Matei Vişniec

El bolsillo del pan. Caballos en la ventana. La araña en la herida


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a Matei Visniec, tal vez, según afirmada Valentin Silvestru, porque lo considera parte de la condición humana. Uno de sus personajes favoritos es el Payaso, el histrión por excelencia. Hay rasgos de ese Payaso en casi todos los personajes de sus obras, manifiestas, como en Angajare de clovn (Se contrata payaso viejo), o no tan evidentes, como en la pareja de Buzunarul cu pâine (El bolsillo del pan): el Señor del Bastón y el Señor del Sombrero. Atraídos alrededor de un pozo abandonado, al atardecer, por los lamentos de un perro que se había caído dentro, los dos discuten, se acusan recíprocamente, no encuentran ninguna solución al problema. Intentando más que ayudar al perro, tranquilizar sus conciencias, se contentan con tirarle trozos de pan. Al final, aplazan para el día siguiente la decisión salvadora; no son capaces de actuar, solo de hablar, de fantasear, de imaginar. Con la conciencia tranquila, se acuestan alrededor del pozo mientras desde arriba empieza a llover trozos de pan. A otro nivel, Alguien les trata de la misma manera.

      La crítica literaria ha observado que la espera es un motivo esencial, muy recurrente en la obra de Matei Visniec. Consagrada por Samuel Beckett, en el espacio teatral del dramaturgo rumano la espera cobra dimensiones distintas en función de la obra que se construye a su alrededor. En Caii la fereastră (Caballos en la ventana, 1987) es menos evidente que en Buzunarul cu pâine. Aquí tres personajes ─tres mujeres representadas por la misma actriz─ reciben a un Mensajero cuyo mensaje concluye una larga espera, tras la partida de sus seres queridos (el Hijo, el Padre, el Marido) a la guerra. En el cuaderno-programa del estreno francés de la obra (su estreno se anuló en Rumanía porque el autor había decidido en la víspera salir del país), Matei Visniec declara que había deseado tratar el tema del antiheroísmo. En su obra no hay héroes, la crisis de identidad la demuestra ese tránsito de los mismos actores por tres personajes que tienen nombres genéricos, que los identifica como miembros de familias incompletas: la Madre y el Hijo, la Hija y el Padre, la Esposa y el Marido.

      Sin embargo, el personaje principal es la muerte, puesta en escena en tres historias distintas. El Mensajero, personaje aterrador por su fingida empatía («Déjeme a mí, señora, déjeme a mí. Yo estoy aquí. Yo estoy siempre aquí… Y también me llamo Hans…»), anuncia la muerte desacralizada, grotesca, hasta ridícula de dos de los personajes (el Hijo y el Marido) y la locura del tercero (el Padre), que también es una clase de muerte. Y entra en escena un personaje invisible, igual o más aterrador, el Caballo. Gran conocedor de la mitología popular rumana, donde el Caballo tiene un doble significado, una doble presencia (como animal benéfico, apotropaico y psicopompo o como demonio infernal), el autor juega con esas dos dimensiones, inclinándose claramente hacia la última:

      (…) EL HIJO: He oído que los caballos ocuparon ayer por la mañana el matadero. ¿Será posible algo así?

      (…) EL MENSAJERO: Aún no se sabe de quién era el caballo. No se sabe de quién era ni cómo escapó de allí. Lo cierto es que ha perseguido a su padre paso a paso. Ferozmente, días tras día, noche tras noche… Ha sido, sin duda, una verdadera pesadilla. ¿Se da cuenta de lo terrible que es sentir el resuello de alguien en la nuca?

      Como bien observó el crítico literario Mircea Ghiţulescu, el principio de la obra recuerda a una Mutter Courage en miniatura y se mantiene hasta el final como un tríptico sobre el absurdo y la estupidez de la guerra. El Hijo y el Marido tendrán una muerte desprovista de gloria y el Padre enloquecerá, convirtiéndose en un muerto en vida. El Hijo morirá por la coz del caballo que le obsesiona desde su primer día de recluta y los restos del Marido acabarán bajo las suelas de las botas de sus camaradas, de manera que, en vez de su cadáver, la viuda recibirá una ristra de botas militares. La muerte del Marido obsesionado con matar a los enemigos no solo no es heroica, sino que es insultante y grotesca.

