el individuo que, confiado en su fortaleza, no temía a los grandes desafíos. A su vez, la anécdota referida contribuye a validar la hipótesis de que el novelista quiso extender su radio de acción hacia los Estados Unidos varios años antes de lo que tradicionalmente han supuesto sus biógrafos. De hecho, nos consta de la existencia de otros datos que permiten corroborar esta intuición. Pocas semanas después de volver de su lucrativa gira de conferencias en Argentina, más concretamente, el 6 de marzo de 1910, Blasco le formuló por carta la siguiente consulta a Archer Huntington: «siento con toda mi alma no saber inglés… ¿No sería posible dar ahí algunas conferencias sobre la España moderna y antigua? ¿Habría en Nueva York público para unas conferencias en español?». Seguramente quería reeditar el éxito de sus conferencias argentinas y empleaba una estrategia similar a la ya usada para proyectarse en el país sudamericano. Esto es, buscaba la complicidad de personajes vinculados al mundo de la prensa, la literatura o la política para conseguir una información, o por qué no su mediación, para conseguir sus objetivos. Y esta vez perseguía la connivencia de una figura de singular relieve como Huntington. El magnate norteamericano, ardoroso divulgador de la cultura hispánica desde la Hispanic Society of America, había sido quien propició la célebre exposición de Joaquín Sorolla en Nueva York, en 1909, precisamente en la que uno de los lienzos exhibidos fue el retrato Caballero español para el que Blasco había posado en 1906.
Huntington mantuvo correspondencia asidua con importantes personalidades de la cultura y la intelectualidad española: Gregorio Marañón, Zuloaga, Benlliure, Menéndez Pidal, Maeztu, el marqués de la Vega Inclán y Pérez de Ayala11. Blasco también formaría parte de esta pléyade. Mediante el cauce epistolar, hacia 1908, le recomendó como traductora a la que con los años se convertiría en su segunda esposa, Elena Ortúzar12. Más tarde, en febrero de 1910, el novelista sería nombrado socio de la Hispanic Society13. Sin embargo, para las fechas en que nos situamos, pese a la categoría de los contactos establecidos, todavía no se daban las circunstancias oportunas para emprender una gira de conferencias en los Estados Unidos. Este proyecto se fue cociendo a fuego lento. Mientras tanto, serían sus relatos los que empezaron a abrirse camino en aquella nación, aunque con modesta timidez.
La primera narración del autor conocida por los lectores norteamericanos fue uno de los relatos incorporados a sus Cuentos valencianos: «The Tomb of Ali-Bellus», que apareció en Transatlantic Tales, en el número de noviembre de 1906 (vol. 32/6). Curiosamente, a dicha publicación se refería el autor de la carta remitida desde Nueva York, el 7 de junio de 1907, con el membrete del Department of Romance Languages, de la Columbia University:
Sr. don Vicente Blasco Ibánez
Muy distinguido señor: Quiero exprimirle las gracias para la carta, los datos de biografía y la excelente fotografía que me mande. Haré lo posible para que sean conocidas sus obras y la personalidad de su autor. Le mando junto una revista de su Maja desnuda la cual he escrito hace poco para TRANSATLANTIC TALES. Como ve V. estimo la obra de un gran valor y además creo que no fuera tan difícil hallar un editor para la traducción en Ingles. Si V. quiere yo hablaré a algunos de los quienes conozco acerca del negocio y tal vez podamos llegar a condiciones favorables para sus intereses14.
Proseguía la misiva del indeterminado profesor de Columbia15 con unas rápidas instrucciones sobre el modo de gestionar los derechos de autor de una supuesta traducción al inglés de La maja desnuda, si bien esta aún tardó algunos años en concretarse. Sería La catedral la primera novela en acceder a las librerías estadounidenses, en 1909, versionada por la señora W. A. Gillespie y que la editorial E. P. Dutton & Company publicó con el título The Shadow of the Cathedral. Pese a que, en The Living Age, apareció una reseña donde se realizaba una síntesis de su argumento16, su repercusión en ventas fue más bien modesta. Ni siquiera las magníficas expectativas sobre su narrativa remarcadas un año antes por Havelock Ellis y R. H. Keniston sirvieron de aval para su presentación ante el público estadounidense17. Y eso que Ellis, aun advirtiendo en el estilo blasquista ciertas anomalías gramaticales, venía a concluir que «Blasco Ibañez is a great force in literature»18; mientras que Keniston, después de efectuar un esbozo biográfico del autor y haber repasado los rasgos de su producción novelística y los méritos de los títulos ya publicados, lamentaba la apatía del mundo de habla inglesa hacia su trabajo, debida «to a complacent sense of freedom and prosperity that makes us indifferent to the problems that confront the Continent»19, apatía más reprochable si cabe desde el instante en que «in Sr. Ibañez Spain has a leader whose courage is strong, an apostle whose faith in the future is firm».
