Emilio Sales Dasí

Blasco Ibáñez en Norteamérica


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Se le llegaba, en fin, a catalogar como el «portaestandarte del resurgimiento de la España moderna y portavoz de su robusta y sana literatura contemporánea». Así lo avalaban la virilidad de sus ideas, la exactitud descriptiva que podía producir los mismos efectos que un pincel o su profunda capacidad para penetrar en las grandezas y en las miserias humanas, representándolas con verdad y precisión de detalles63.

      New York Tribune, 15-11-1919

      Caracterizado como personaje poliédrico, se le interrogó con avidez sobre las más diversas cuestiones. Si había llegado a la cumbre de la fama como escritor, lo más lógico era que se le preguntase sobre sus preferencias literarias o sobre la forma de encarar el proceso creativo. A lo primero respondió que el escritor al que reverenciaba era Victor Hugo, a pesar de la afinidad zolesca de sus relatos. En cuanto a lo segundo, Blasco reivindicaba la importancia de una tarea previa de documentación. Tras seleccionar el asunto a partir del que desarrollar la trama, debía impregnarse de la atmósfera en que iba a transcurrir el argumento. Para ello eran complementarias la lectura y la observación directa, actividades que podía llevar a cabo meses antes de empezar a escribir la historia proyectada. Precisamente, para respirar el mismo ambiente donde luego se moverían sus creaciones, había vivido experiencias peligrosas que seguro atraían la atención del público estadounidense y en cuya evocación, además, se cargaban las tintas por el camino de la exageración64. Era cierto que, para escribir La horda, había acompañado a los cazadores furtivos en sus excursiones a medianoche a las reservas reales de El Pardo, exponiéndose a recibir las balas de los guardias. Si bien su amistad con el torero Antonio Fuentes le sirvió de gran ayuda para recrear las peripecias del protagonista de Sangre y arena, mucho más discutible era la posibilidad de haber vivido, con idéntico objetivo, con un grupo de espadas. Y la deformación se volvería completa al señalar que la redacción de Flor de mayo estuvo precedida por una experiencia de muchos meses como traficante de tabaco.

      Tampoco contaba Blasco toda la verdad al decir que nunca tomaba notas65. Aparte de los cuadernos conservados, su amigo, el compositor también valenciano, Manuel Penella, en entrevista concedida durante su viaje a los Estados Unidos, aseguraba estar en posesión de unos materiales que demostraban fehacientemente cómo se documentaba el novelista: «Y, en efecto, nos enseñó un cuadernito de apuntes para La horda y otro de La catedral, con las páginas garrapateadas por la mano nerviosa de uno de los maestros de la novela contemporánea española»66. En paralelo, también sería posible contradecir otras afirmaciones tajantes como la relativa a su preferencia por la pluma y el rechazo de la máquina de escribir o el dictado:

      Ibanez said he wrote with a pen. He could not think of using a type-writer or dictating.

      «You can dictate a public speech or a lecture, or something like that», he said, «but you can’t dictate a novel. You have to write it. A typewriter is a great distraction. You couldn’t write poetry on a typewriter, nor a novel»67.

      Conforme la diabetes que padecía le provocó severos problemas oculares, el escritor se vio obligado a recurrir al auxilio de sucesivos secretarios, con lo que, limitada su autonomía para manejar la pluma, también él terminaría dictando sus historias, cada vez más condicionadas por un estilo con empaque más oratorio.

      La curiosidad de los periodistas norteamericanos se extendía más allá de las ideas blasquistas sobre la creación literaria, sobre una concepción que ponía el acento en el propósito social del arte68, y desde su entronque con la estética realista, se hallaba tan alejado de la tendencia al arte por el arte como de los rupturismos vanguardistas69. Existía un notable interés por conocer las impresiones sobre los Estados Unidos de este ilustre visitante cuyo radicalismo político se centraba más bien en haberse rebelado contra la tiranía medieval de la Iglesia y la monarquía, y en expresar con implacable coraje sus convicciones, que en comulgar con cualquier doctrina socialista, bolchevique y anarquista70. La suya iba a ser, sin duda, una opinión acreditada, pues la avalaban no solo su larga experiencia viajera, sino también los conocimientos adquiridos a través de la lectura y las conversaciones con diversos americanos. Aun así, lo que vio al llegar a Nueva York le impresionó mucho más que lo que había imaginado unos meses antes leyendo, durante seis horas al día71, todos los libros que pudo encontrar sobre «América del Norte», como él solía referirse a los Estados Unidos72. ¿Qué decir sino de la gran metrópoli?:

