Teresa Moure

Ostracia


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tardó en acordar los términos de una nueva entrevista con Alexandra. Y esas horas tampoco son nada comparadas con el número de años que ha pasado atormentada por la cuestión que va a afrontar justamente ahora. Hay momentos en que el universo se juega el futuro en un tiro de dados.

      −¡Adelante! −Alexandra Kollontai es directa: está acostumbrada a tomar decisiones rápidas y nunca fue amiga de cortesías ni melindres.

      −¿Mi madre solo era la amante de Lenin?

      −¡Fue amante de Lenin sin duda! −Los ojos de Alexandra se vuelven a Várvara con cierta sorpresa–. No estarás preocupada con eso ahora, ¿no?

      −He preguntado si solo era su amante. No me preocupan las conductas sexuales. Me he criado en el país y en el régimen que ha dado más libertad a las mujeres...

      −Mucha menos de la que necesitaban −interrumpe su interlocutora.

      −¡Oh!, sí, bien, es posible. No se trata de eso. No estuve junto a mi madre tanto tiempo como es habitual, pero los tiempos que viví con ella fueron bastante para saber que no era una monja. Y el camarada Lenin tuvo tanto cuidado de mí y de mis hermanos que siempre supe que algo había existido... aunque el hecho de que Nadia también nos mimase y nos quisiese tanto determinó que reordenase mentalmente todo y llegase a imaginar si serían solo habladurías. En cualquier caso, no es un asunto de puritanismo.

      −Me alegra saberlo. No me veía preparada para tener una conversación de ese tipo con una mujer hecha y derecha como tú.

      −Lo que me ha preocupado todos estos años es saber si mi madre habría tomado sus decisiones políticas solo por amor. Confieso que no me gustaría que fuese así.

      −Entiendo. ¿Estás pensando que tal vez él la utilizase?

      −No albergo dudas sobre Lenin. Lo que dudo es si mi madre actuaría movida ciegamente por su amor a él.

      −Pues sin duda que la utilizaría... Todos éramos piezas indispensables, piezas insustituibles en el mecano. Yo también la utilizaría si fuese el caso. Entiéndeme bien: no hay nada de inmoral ahí. La política tiene mucho de química y las atracciones personales desempeñan siempre un papel definitivo. La política es un juego de persuasión y, hasta cierto punto, de seducción también.

      −Bien sé que una revolución no es una broma. Bien sé que apostaban todos por un cambio tan radical que las existencias particulares disminuirían de valor, pero preciso saber cuándo actuó por convencimiento propio y cuándo fue impulsada por sus sentimientos hacia otras personas.

      −¿Por qué? Somos lo que hacemos.

      −No. Somos aquello en lo que creemos... y apenas hacemos lo que podemos.

      −Hacía mucho tiempo que no tenía una conversación en estos términos tan filosóficos. Ahora por fin entiendo la entrevista del otro día, ¿sabes? No era muy lógico que estuvieses escribiendo una biografía sobre tu madre en estos momentos, ni mucho menos que vinieses a preguntarme a mí.

      Grethel, la criada que se ocupa de la casa de Alexandra Kollontai, ya ha visto prácticamente todo cuanto puede ser visto en esta vida. Sabe que lo que corresponde a su oficio es ver, oír y callar. Sin embargo, cuando va a retirar la bandeja con las tazas, su instinto la avisa de que la señora está suficientemente divertida como para ser molestada. Aunque muchos de los tés que se ofrecen a los visitantes de esa casa sean pura rutina, aunque la señora haya repetido muchas veces que es bueno que alguien del servicio entre para hacer recordar a la visita que ya ha pasado un ratito y que es hora de ir levantado las alas, Grethel entiende con solo ver la sonrisa que tiene en la cara, que se siente feliz delante de la joven señora rusa. Es justo reconocer la entrega y el buen oficio de esta criada. Tras la revolución nadie es valorado por la familia de procedencia o por la ocupación más o menos elegante que desempeñe, sino por la constante dedicación a la tarea encomendada. Grethel cumple y cumple bien, debe ser dicho, sobre todo teniendo en cuenta que las señoras hablan en una lengua que suena como el canto de las aves en primavera y que ella no entiende ni una palabra de lo que dicen. En el tiempo que demora Grethel en intentar retirarse, calentar agua de nuevo, y traer otra tetera, la conversación seguramente habrá avanzado.