En 1910, año en que Blasco recordemos que se planteaba impartir una serie de charlas en Nueva York, el mismo profesor Keniston prologó una traducción de La barraca (publicada por Henry Holt and Company), para estudiantes americanos de español; a la que seguirían dos más: The Blood of the Arena, en 1911 (A. C. McClurg & Co., 1911), con ilustraciones Margaret West Kinney and Troy Kinney, y Sonnica, en 1912 (Duffield), traducidas ambas por Frances Douglas. De estas tres ediciones, quizá la que despertó un mayor interés fue la protagonizada por el torero Gallardo, en cuyo desenlace se advertía la intención del novelista por erradicar el deporte nacional de las corridas de toros20. Asimismo, dicha obra contribuía a reforzar una filiación de la que ya se hablaba en Europa: la que convertía a Blasco en émulo privilegiado de Zola. Lo corroboraba el director de la librería neoyorkina Brentano: «at present the most popular Spanish novelist is Blasco Ibañez, who is frequently called the Spanish Zola»21. No obstante, a efectos de recorrido editorial, la situación apenas había mejorado. Por la versión en inglés de Sangre y arena, ni percibió un dólar ni siquiera recibió un ejemplar. Por si eso fuera poco, según confiaría años después en carta al editor John Macrae, de 11 de enero de 1919, se trataba de un trabajo poco respetuoso con el texto original, pues Douglas se había dejado sin traducir la mitad de la misma, «dando a los capítulos títulos de su propia invención; en resumen, un verdadero sacrilegio, un perfecto horror»22.
Hubo que esperar unos pocos años más para que el agua alcanzara el grado de ebullición perfecto, porque entonces, de forma repentina e inesperada, se encadenaron varias circunstancias coincidentes. En la correspondencia personal con sus socios de Prometeo, su yerno Fernando Llorca y Francisco Sempere, durante el período de la Gran Guerra, Blasco confesó estar urgido del dinero necesario para vivir23. La redacción de Los cuatro jinetes del Apocalipsis se desarrolló en unas condiciones, en ocasiones, bastante penosas. La publicación de la novela en España no alcanzó cifras desorbitadas de ventas. Sin embargo, ocurrió una historia que el escritor reiteró casi con una tendencia formulística. En 1917 vendió los derechos para la traducción de dicho libro a Charlotte Brewster Jordan, empleada en la embajada norteamericana en Madrid, por una cantidad de trescientos dólares, según declaró en entrevista de Ramón Martínez de la Riva24, o mil dólares, conforme le decía en carta a su amigo Gómez Carrillo25. En julio de 1918 veía definitivamente la luz The Four Horsemen of the Apocalypse. Nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder. En los Estados Unidos la novela se convirtió en auténtico fenómeno editorial, hasta el punto de que todavía hoy se alude a Blasco Ibáñez como uno de los inventores de la fórmula novelesca del best seller.
Troy Kinney, ilustración de The Blood of the Arena (1911)
Troy Kinney, ilustración de The Blood of the Arena (1911)
El propio escritor destacó haber quedado asombrado cuando empezaron a llegarle cartas de lectores estadounidenses y artículos elogiosos de la prensa de aquel país hasta su residencia en Niza. Con ellas podía verificar el éxito brutal logrado por su novela de la Gran Guerra, y, por tanto, una popularidad desconocida por cualquier otro literato español. En cambio, como las reimpresiones de The Four Horsemen se multiplicaban a un ritmo frenético sin que le reportaran un beneficio en metálico, se sintió víctima del engaño perpetrado por Charlotte