climáticas (temperaturas medias anuales suaves y precipitaciones en torno a los 500 mm), y la topografía, instaron al levantamiento de la red hidráulica y posibilitaron su consolidación. La navegabilidad del río Júcar hasta la población de Alzira limitó su aprovechamiento para el regadío hasta bien avanzada la Baja Edad Media (siglo XV). A cada margen del Júcar, el regadío se fue desarrollando mediante sistemas de meso y de microescala, a partir de captaciones de aguas de fuentes, de “ullals”, del subsuelo, mediante norias de sangre, y de cursos de agua menores, afluentes del Júcar. El río Albaida sí que permitía el desarrollo de un espacio irrigado de más envergadura, pero en el resto de la comarca los regadíos se limitaban a pequeñas huertas asociadas a las alquerías y núcleos de población (Furió y Martínez 2000).
Figura 5. Valle de Aigües Vives
Por tanto, el paisaje de La Ribera, notablemente ligado a la agricultura de regadío, se ha ido configurando atendiendo a cuatro grandes etapas históricas (Sanchis et al. 2010). Un origen islámico medieval, como el que arriba apuntábamos, vinculado a las alquerías que se extendían por el llano. Algunas alquerías de La Ribera Alta captaban las aguas de afluentes, pero en La Ribera Baja el desarrollo del regadío estuvo limitado a la captación de aguas subterráneas. La segunda etapa sería la iniciada tras la Reconquista (siglo XIII), donde, además de conservarse el paisaje hortícola existente, se abrieron nuevos sistemas de riego para abastecer los entornos de las villas reales fundadas. En este momento es cuando se empiezan a crear sistemas de regadío a partir del río Júcar. En 1258 se inicia la construcción de la Acequia Real de Júcar, arteria que va a condicionar el paisaje comarcal en la margen izquierda del río.
En el siglo XV se permitió que, ciudades situadas aguas abajo de Alzira (Sueca y Cullera), pudiesen captar aguas del río Júcar, lo que hizo posible la integración de las huertas de las alquerías existentes en un único sistema. Esto tuvo consecuencias ambientales y paisajísticas, al cambiar la salinidad del lago y las condiciones de los humedales en torno a La Albufera, y al transformar tierras de marjal, o tierras de secano, en regadíos. Entre los siglos XVI y XIX, el cereal, la vid y el olivo, las moreras y el arroz, acompañaban a los cultivos hortícolas, destinados al autoconsumo. La expansión del arroz se inició en La Ribera Baja, en el siglo XVIII, pero su rentabilidad provocó su expansión en La Ribera Alta.
Figura 6. Panorámica de los arrozales meridionales de la Albufera
La última etapa estaría compuesta por los siglos XIX y XX, donde se produce una enorme expansión de la agricultura de regadío. Los sistemas de regadío se optimizaron, y se continuó con la construcción de canales de drenaje para la transformación del marjal de La Albufera. La incorporación de motores para la elevación de agua, a finales del siglo XIX, permitió extender el riego, como por ejemplo a los piedemontes de La Ribera, y en los valles de la Murta, Casella, y Aguas Vivas. En este periodo también se generaliza el cultivo del naranjo, en detrimento de la morera, un avance que se ha producido sin cesar durante todo el siglo XX. El resultado es la consolidación de un monocultivo, que se manifiesta en un paisaje citrícola homogéneo, junto al arrozal de La Ribera Baja. En la actualidad, otros cultivos (caqui) están ganándole terreno al naranjo, especialmente en La Ribera Alta.
Así pues, La Ribera del Júcar es un ejemplo de paisaje agrícola de regadío mediterráneo, dominado por el naranjo y el arroz, que ha creado todo un imaginario que alimenta la identidad colectiva de los valencianos.
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