Mire, no era el tiempo para fijarnos en la ciudad. Sí recuerdo, sin embargo una portada barroca excelente de un museo.
P.: ¿El Palacio del Marqués de Dos Aguas?
R.: Sí, ese mismo. En fin… los recuerdos se pierden al paso de los años. Había tal excitación en la calle. Veías a los jóvenes milicianos que regresaban heridos del frente. Veías a la gente con esos monos que llevaba todo el mundo. Creo que eran de color verde. Bueno, los primeros días no vimos prácticamente nada, pues estuvimos ocupados en montar la exposición en el Ateneo Popular de Valencia. Fue entonces cuando apareció José Renau. Entre todos montamos la muestra de Cien Años de Grabado Político Mexicano. Creo que llevamos como cincuenta o sesenta grabados. Unos antiguos y otros contemporáneos. Quizás Fernando Gamboa se acuerde. Él había encontrado un grabado político alusivo a la guerra de la independencia. Un grabado del siglo XVIII. Presentamos la exposición frente a la Plaza de Emilio Castelar. Por allí, más o menos. Recuerdo un gran calor de amistad de los valencianos.
P.: ¿Tiene alguna anécdota de aquella estancia?
R.: Pues sí. De la residencia donde estábamos. La casa tenía un baño común. Allí me encontré a un señor muy educado que salía del baño con las manos temblando. Como si tuviera el mal de Parkinson. Luego me enteré que era el que les había cosido la boca a los mineros rebeldes de Asturias con alambre. Había falangistas y monárquicos españoles refugiados en la Embajada de México. Nunca se les veía. Muchos franquistas habían recurrido al refugio de la Embajada de México porque era de las más seguras. Creo que todas las Embajadas eran seguras pues la República española no había violado el espacio de ninguna embajada extranjera.
P.: ¿Quién era el embajador de México en España?
R.: El embajador de México en España don Ramón de Negri. Era un mexicano que había sido distinguido durante la Revolución mexicana, tenía como hijastro con una dama argentina a Carlos de Negri un periodista notorio en México porque era nefasto. Lo vimos en Barcelona. Llevaba el brazalete de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña haciendo cosas que denigraron a su pobre padre.
P.: ¿A quién conoció en España?
R.: No tenía entonces muchas relaciones culturales. Yo no era un intelectual. Pero entonces era un artista inmaduro. Quien iba al encuentro con sus iguales o sus superiores y le dedicó mucho tiempo fue Octavio Paz. Fue al encuentro de los literatos españoles más que a la lucha política. Allí hizo muchas relaciones con los escritores españoles. Para él ir a España, supongo, fue muy importante. Creó las relaciones que fueron definitivas para su carrera. No para su talento que ya lo tenía. Yo no estoy denigrando a nadie. Solo doy testimonio de lo que hizo en el viaje a España.
P.: Luego viajaron a Madrid.
R.: Desde Valencia fuimos a Madrid y allí encontramos a Rafael Alberti. Yo lo había conocido cuando viajó a México con María Teresa en 1935. Guardo un retrato con Rafael Alberti en la Alameda de México. La sede de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura estaba, en Madrid, en el Palacio de los Marqueses de Heredia Spínola. El escritor Alberti era de tal exuberancia que una noche invitó a la delegación mexicana –José Mancisidor, Silvestre Revueltas, Fernando Gamboa, etc.– a la sede de la Alianza. Con él estaba Santiago Ontañón. Al salir de la reunión me dice Silvestre Revueltas: ¡Qué bien hablan los españoles!
Porque nosotros no habíamos abierto la boca en toda la noche. Para nosotros los españoles eran tan exuberantes en su voz, habla, tono que nos dejaron orillados. Tanto Silvestre Revueltas como José Mancisidor eran hombres de pensamiento. Fue una experiencia inolvidable.
P.: ¿Qué recuerdos tiene de Madrid?
R.: Nosotros estuvimos en el Barrio de Arguelles de Madrid. Simplemente. En ese viaje hice pequeños dibujos y tomé muchas notas. Conservo algunas. Incluso al regreso hice algunas litografías. Me impactaron mucho los bombardeos y la presencia de los anarquistas.
