del cinematógrafo, la geografía californiana albergaba otros atractivos lugares a los que el novelista viajó en excursión. Al noreste de Los Ángeles, cerca de Arroyo Seco estaba la finca de El Alisal, cuyo propietario era el polifacético Charles Fletcher Lummis, gran protector de la herencia ancestral del Sudoeste americano. Blasco fue invitado a su casa, disfrutando de una comida típica de la primitiva California. El propio Lummis actuó como anfitrión, junto al cónsul de España, de otra recepción celebrada en el exclusivo Gamut Club, en 1044 South Hope Street, que en honor del célebre invitado y dada la condición de fraternidad artística y musical, dedicó la jornada a la música española, de la cual ejercía como renombrado representante para la ocasión el barítono Serafín Pla133.
Blasco Ibáñez y Ch. F. Lummis en El Alisal (Lummis Papers, Colorado State University)
Coincidiendo con su estancia en la ciudad, se fundó el Centro Hispano Americano, agrupación de índole cultural integrada por mexicanos residentes en Los Ángeles y que nacía con pretensiones de establecer un vínculo fraterno entre los Estados Unidos y México. Blasco fue nombrado como su presidente honorario134.
Aún emprendería con su secretario una gratificante ruta que le permitió reencontrarse con la arquitectura colonial española. Para eso se trasladó a Riverside, donde le reclamaban poderosos valedores como Frank A. Miller, promotor del hotel Mission Inn. Acompañado por el profesor de español Emile Mauler Hiennecey estuvo también en la misión de San Juan Capistrano, en la Mission Play y el Mount Rubidoux, escenario este último donde se levantaba una cruz dedicada a Fray Junípero Serra135. Como era habitual en él, aparte del mero interés turístico, existía un propósito documental «in order to gather material for a novel which Senior Ibanez has in contemplation. The scene is to be laid in Mexico, and in that part of California where Spanish influence has been felt»136.
El 4 de febrero se alojó ya en San Francisco, en concreto en el University Club. De inmediato, en el Pacific Union Club, el Sr. Vinter, gerente del Banco Hispano-Americano, le ofrecía un lunch en el que Blasco se distinguió por el fervor con que hablaba de España y de la raza hispana. Precisamente, su visita fue muy celebrada entre los miembros de la comunidad de habla española. Cundía entre ellos una desazón, un sentimiento molesto de aislamiento porque hasta California apenas llegaban los ecos de las novedades del mundo intelectual europeo, pero, además, como núcleo insignificante entre las colonias de habla extranjera, también ellos eran ignorados. De ahí la importancia de la llegada de tan ilustre embajador de la lengua de Cervantes137. De ahí sus felicitaciones a la Universidad de California por liderar dicha iniciativa, por gestionar oportunamente una conferencia del escritor en Berkeley para el 9 de febrero138. Antes había asistido ya a la junta de la AATS, donde habló con su característica elocuencia, y después haría lo propio en el Scottish Rite Temple, reproduciendo una vez más la exposición que había titulado «Los Estados Unidos a los ojos del mundo». La cifra de casi mil asistentes reunidos en la cena del Bohemian Club, el 10 de febrero, evidenció la popularidad de la que gozaba Blasco por aquellas fechas. Y este baño de multitudes pronto iba a desembocar en una ceremonia honorífica que tendría lugar pocos días después en la Universidad George Washington.
Este compromiso motivó su partida hacia el este del país, siendo posible reconstruir su itinerario en tren a partir de las menciones a diferentes ciudades y espacios naturales que figuran en uno de sus cuadernos de notas. Esto es, el 13 de febrero abandonó San Francisco, y el ferrocarril discurrió junto al río de las Plumas y poblaciones californianas como Pulga, Cresta y Merlín. Un día después, aludía al famoso desierto de Nevada, mientras que, el 15, pasó por las Montañas Rocosas, Red Cliff y Denver. Por el estado de Nebraska, dejó atrás las ciudades de Hastings, Lincoln y Omaha; y el 17, apenas se detuvo en Chicago, para reemprender la marcha hacia Nueva York.
