Emilio Sales Dasí

Blasco Ibáñez en Norteamérica


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El país ansiaba despertarse republicano. Sin embargo, había un obstáculo insalvable. El rey se apoyaba en un ejército profesional desconectado de las aspiraciones populares e identificado con el tipo monárquico alemán. Ante el poder de las ametralladoras era imposible pensar en el estallido de una revolución79.

      En España aún no había democracia. En cambio se había entablado una lucha de clases, para la cual la única arma de la que disponía el obrero era la huelga. Ese era su único instrumento, nunca una solución, para reaccionar contra el sistema vigente. Además, en la agitación laboral de las dos primeras décadas del XX en España repercutió también el avance del movimiento obrero internacional. Blasco lamentaba la violencia desatada en Barcelona, en 1919, con huelgas, enfrentamientos y cierre de fábricas80. En principio, esta agitación sindicalista estaba limitada a la Ciudad Condal y a Valencia, aunque amenazaba con extenderse por toda España. Tenía entre sus líderes a figuras como Pestaña y Seguí, quienes, sin haber sido estimulados por los revolucionarios rusos, defendían ideas bolcheviques y anarquistas. Con riesgo de caer en la generalización, Blasco identificaba como causa principal de las violentas protestas la negativa de los patrones a retribuir a sus trabajadores con la parte que les correspondía de las ganancias obtenidas durante la Gran Guerra. El gobierno español apenas podía hacer nada para solventar la crisis, porque, aparte de su debilidad, su conservadurismo era un obstáculo para emprender las necesarias reformas económicas. Mientras tanto, el papel de la Iglesia en el conflicto era mínimo. Su influencia se hacía sentir en las zonas rurales, pero en ciudades como Barcelona los obreros eran pensadores libres.

      Si bien la problemática enunciada preocupaba al novelista, no por ello dejaba de reconocerla como una ramificación del gran peligro que se cernía a nivel internacional: «already may be heard the thunderous gallop of a fifth horseman, from whom there is no escape the Class War, the Social Revolution!»81. Convertido en profeta, Blasco dedicó varias de sus conferencias a hablar de esta nueva amenaza que sacudiría a todo el mundo, un enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores que, pese a derivar en una guerra diferente a las conocidas, iba a extenderse como una pandemia, con períodos violentos y períodos de tregua, implicando a muchas generaciones, sin que hubiera que culpar a ninguno de los bandos en conflicto, ya que la única responsable de la disputa era la naturaleza humana.

      Ciertamente, como expresaría en más de una ocasión, Blasco interpretaba la situación mundial con evidente pesimismo. La civilización humana todavía se hallaba en uno de sus primeros estadios, quizá en su juventud, porque todavía no había logrado imponerse el sentido común como garante del progreso. Buena prueba de ello era el descontrol abusivo a que se había lanzado Europa en pos del lujo, la sensualidad y la extravagancia82. Para poder sostener este derroche se emitía cada día papel moneda de escaso valor, con el riesgo consiguiente de que la inflación provocara una sonada bancarrota de la economía global, pues solo una Europa laboriosa y convencida de la necesidad del ahorro podía seguir asegurando las transacciones comerciales con los Estados Unidos y, por tanto, la estabilidad del sistema financiero.

      La conmoción suscitada por la Gran Guerra había tenido unos efectos indeciblemente catastróficos, unas repercusiones cuya gravedad no podía cifrarse, en exclusiva, en el número aterrador de cadáveres o en las imágenes de destrucción difundidas por la prensa. A estas realidades ya de por sí espeluznantes había que añadirles la reacción desconcertante de los países involucrados en la contienda, que buscaban la paz sin encontrarla, porque cada gobierno enmascaraba con palabras vacías sus particulares intereses. Pero, sobre todo, subrayaba el escritor, la Gran Guerra propició el triunfo de la revolución soviética. En la Costa Azul, Blasco se relacionó con numerosos rusos que huyeron de su país tras la caída del régimen zarista y tenía una percepción, más o menos unilateral, de las transformaciones de todo tipo instauradas por el comunismo, en especial, de las actuaciones del gobierno liderado por Lenin contra la propiedad privada. Varios meses después de su llegada a Nueva York, el novelista desarrollaría más por extenso su hostilidad hacia las doctrinas bolcheviques en artículos que se reproducen en páginas posteriores83. Antes de escribirlos es fácil especular con que sus comentarios sobre la peligrosidad de la revolución soviética chocaban frontalmente con su complacencia a la hora de ostentar su condición de fundador de pueblos, y de constructor y dueño de varias casas: «I have a house in Valencia, where I was born, a house in Madrid, a chateau in Malvarrosa in the Mediterranean, a villa in Nice and a house in the Rue Rennequin»84.