      It was like a city of giants as I came into the harbor. The skyscrapers were superb, immense, and, after that, the harbor, with so many vessels it was tremendous. When I realized all this was the work of men it made me proud I was a man. I know all the great ports of the world, but none makes an impression to compare with this73.

      Luego, al transitar por las calles de la ciudad, el orgullo se había transformado en deseo de trasladar su residencia: le gustó tanto, que seguro que se compraba allí una casa74. El entusiasmo de Blasco parecía no tener límites. Se reflejaba al enjuiciar las singularidades de la urbe moderna, y meses después se reeditó en uno de sus más famosos artículos: «What I have learned about you Americans», magníficamente remunerado, al hablar de los grandes espacios, de las maravillas naturales que atesoraba la geografía estadounidense: «the Grand Canyon of the Colorado, the changing fantastic solitude of Arizona and New Mexico, the glory of California»75. Pero, además, trascendía a lo físico y externo, para tornarse enardecida admiración hacia el espíritu de todo un pueblo: «you are the hope of the years to be; that without you all Europe is like an old man, gray and shaken with weakness. You are the youth of the world»76. A consecuencia de la intervención norteamericana en la Gran Guerra se había plasmado el reajuste de las fuerzas actuantes en el orden mundial, evidenciándose dos realidades fundamentales: que el poder del hombre instalado en la Casa Blanca excedía con creces al de todos los monarcas del mundo juntos y que, a partir de entonces, los Estados Unidos no eran únicamente la nación del dólar, sino que, para la historia de la humanidad, se habían significado también como un pueblo de idealistas.

      Como cabía esperar, la vocación republicana del escritor debía materializarse de un modo u otro. Contaba con un populoso auditorio con el que era fácil hacerse entender. Además, él por su parte siempre tenía preparado un guiño para despertar las simpatías de sus interlocutores. Como cuando manifestó que en España pocos se acordaban de la guerra con los Estados Unidos a raíz de la independencia de Cuba, una rivalidad que había sido promovida por los sectores conservadores de su país y contra la que él se rebeló hasta el extremo de ser encarcelado77. Ahora bien, sus halagos hacia la república norteamericana y hacia la perfección del sistema de gobierno estadounidense no respondían a un mero deseo de agradar. Estaban basados en la creencia de que un régimen republicano era capaz de poner remedio a sus propias deficiencias, mientras que en las monarquías del Viejo Mundo los defectos se institucionalizaban y, con el tiempo, era necesario derrocarlas. A la vez que realizaba consideraciones sobre asuntos de elevado calibre, no obstante, Blasco no perdía la ocasión de poner en práctica sus dotes inductivas e intentar captar en determinados hábitos del individuo norteamericano el reflejo de su carácter genuino. Así, su peculiar forma de reír, abriendo estruendosamente la boca, era signo de su talante franco y sincero. Por otra parte, su modo de fumar, triturando el cigarro y lanzándolo cuando solo había consumido la mitad, remitía a la liberalidad con gastaba el dinero que, en teoría, había ganado de manera sencilla78.

      Todavía quedaba un amplio abanico de motivos sobre los que la prensa deseaba pulsar su opinión. Al fin y al cabo, el continente europeo había sido azotado recientemente por grandes convulsiones: la Gran Guerra, la revolución bolchevique; y, asimismo, el clima que se vivía en España por aquellas fechas se presagiaba bastante conflictivo. A esto último también se refirió Blasco, después de dejar bien sentado su rechazo hacia Alfonso XIII. De acuerdo con su orientación republicana, negaba la posibilidad de que este u otro monarca se definiese por su actitud liberal. Por momentos, el que había sido diputado, aunque se confesaba enemigo acérrimo del político profesional, recordaba con sus afirmaciones al joven agitador que escribía artículos furibundos en su diario