Emilio Sales Dasí

Blasco Ibáñez en Norteamérica


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colérico, lanzando todo tipo de juramentos y saltando sobre su sombrero. Justo en ese momento, se abrió la puerta de la habitación con tan mala suerte que un grupo de reporteros descubrieron su enojo. El intérprete trató de disculpar al escritor argumentando que, habiendo comprado el sombrero esa misma mañana, no le encajaba. Sin embargo, entre los periodistas había algunos sudamericanos que habían oído a Blasco y denunciaron los hipotéticos errores en la traducción de sus palabras. Al final, las víctimas del enfado del autor, según relataba Pond, fueron el malhadado sombrero y el intérprete puertorriqueño.

      Dejando a un lado la anécdota, durante los días que pasó en Chicago, es muy posible que se produjera una primera puesta en común con June Mathis, la encargada de adaptar para el cinematógrafo Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Tampoco tuvieron mucho tiempo para ahondar en dicho asunto, ya que el 15 de diciembre era presentado en Des Moines, por el Iowa Press and Authors' Club, para pronunciar la conferencia «La América que conocemos»115. Al día siguiente estuvo en Omaha. En el hotel Fontenelle, ante la Society of Fine Artes, con el señor Albert Smith como intérprete, reiteró las consabidas alabanzas a Nueva York, se atrevió a refutar la idea de que los Estados Unidos era una nación carente de arte y vida espiritual. Significó para ello la importancia de la obra del poeta romántico Longfellow, la genialidad de Whitman y la poderosa capacidad imaginativa de Poe. Prosiguiendo con la enumeración de personalidades norteamericanas, los elogios vinieron a recaer sobre sus grandes presidentes: Washington, el ciudadano-soldado heroico y abnegado; Lincoln, el mártir de la libertad; Roosevelt, apóstol de la vida, y Wilson, notable estadista y poeta. Blasco, a quien la prensa local le atribuía un cierto parecido con Enrico Caruso116, sabía perfectamente cómo ganarse la voluntad de su auditorio.

      Coincidiendo con Christmas Eve, el novelista sufrió un nuevo contratiempo. Cierto editor argentino le había interpuesto demandas «por valor de varios miles de pesos». Los tribunales de su país solicitaron el embargo de los derechos de autor que le correspondían por la venta de sus libros, y la corte de distrito de Nueva York dictó la orden a favor del demandante117. Aun así, la actividad de Blasco no cesó, ni siquiera en pleno período navideño. La American Association of Teachers of Spanish celebraba su tercer encuentro anual en la Universidad George Washington, en su facultad de Derecho, con la asistencia de cientos de delegados. El día 27, el rector de la Universidad, Dr. William Miller Collier, pronunció el discurso de bienvenida, interviniendo como oradores principales el embajador de España, Sr. Juan Riaño y Gayangos, y Blasco Ibáñez118. Todavía el 30 de diciembre podríamos localizarlo, otra vez, en Nueva York disfrutando de un almuerzo en el Dutch Treat Club y manteniendo el contacto con ese mundo de artistas, escritores e ilustradores que tanto contribuían al glamour de la metrópoli.

      Con la llegada del nuevo año Blasco emprendió de nuevo un itinerario que tendría como ansiado destino los estudios cinematográficos instalados en Hollywood, a la par que se desarrollaba la segunda parte de su gira de conferencias por los estados del Sur119.

      El 18 de enero se detuvo en Albuquerque, donde ofrecería una charla en el Liberty Hall, ante el capítulo local de la AATS120. Antes de eso, él y su secretario, fueron guiados en excursión por un comité encabezado por el profesor universitario Roscoe Hill y del que formaban parte los señores Néstor y Anastasio Montoya, Frank A. Hubbell y A. R. Hebenstreil. En sendos automóviles, habida cuenta del interés del escritor por ver un rancho, se trasladaron hasta la granja Hubbell y a la Isleta, paraje este último que causó una grata impresión al autor, ya que por su colorido, su arquitectura, la presencia de indios y otras características geográficas le traía a la memoria sus recuerdos de Sudamérica. Tras la cena, organizada en casa del profesor Hill, los asistentes pudieron trasladar sus preguntas a Blasco, quien demostraba especial magnetismo con todos los allí reunidos. Sobre todo, destacó su opinión de que América del Sur seguía siendo la tierra de las oportunidades. En ella habían triunfado muchos alemanes, que aprendían el castellano en su país para viajar luego al otro lado del Atlántico. Sobre los Estados Unidos dijo que algunas de sus regiones se parecían mucho a otras de España, provocándole un gran orgullo que muchos anglosajones dominaran perfectamente el castellano121.