      En cierta forma, la predilección que Blasco sentía por el pueblo estadounidense residía en el hecho de que allí era posible consumar eso del «sueño americano», allí se le abrían las puertas para que tanto su economía como su reputación crecieran. Esto es, una versión en clave personal de la idea de progreso. En pleno otoño neoyorkino, con singular entusiasmo estaba dispuesto a emprender un periplo incesante, jalonado de desplazamientos, conferencias y actos públicos. Si acaso, por aquellas fechas, seguramente echaba en falta el sabor de la nicotina. Antaño fumaba más de veinte cigarros al día, también de los grandes. Pero el médico ya no le permitía tales excesos. Por eso se tenía que conformar con llevarse a la boca un cigarrillo de imitación, de color ámbar, hecho de madera.

      Tan pronto empezó noviembre, Blasco pudo consumar una de las aspiraciones de los buenos aficionados al arte de la cinematografía. Correspondiendo a la invitación de la Fox Film Corporation, se desplazó a los estudios neoyorkinos ubicados en Fort Lee. Un representante del señor Fox acudió a su hotel para recogerlo. Mientras su vehículo discurría a través de Riverside Drive, el escritor contempló la belleza natural del río Hudson, quedando encandilado con la panorámica de la ciudad que retenían sus ojos a medida que ascendían a las Palisades. Al llegar a Fort Lee, le recibió una orquesta, dirigida por Edwin Bachman, que interpretó una pieza española y otras composiciones.

      Casualmente, la visita de Blasco coincidió con la última fase del rodaje del film Wings of the Morning (1919), por lo que tuvo la oportunidad de saludar al actor William Farnum, con quien se fotografiaría, y al director J. Gordon Edwards. La visita a los laboratorios donde se realizaban las tareas de secado, corte, impresión y montaje colmó su entusiasmo ante la magnitud de la cinematografía estadounidense, una de las principales industrias del país. No es de extrañar que, tras verificar su importancia, Blasco confirmara su esperanza de convertir sus novelas en imágenes para que pudieran ser conocidas en todo el mundo. De vuelta a la metrópoli, se le condujo a las oficinas centrales de la productora, y allí conoció a William Fox, a quien felicitó por la calidad de sus películas85.

      Vicente Blasco Ibáñez con W. Farnum (Filmoteca Valenciana)

      Para el día 3 de noviembre estaba previsto el estreno de Blasco como conferenciante ante el público norteamericano. El lugar elegido por el Departament of Institute of Art and Sciences, de la Hispanic Society of America, fue el Horace Mann Auditorium de la Universidad de Columbia, Broadway y 120th Street86. Al igual que en charlas sucesivas, el escritor se expresaría en castellano, traduciendo de inmediato sus palabras al inglés un ex oficial del ejército que la agencia Pond había contratado para tal menester y del que se hablará después. Esta primera conferencia llevaba por título «La influencia de España en la civilización del mundo», era gratuita y los boletos se habían agotado varios días antes. Quienes asistieron a la misma se encontraron con un orador que se manifestaba como portavoz de un ardoroso españolismo, a la vez que no dudaba en ensalzar el influjo futuro del continente americano en el progreso mundial, pues muy pronto los descendientes de ingleses y españoles iban a convertirse en grandes gobernantes. En especial, trató de rebatir la injusta opinión de los historiadores europeos modernos sobre la historia de España. La aparente situación de decadencia de su país debería ser considerada mejor como anemia, como el resultado de un proceso de siglos en el que España dio lo mejor de su talento y de su sangre para descubrir, explorar y colonizar las Américas, hasta sentirse agotada. El alma española se hallaba diseminada en todas las repúblicas del continente87. Su legado seguía siendo inconmensurable. En síntesis, que no había duda alguna del patriotismo del conferenciante,