      Păianjenul în rană (La araña en la herida,1987) es la última y la más corta de las tres obras elegidas, un extraordinario texto sobre el fervor religioso que trata el mito bíblico de la crucifixión de Cristo entre los dos ladrones. Humil y Begar, los dos ladrones que llevan nombres de todas partes y de ninguna, comparten su agonía en la cruz con Cristo y le imploran primero que los libere, luego que solo les dé una señal para que crean en Él, antes de morir. Estamos de nuevo delante de una pareja de personajes que llevan las riendas de la obra, con dramatismo, hacia un desenlace impresionante: por el madero de la cruz de Cristo sube una araña que amenaza con penetrar en la carne del Redentor. Los dos ladrones intentan detenerla escupiendo con fuerza sobre Cristo. Considerada por algunos como un salmo moderno donde la necesidad de creer engendra la fe, la obra tiene un gran impacto visual, y un final donde la abyección y de la belleza van de la mano.

      En cuanto a la pequeña araña, una antigua leyenda rumana cuenta que, testigo de la traición de Judas, se ofreció a tejer la cuerda destinada a aprisionar a Cristo y por eso la Virgen la castigó a tejer eternamente su fina telaraña.

      Sin embargo, también hay otra que cuenta una historia totalmente distinta, sobre la araña de la cruz. Según la leyenda, esta subió sobre la Cruz y entabló un diálogo con Cristo, pidiéndole poder para dar muerte a sus detractores. Impresionado y complacido, el Señor hizo que tuviera para siempre inscrito sobre su cuerpo el signo redentor de la cruz.

      Las tres obras aquí traducidas tienen, pues, un punto en común: el importante papel que desempeñan en ellas los animales. No se trata para nada de un hecho aislado en la dramaturgia de Matei Visniec, donde los seres animados no humanos aparecen con frecuencia, solos o en grupo con otras especies; y, de hecho, algo parecido ocurre en sus poemas y novelas. La presencia animal es esta obra es, además, compleja, pues obedece a diversas coordenadas y no siempre resulta fácil de explicar, por su simbolismo.

      Los animales domésticos están ampliamente representados en la fauna literaria del autor, y no solo en su teatro sino también en su poesía, como podemos ver en Oraşul cu un singur locuitor (La ciudad de un solo habitante) y en su narrativa, donde su reciente novela Iubirile de tip pantof, iubirile de tip umbrelă (Amores de tipo zapato y amores de tipo paraguas) es un buen ejemplo. Se trata de una prueba más de las frecuentes intersecciones entre los géneros que cultiva el autor. Aparecen sobre todo en esas obras el caballo, el perro, el pájaro y el gato, oscilando entre el realismo más crudo y lo fantástico, con connotaciones simbólicas unas veces claras y, otras, difícilmente conceptualizables.

      Matei Visniec tiene una especial predilección por el caballo, como se puede ver en una de las obras aquí traducidas. Caballos en la ventana no es, de hecho, la única obra en que este animal es presentado como víctima inocente de las guerras entre los humanos. Ya en una de sus primeras obras en rumano, Groapa din tavan (La fosa del techo), especialmente sombría, pues trata de una guerra fratricida, se advierte a los refugiados de la desgracia que les espera si no han enterrado su caballo, ya que este los soñará y volverá locos. Y, de hecho, el caballo aparece un momento en el refugio y ataca a un personaje. El odio, pues, del caballo por el hombre que lo hace partícipe de sus propias guerras, como vemos en Caballos en la ventana, ya tenía un precedente en otra obra del autor. Pero el caballo no siempre tiene ese comportamiento en el teatro de Matei Visniec. Así, encontramos un cuadrúpedo muy particular en un módulo de Théâtre décomposé ou L’homme poubelle (Teatro descompuesto o el hombre papelera). En la inhóspita ciudad donde transcurre esa obra, un caballo se pone a seguir por todas partes a un hombre. Al principio, eso divierte tanto al hombre como a sus vecinos. Pero la presencia del caballo se hace tan insistente que el hombre termina sintiéndose acosado, y recoge la censura de todos los vecinos. Hasta el día en que, de pronto, el hombre monta al caballo y se deja arrastrar por un galope liberador fuera de la ciudad agobiante. El caballo aparece, pues, no solo como víctima del hombre sino también liberador.

      Los perros merodean en las obras de Matei Visniec, oscilando entre el realismo y lo fantástico, las buenas y malas relaciones con el hombre. Un perro errante perdido por un vagabundo, otro recogido por unos jubilados que siempre hacen el mismo paseo con él de noche, un perro muerto en la guerra civil y que ladra en la oscuridad para que encuentren su cuerpo son ejemplos de puntual presencia canina en diferentes creaciones del autor. Pero la crueldad del hombre con el perro, como vemos en una obra aquí traducida, aparece también con fuerza en el módulo Nous voilà avec des milliers de chiens qui sortent de