Várvara tendría que reconocer que encuentra en él algo que no se mide en parámetros políticos, algo más salvaje, más primario. Y, dado que conviene cambiar de tema, en los siguientes minutos se dedicará a buscar ese algo fogosamente.
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Carta de Lidia Alexándrovna Fótieva a Várvara Armand:
Vavushka:
En las pasadas semanas recibí la visita del señor Yákob Blomas. Se presentó como amigo tuyo, pero, por muy vieja estúpida que parezca, es imposible aceptar esa expresión. En mi generación estaba claro que un hombre y una mujer nunca son amigos. Pueden ser camaradas, pueden ser compañeros de misión, pero el sentimiento entrañable de la amistad, esa camaradería, siempre se enturbia con las necesidades del cuerpo y sus atracciones. Soy una mujer que hizo una revolución, vengo de una cultura materialista y sé dar al cuerpo lo que es del cuerpo: no me vengan con esos tabúes europeos. Te escribo hoy sin detenerme en las preguntas habituales sobre la salud y los proyectos. Hace años que no nos vemos, pero tu “amigo” ya me informó de que trabajas para escribir sobre tu madre. Si me hubieses pedido consejo, te diría que abandonases esa locura. Los muertos, muertos están, y no conviene dar vueltas sobre lo que ya no es. Pero, tras la entrevista, me quedé algo inquieta porque el señor Blomas, creo yo, está intentando levantar testimonios inadecuados sobre unos acontecimientos que son historia y donde no cabe la ficción. Por eso me decido a proporcionarte algunas explicaciones, tal vez innecesarias, pero tú, fiel a la revolución y a sus principios, sabrás sin duda tratarlas con la debida confidencialidad y utilizarlas cuando sea estrictamente imprescindible. ¡Que ese amigo tuyo no salpique a las figuras históricas que tuvimos la fortuna de conocer íntimamente!
Seguramente recordarás que, en el 22, en el período en que el camarada presidente V.I. estaba postrado, fuiste llamada con tus hermanos para visitarlo en Gorki. Y sin duda también vendrán a tu recuerdo las tristezas de aquellos días que los Armand contribuisteis a mitigar. Cuando Piotr Pakaln os indicó que debíais marchar, Nadia Krupskaia se quedó desorientada. Todo había sido determinado por María Ilínichna que hoy es una mujer de corazón delicado, pero en aquellos años era una auténtica leona, de puro luchadora. Nadia, unos días después, le escribió a Inna; en fin, ella escribía cientos de cartas por semana, con toda su eficiencia, que bien conoces. Mucha de esa correspondencia era secreta y, por razones de estado, acabó desarrollando cierta pericia en usar tintas invisibles, igual que se deshacía de muchas de las respuestas que recibía quemándolas. Sin embargo, conserva todas las cartas familiares. Fui a verla el otro día y hablamos de este encuentro con Blomas, de manera que la propia Nadhezka me ofreció copia de la carta que dirigió a Inna por aquel entonces y que dice así:
<<Bien, y ¿por qué no vas a poder estar con nosotros? No hay ningún problema. Este año vamos a tener que vivir más al estilo de las familias y también más abiertamente, dado que es imposible ocupar a V.I. más de ocho horas al día y, de todos modos, le hace falta un descanso dos veces por semana. Así que estaremos encantados de tener invitados. Él se preocupó mucho cuando le conté que estabas enferma y escribió una carta especial a Zhidelov hablándole de ti y de Lidia Alexándrovna y pidiéndole que cuidase de vosotras.>>
Puedes concluir, Vavushka, que todas las sospechas de ese amigo tuyo no valen nada al lado de las palabras de Nadia. Y no creerás que ella pudiese inventar sin más en lo que respecta al propio Lenin. Él siempre os quiso bien a ti y a tus hermanos, como quiso fraternalmente a vuestra madre –a quien, por cierto, nunca llamaría amiga, pienso yo, que tuve la fortuna de tratarlo y de recibir su estima–. Nadia sabía que las visitas le hacían bien, especialmente las de la gente joven, y quería, como siempre, ayudarlo. Pero debo decir que la disputa por vosotros creó cierto malestar. De todos es sabido que el carácter conciliador de Nadia tuvo mil veces que enfrentar la histeria de María, su cuñada. Recuerdo que en una ocasión V.I. fue visitado por el médico, el camarada Meshcheriákov, y aunque se demoró un par de horas, no le fue ofrecido ni un mísero té. Esto indignó a Nadia y, como los asuntos domésticos eran de la incumbencia de María, se quejó a V.I., quien entró en cólera contra su hermana y le gritó: “¡Un camarada hace un viaje hasta una casa apartada como esta y no hay nadie que le dé de comer! ¿Qué sabes de hospitalidad?”. E indicó normas explícitas sobre lo que en adelante debían dar de comer y beber a quien se acercase a la Casa Grande de Gorki. Pero María respondió que era Nadia quien debía haber dispuesto eso, dado que estaba presente en el reconocimiento y no ella. Lenin no quiso enfrentarse con las dos y suavizó: “Bien, todo el mundo sabe lo descuidada que es ella. No se le puede confiar esa tarea”. Cierto que esto no enmendaba la riña con su hermana, pero, al llamar descuidada a la propia esposa, pues... digamos que las dos quedaban igualmente reprendidas.