      El lunes 19 llegaba a la ciudad histórica de Santa Fe, en la cual buscaba reminiscencias del pasado hispano. De ahí su interés al visitar el museo local y la Library of Historian Benjamin M. Read por los fondos que le permitían acceder a un mejor conocimiento de la historia de la España colonial. Sobre todo, en el primer edificio sorprendió por su erudición incluso a los universitarios que le acompañaban. Cuando un sacerdote hizo sonar una campana que estaba expuesta como reliquia con varios siglos de antigüedad, emitió un veredicto tajante: aquello era falso. Bastó con darle la vuelta a la pieza para verificar cuándo y dónde había sido fabricada. De repente, su mirada se detuvo en unas pinturas con unas carabelas en las que supuestamente viajó Colón al Nuevo Mundo:

      One glance was sufficient for the visitor to take it all in and to discover that the ships were not historically correct. He had made a study of ships of the Spanish navy throughout its history at one time when he was writing something in South America and pointed out that that type of caravel was not used by Columbus when he discovered America122.

      Mientras expresaba su intención de regresar el verano siguiente a Santa Fe con el fin de realizar un estudio que le serviría para escribir su novela del Sudoeste, el gobernador Benjamin F. Pankey lo invitó a un almuerzo en el hotel De Vargas123. Tal vez, fue en uno de estos actos públicos donde el novelista recibió como presente otra bandera de la república norteamericana que, a su regreso a Francia, exhibiría en su despacho de Villa Kristy, en Niza, junto a varios objetos exóticos fabricados por los indios de Arizona y Nuevo México.

      Su estancia en Tucson, el 22, fue breve; el tiempo necesario para impartir la conferencia «El espíritu de los Cuatro jinetes»124. En cambio, su estadía en California iba a ser más duradera, de casi tres semanas, entre finales de enero y principios de febrero. Eso sí, nada más llegar a Los Ángeles, el 23, e impartir, para la sección local de Los Ángeles de la AATS, una nueva conferencia sobre la España moderna en el Clune’s Auditorium125, las informaciones recopiladas en la prensa hacían alusión a sus problemas de salud: «Vincente Blasco Ibanez, Spanish author, is ill here»126. Unas fuentes hablaban de un resfriado severo o de una gripe127, otras apuntaban a una dolencia próxima a la neumonía128. Este contratiempo le obligó a quedar confinado en su habitación del hotel Raymond, en Pasadena, y, con ello, a alterar su calendario de charlas. No obstante, tan pronto empezó a recuperarse, intentó recuperar el tiempo perdido. A finales de mes volvió a hacer gala de sus dotes para la oratoria en el auditorio de la Polytechnic High School, en Washington and Hope Streets, disertación para la que el público tenía entrada libre129.

      Pese a no haber desaparecido la afección gripal, se esforzó por sobreponerse a ella para satisfacer su curiosidad. Estaba demasiado cerca de los escenarios donde se rodaban los grandes films estadounidenses como para poder resistirse a visitarlos. De modo que estuvo en los Sixty-First Street Studios, en los que la Metro Pictures Corporation comenzaba a producir la adaptación cinematográfica de The Four Horsemen of the Apocalypse130. Casi obvia referir los arrebatadores efectos que provocaron en su ánimo esos escenarios donde cobraba forma la ilusión cinematográfica: «At the movie city outside Los Angeles the Spaniard was a constant visitor at the studios. He saw the production at every stage in its development»131. Blasco lo miraba todo con los ojos atónitos de un niño. De sus observaciones sobre la magia que transmitía Hollywood, bautizada como Camaleón City, dejó posteriormente testimonio descriptivo en La reina Calafia y en la novela corta Piedra de luna. Cómo le habría gustado ser partícipe de las invenciones que allí se gestaban. Iba a escribir escenarios y contaba con la indiscutible virtud de saber amoldarse a las opiniones ajenas. Estaba tan eufórico, que quienes le mostraban los estudios de la productora le tuvieron que hablar también de los prejuicios de la audiencia norteamericana, de las dificultades técnicas que interferían en cualquier rodaje. Pero si algo le sobraba a Blasco era capacidad de trabajo y carácter perseverante132.