      −Mi prometido y sus amistades son bastante críticos con el rumbo que va tomando Rusia y debo confesar que, por primera vez, tengo algunas dudas.

      −Si le preguntases a cualquiera de los que vivieron aquel tiempo, te dirían que tu madre y yo no éramos amigas. La palabra que más veces se repitió para hablar de nosotras era rivales. Pero yo apreciaba a tu madre y, con toda probabilidad, el sentimiento era recíproco. Creo que Inessa se sintió muchas veces frustrada por la lentitud con que progresaba la causa femenina que, al tiempo, era lo que más le atraía de la revolución. No es de extrañar; fue una mujer castigada por su libertad. Cuando entró en el Partido, ya tenía un pasado que no sé si conoces...

      −Sé que mi hermano pequeño, Andrei, no era hijo de mi padre. ¿Se refiere a eso?

      −No solo eso, es que era hijo de tu tío Volódia...

      −Lo sé, ¡claro!

      −Lo sabes, pero no sé si lo valoras. Una mujer entonces de casi treinta años, con cuatro hijos paridos y uno adoptado, no se mete en la cama de su cuñado de diecisiete... y ¡rayos!, si lo hace, no va corriendo a contárselo al marido ni decide cambiar de pareja. ¿Sabes lo que fue eso?

      −Lo sé, sí.

      −No lo sabes, chiquilla... no lo sabes... ni te imaginas las insinuaciones que tendría que soportar ya para siempre. Ni te imaginas qué tipo de institución era el matrimonio en la alta burguesía rusa... Ella nunca lo escondió. Es cierto que se había casado siendo poco más que una niña, como hacían todas. Pero hay una osadía inmensa en flirtear con tu tío Volódia... y contarlo. Y en irse con él al Mediterráneo y volver embarazada.

      −Reconozco que no puedo valorarlo igual que usted. Usted tenía otra edad, conocía de otra manera cómo eran las cosas... De entre nosotros la confidente de mi madre era Inna. Pero, en fin, vivimos todos juntos en Moscú, en el número ocho de la calle Ostozhenka, con el tío Volódia... en una casita linda, que permitía ver las torres y cúpulas del Kremlin en la distancia.

      −Veo que tienes recuerdos algo nostálgicos de aquella época...

      −La infancia es el tiempo de la felicidad, ¿no? Fui feliz ahí. Recuerdo apenas hilos sueltos, pero, de tanto hablar de ellos con mi hermana Inna, puedo interpretarlos. Los estudiantes entraban y salían, había reuniones políticas a diario y la actividad subversiva contra el zar era continua. Aunque los niños teníamos específicamente prohibido aparecer en el despacho donde conspiraban, digamos que nos beneficiábamos del jaleo general... Por no decir que, a veces, debíamos salir con las nannies por la puerta delantera para confundir a la policía. Así, los que estaban en la reunión podían escapar por la puerta de atrás...

      −Sí, a tu madre le gustaba el vodevil –rio Alexandra–. Se atrevía a ser tan libre como era posible. Con todo, creo que no tendría todos los amantes que se le atribuyeron... Era una mujer hermosa y activa y, desgraciadamente, eso siempre implica que los demás imaginen cierta predisposición a la promiscuidad.

      −No me está entendiendo. No necesito justificación para lo que hiciese en su cama. No creo en la moral burguesa... Solo me interesa su actuación política.

      −Pues allí donde vayas, verás que es interpretada siempre como la amante de Lenin, como si no hubiese hecho nada más que acostarse con un camarada tan feo y tan poco dado a la voluptuosidad.

      −Dicen que los calvos tienen buena disposición erótica −Várvara se va atreviendo porque esta mujer la provoca para decir todo lo que le pasa por la cabeza.

      −Lo dicen ellos, para consolarse de no tener pelo...

      Grethel oye las carcajadas en la cocina y hace un gesto de agradecimiento a una estampa del Sagrado Corazón que tiene escondida dentro de un armario para que la señora no la vea. Estos comunistas son algo maniáticos contra la religión y ella no quiere problemas con