El 21 de febrero se hallaba, de nuevo, en Washington para recibir la distinción excepcional de Doctor en Letras. El evento se enmarcaba en el calendario de actividades organizado por la Universidad George Washington con motivo del «mid-year», convocatoria de mediados de invierno. Sin duda, el acto central de la misma fue la ceremonia de entrega de títulos honoríficos. Se celebró, el 23, en el Auditorium of Central High School, 13th y Clifton al noroeste, concediéndose en él la distinción de doctor honoris causa a Blasco Ibáñez, pero también el grado honorario de Doctor en Leyes al senador por Nueva York W. M. Calder, así como los títulos respectivos al ex secretario de Hacienda Franklin MacVeagh y a Herbert C. Hoover, quien pocos años después sería elegido presidente de la República139. El general John J. Pershing no pudo recogerlo por hallarse en California.
Fue una ceremonia solemne a la que acudieron las más eminentes personalidades de la capital, miembros del gobierno de los Estados Unidos y gran parte del cuerpo diplomático extranjero. Se estima que el número de asistentes ascendía a las cuatro mil personas, quedándose fuera otras tantas por no haber aforo suficiente140. En un lugar preferente del salón, se entrelazaban dos enormes banderas: la norteamericana y la española, flanqueadas por todas las banderas de las repúblicas sudamericanas. El rector y antiguo embajador estadounidense en Madrid, Sr. Collier, enlazó un discurso en que proclamaba a Blasco Ibáñez como uno de los novelistas más relevantes de su tiempo. Respondió el homenajeado con una exposición sobre el Quijote: «La mejor novela que se haya escrito». Con dicho discurso no solo ponía de relieve su admiración por la inmortal creación cervantina, sino que terminaba afianzando los elogios vertidos públicamente en su gira norteamericana a propósito de la intervención de aquel país en la Gran Guerra. A través de esta actuación la república de las barras y las estrellas se había revelado como defensora a ultranza de la libertad y del progreso. De ese modo, se producía un trasvase del espíritu representado por don Quijote a la otra orilla del Atlántico: «[don Quijote] cansado de estar en Europa buscando el ideal, se ha trasladado a los Estados Unidos, donde se practica»141.
Blasco no podía estar más satisfecho con la distinción recibida y, sobre todo, con el hecho de que esta hubiese tenido lugar en una república, de forma similar a como aconteció años antes al recibir la Legión de Honor, en Francia. Los agasajos, sin embargo, se prolongaron, hasta el punto de que los periódicos acordaron denominar aquella como la «semana de Blasco Ibáñez». Fue recibido con grandes honores y aclamado en el Congreso y en el Senado, y el propio presidente Wilson envió a uno de sus secretarios para disculpar su ausencia por hallarse convaleciente de una enfermedad. En el restaurante Rauscher, la cena anual de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Universidad George Washington se convirtió en un efusivo homenaje al escritor, donde estuvieron presentes doscientos comensales142. En la velada, amenizada con los números musicales interpretados por la señorita Ruth Leah Ayler y Arthur H. Deibert, intervinieron como oradores el rector William M. Collier, Arthur Powell Davis, presidente de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles; el mayor Charles Dudley Rhodes, y el propio Blasco, el cual animó a los estadounidenses a estudiar el castellano, ya que era un instrumento necesario para convertir su nación en el «hermano mayor» de Sudamérica143.
Doctor Honoris Causa por la Universidad George Washington
(Fundación C. E. Vicente Blasco Ibáñez).
Don Juan Riaño y su esposa también tomaron parte en los festejos, con otra recepción en la embajada española a la que se presentaron notables representaciones de la esfera política, diplomática e intelectual, residentes en la capital. Sin olvidar que también la embajada francesa dio otro banquete, donde Blasco compartió mesa con miss Margaret Wilson, hija del presidente norteamericano.
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