Cuando te muestro todas estas interioridades pretendo ser todo menos chismosa. Si investigas sobre la relación de tu madre con V.I., ya te aviso yo, que conozco toda la documentación con que próximamente levantaremos un museo que glorifique el noble nombre de Lenin, que no encontrarás nada interesante. Inessa era bolchevique y a veces tuvo un trato más estrecho con V.I. porque así correspondía en la historia. Que las lenguas rápidas y las mentes febriles que no saben someter a disciplina el propio cuerpo atribuyan un enamoramiento a quien nunca tuvo un momento de laxitud, puede ser inevitable, pero no somos nosotras quienes debemos alimentar ese supuesto. El malestar que me produjo tu enamorado con sus preguntas sobre la Kaplán me hizo reflexionar sobre el alcance de tu tentativa. Nadie se interesa por la vida de una bolchevique. Nuestra revolución es colectiva, y solo un blando puede pensar que ella o ninguna otra persona en particular pueda ser una pieza decisiva. Yo quería bien a tu madre: era lista, era trabajadora, era linda... pero la revolución no fue asunto de heroínas. Esa concepción burguesa de la historia debe ser abandonada. Por eso vengo, con esta carta, a darte los detalles relativos a vuestra estancia en Gorki; para clarificar todo bien.
Nadia y María se pasaban la vida discutiendo; eso es sabido. Nadia era la mano derecha de Lenin, pero María se entregó con tal devoción a su causa que merecía también todo el respeto de su hermano. Otra cosa es que su fuerte carácter originase algunos problemas domésticos. Tampoco es cierto que una y otra estuviesen luchando por poseer a Lenin, como dicen por ahí. No es verdad que, mientras él estaba enfermo, cada una soltase en su oreja los defectos de la otra. ¡Falsedades! Pero sí tenían puntos de vista diferentes, lo cual es perfectamente normal. María, por ejemplo, comentaba a quien quisiese escucharla que era una tontería permitir que el profesor Klemperer, que no se había distinguido mucho proponiendo la operación quirúrgica de extracción de la bala del atentado, permitiese a Lenin leer periódicos para seguir la actualidad política. Pero Nadia fue quien hasta el final lo mantuvo informado, lo que todavía nos está causando bastantes problemas a todos nosotros en esta etapa de gobierno que vivimos. Por este tipo de tensiones, tan incómodas, creo que cualquier cuestión relativa al atentado debe ser tratada con la máxima cautela. Con todo mi afecto,
Lidia Alexándrovna
Post-Data: Envío para tu conocimiento, algunos cuadernos de tu madre que Nadia conserva y que piensa serán un buen regalo y te consolarán de esa nostalgia de ella que te llevaba al erróneo proyecto de escribir. Me ruega que añada sus más cariñosos saludos.
6
Ostracia no es un destino.
Es apenas un tiempo
caduco,
como todas las estaciones,
un lugar que se mantiene sin derruir
porque ella quiere castigarse,
no porque ella deba ser justamente castigada,
sino porque ella DESEA
ser castigada.
Inessa Armand (1914). Cuadernos apócrifos. París.
7
−¿Puedo