P.: ¿Tuvieron algún problema en ese viaje?
R.: Nosotros fuimos a España en representación del gobierno del Lázaro Cárdenas. Tanto la Unión Soviética como México habían enviado armas a España. Entonces los anarquistas estaban en contra de la Unión Soviética y algunos anarquistas quisieron tomarnos a nosotros como bandera contra Rusia. Ahí hay que destacar las proezas dialécticas de José Mancisidor para no entrar en conflicto con los anarquistas y los trotskistas. Pero tampoco servir de bandera al antisovietismo de estas gentes. Era un asunto delicado. Solamente la gran experiencia política de José Mancisidor nos evitó problemas.
P.: ¿Qué recuerda de Silvestre Revueltas?10
R.: En Valencia el músico Silvestre Revueltas dirigió conciertos de sus piezas musicales. El público eran milicianos y otros particulares. La música de Silvestre gustó mucho. Es una música estallante, con mucho color, drama y alegría. Eran un gran compositor… Realmente tuvimos unas experiencias magníficas. Tuvo mucho éxito en Madrid, Barcelona y Valencia. Creo recordar que en Barcelona tocó con la Orquesta de Pau Casals.
P.: ¿Algún recuerdo más de la guerra?
R.: Sí, en una ocasión nos invitaron a una playa cerca de un Sanatorio para los heridos de guerra en Benicásim. Llegamos allí y de pronto las dos bellas mujeres de nuestro grupo –Susana Steel y Elena Garro– en plena juventud deciden meterse en el mar. Susana era una mujer corpulenta de una belleza similar a la Diana Cazadora. Una norteamericana de gran vigor. Y Elena no llevaba traje de baño. Se puso los calzones de Octavio sin su permiso y con una pañoleta al pecho se zambulló en la playa. De pronto se oyó un rugido de todos los heridos que gritaban ante el inaudito espectáculo. Inolvidable.
P.: ¿Y de su viaje a Madrid?
R.: Recuerdo mi paso por el Hotel Palace de Madrid. Allí hice muchos dibujos de heridos de la guerra. Horribles pero testimoniales. Ojalá hubiera tenido mayor madurez como artista. Tal vez hubiera hecho algo mejor.
P.: ¿Usted colaboró en alguna revista española?
R.: La revista Nueva Cultura publicó algún dibujo mío. Yo era entonces muy joven. Al llegar a Valencia tenía un cierto talento. Pero no tenía la madurez de Goya.
P.: ¿Asistió a alguna sesión del Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura celebrado en Valencia?
R.: Me asomé alguna vez pero tanto Fernando Gamboa como yo nos centramos en la exposición y en la realización de algunos carteles. Recuerdo que uno de los carteles tenían imágenes de campesinos mexicanos. Gamboa era un excelente diseñador gráfico. Más que un creador de imágenes. Un excelente museógrafo. Se entrenó para pintor pero desarrolló su talento como organizador y museógrafo.
P.: ¿Qué papel jugó la delegación mexicana en el Congreso de Valencia?
R.: La participación más destacada fue de los escritores José Mancisidor y Octavio Paz. Juan de la Cabada era un hombre de un gran valor político pero no era un orador. Era sobre todo un narrador oral.
P.: ¿Encontró al pintor Siqueiros en Valencia?
R.: No. A Siqueiros lo vi en el frente de Córdoba. Allí fuimos invitados por un coronel veracruzano Juan Bautista Gómez, paisano de José Mancisidor. Fuimos a verlo Mancisidor, Revueltas y yo. Como Revueltas era dipsómano, entre Mancisidor y yo nos ocupábamos de que no bebiera. Que no cayera en el alcoholismo. Silvestre me quería mucho pero yo era muy joven para contenerlo. Silvestre me decía:
–Muchacho vertical, déjeme en paz.
Estando en esa población cordobesa se presentó Siqueiros vestido de riguroso uniforme y con dos ayudantes. Todo muy teatral. Al quitarse el quepis descubrimos su rizada y larga melena mientras que sus ayudantes iban rigurosamente con la cabeza rapada. Fue un encuentro cariñoso. A Angélica Arenal no la vimos.
P.: ¿Encontró en España a Tina Modotti?
R.: No