A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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      Los siguientes capítulos (4–8) tratan sobre temas bastante básicos. Tratan sobre las actitudes que un cristiano debería tener para progresar en la vida cristiana, en vista de lo dicho antes y en vista de lo que Dios ha hecho por él y en él si es que en realidad es cristiano. Y Pink enfatiza algo que podría turbar a algunos lectores de este libro, que aun un hombre renovado y espiritual, no puede producir algo bueno en su vida. Pero no lo deja allí. Él prosigue y da recomendaciones prácticas sobre lo que un cristiano puede hacer sobre esto, a pesar de su incapacidad.

      Algunos capítulos (9–12) tratan sobre la autoridad en la práctica cristiana, primero, la autoridad de Dios (cap. 9) y Su Palabra (cap. 10), después la autoridad (o más bien dicho limitantes) de los pastores (cap. 11) y empleadores (cap. 12). Este último requiere una explicación. La mayoría de lo dicho en la Escritura que trata de las relaciones entre jefes y trabajadores cae bajo la relación del amo y el esclavo y sin embargo, al día de hoy, los trabajadores no son esclavos de sus supervisores o administradores. Claro, la mayoría de lectores hubieran preferido que Pink discutiera algunas de las diferencias tanto como las similitudes, algo que él no hizo. No obstante, hay mucho que podemos aprender por extensión a partir de esa instrucción. Estas discusiones sobre autoridad, sin embargo, son muy necesarias hoy en día. En una era de independencia en casi todas las circunstancias, es de la mayor importancia el entender la autoridad divina y la extensión y límites de la autoridad humana ejercida por mandato de Dios.

      El último capítulo (cap. 13) trata de como gozar de lo mejor de Dios para nuestras vidas. Muchos lectores encontrarán que este es el capítulo más práctico de todos. A pesar de todo lo que Dios obra por y en nosotros, todavía está vigente el principio de que «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.» (Gálatas 6:7). Pink tiene recomendaciones prácticas de la Escritura sobre lo que un cristiano puede hacer aun cuando cae gravemente.

      Esta edición de Cristianismo práctico mantiene la obra de Pink casi igual a como él la escribió originalmente. Excepto por algunos cambios en cuanto a puntuación, algunas frases inusuales y asuntos que trataban de la publicación mensual original que no serían comprensibles para los lectores de hoy, nada ha sido modificado. Su uso inusual de los signos de puntuación y su estilo individual han sido mantenidos.

      Estos artículos fueron publicados originalmente como un libro bajo el titulo Pink Jewels [Joyas de Pink]. Un título que él seguramente no hubiera aprobado.

      Los editores.

      Estas son de las últimas palabras expresadas en la tierra por el Señor Jesús, un Jesús ya resucitado. Nunca se han dicho palabras más importantes a los hijos de los hombres. Estas palabras requieren nuestra mayor diligente atención debido a que tienen la mayor consecuencia posible, porque en ellas se establecen los términos de la vida eterna o la miseria eterna: la vida o la muerte, y las condiciones de ambas. La fe es la clave principal en la salvación, y la incredulidad es la clave principal del pecado condenatorio. La ley que amenaza de muerte a causa del pecado ya se ha convertido en una sentencia de muerte sobre todos. Esta sentencia es tan imperativa que admite una sola excepción: creer, de lo contrario serán todos ejecutados.

      La condición de vida es doble, tal como fue dada a conocer por Cristo en Marcos 16:16. La principal es la fe, y la secundaria es el bautismo. Decimos «secundaria» porque no es necesaria en absoluto para la vida como lo es la fe. Prueba de esto la encontramos en el hecho de que en la segunda parte del verso no se menciona: pues no es «más el que no sea bautizado, será condenado», sino «el que no creyere». La fe es tan indispensable que aunque uno sea bautizado, si no cree, será condenado. Como hemos dicho anteriormente, el pecador ya está condenado; la espada de la justicia Divina está lista, solo esperando dar el golpe final. Nada puede impedirla, únicamente la fe salvífica en Cristo. Amado lector, el permanecer en incredulidad hace que el infierno sea tan seguro como si ya estuvieras allí. Mientras permanezcas en incredulidad, no tendrás esperanza alguna, y estás «sin Dios en el mundo» (Efesios 2:12).

      Ahora bien, si creer es tan necesario y la incredulidad tan peligrosa y mortal, debemos poner atención a lo que significa creer y entenderlo perfectamente. Queda de nuestra parte ser diligentes en estudiar de manera exhaustiva todo lo referente a la naturaleza de la fe salvadora. Más aun, porque no toda fe en Cristo salva; sí, toda fe en Cristo no necesariamente es fe salvífica. Muchas personas están engañadas en este asunto que es vital. Miles creen sinceramente que han recibido a Cristo como su Salvador personal y están descansando en Su obra consumada, pero en realidad están edificando su casa sobre la arena. Un gran número de los que no tienen duda alguna de que Dios los ha aceptado en el Amado y de que están eternamente seguros en Cristo, serán despertados de sus sueños placenteros cuando la mano de la muerte se apodere de ellos. Esto es indudable y solemne al mismo tiempo querido lector, ¿Será éste tu destino? Hay muchos que estaban tan seguros de ser salvos como tú lo estas en este momento, y están ahora en el infierno.

      1. Sus falsificaciones

      Existen personas que tienen una fe tan parecida a la fe de los verdaderos cristianos, que los mismos creyentes, aun teniendo un espíritu de discernimiento, llegan a creer que es una fe salvífica. Simón el mago es un claro ejemplo de esto. Leemos lo siguiente,

      «También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito» (Hechos 8:13).

      Tanta fe tenía Simón, y así mismo lo manifestó frente a todos, que Felipe lo tomó como un cristiano y lo admitió a los privilegios que les son propios. Incluso un poco más adelante, el apóstol Pablo dice de él,

      «No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás» (Hechos 8:21–23).

      Un hombre podría creer toda la verdad contenida en la Escritura y estar familiarizado con ella, más aún de lo que lo están los cristianos genuinos. Podría haber estudiado la Biblia por un tiempo más prolongado y en su fe captar mucho más de lo que aquellos podrían haber alcanzado. Así como su conocimiento es quizás más amplio, su fe pudiera ser más integral. En este tipo de fe, la persona puede llegar tan lejos como el apóstol Pablo llegó cuando dijo,

      «Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas» (Hechos 24:14).

      Sin embargo, esto no es una prueba de que su fe haya sido verdaderamente salvífica. Un ejemplo contrario lo podemos ver en Agripa:

      «¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees» (Hechos 26:27).

      Podemos denominar lo anterior como una simple fe histórica, incluso la Escritura nos enseña que las personas pueden poseer una fe que va más allá de un producto de su mera naturaleza, la cual es del Espíritu Santo, y aun así no ser una fe salvífica. Esta fe de la que estamos hablando tiene dos ingredientes que ni el estudio ni el esfuerzo propio pueden producir, sino la luz espiritual y el poder Divino que hacer rendir nuestra mente. Ahora, un hombre pudiera tener estos ingredientes: tanto la iluminación como la inclinación del cielo, y aun así no ser regenerado. Prueba indudable de esto la tenemos en Hebreos 6:4. Allí leemos sobre un grupo de apóstatas, de los cuales se dice, «Porque es imposible que (...) sean otra vez renovados para arrepentimiento». Vemos que también se dice de estos que eran «iluminados», lo que significa que no solo habían apreciado el mensaje sino que también se habían inclinado para abrazarlo, y ambas cosas porque fueron «hechos partícipes del Espíritu Santo».

      Las