A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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puede alcanzar el cielo por sus propias obras. Se les ha dicho una y otra vez que solo Cristo puede salvar al pecador que se arrepiente y cree, y que de ahí no será sacudido ni por el hombre ni por el diablo. Hasta aquí, muy bien.

      A este grupo del cual nos referimos ahora, también le ha sido enseñado que Cristo es el único camino al Padre, sin embargo, Él es el camino solamente cuando personalmente se ejerce una fe sobre Él y que llega a ser nuestro Salvador solo cuando creemos en Él. Durante los últimos veinticinco años, el énfasis de casi toda predicación ha sido poner la fe en Cristo, y los esfuerzos evangelísticos han estado completamente reducidos a conseguir que la gente «crea» en el Señor Jesús. Aparentemente esto ha sido un gran éxito; miles y miles han respondido al mensaje, pues como ellos suponen, han aceptado a Cristo como Salvador. Aquí queremos hacer entender que es un gran error suponer que todo el que «cree en Cristo» es salvo, así como concluir que solo están engañados aquellos que no tienen fe en Cristo (Proverbios 14:12, 30:12).

      Nadie puede leer atentamente el Nuevo Testamento sin darse cuenta de que existe un «creer» en Cristo el cual no salva. Leemos en Juan 8:30 «Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él.» Notemos cuidadosamente que no dice que muchos creen en Él, sino «muchos creyeron en Él». Sin embargo, no es necesario leer mucho más allá de este capítulo para saber que esas mismas personas eran almas no regeneradas, por consiguiente, tampoco salvas. Encontramos que el Señor les dice a estos «creyentes» que su padre es el diablo (verso 44); y más adelante los vemos llenando sus manos de rocas para arrojárselas a Jesús (verso 59). Para algunos esto ha llegado a ser difícil de entender, aunque no debería ser así. La dificultad de ellos es auto impuesta, pues yace en suponer que toda fe en Cristo significa salvación, y no es así. Hay una fe en Cristo la cual salva, y hay también una fe en Cristo la cual no lo hace.

      «Aun de los gobernantes, muchos creyeron en Él» ¿Significa entonces que todos esos hombres fueron salvos? Muchos predicadores y evangelistas, así como miles de sus víctimas, responderán «Por supuesto que sí». Pero veamos lo que sigue de inmediato:

      «pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 12:42–43).

      ¿Dirá algunos de nuestros lectores entonces que esos hombres fueron salvos? Si es así, entonces es una prueba clara de que tal lector es por completo un extraño a cualquier obra salvífica de Dios. Hombres que por el amor a Cristo teman arriesgar sus posiciones, sus intereses, sus reputaciones, o cualquier otra cosa que amen, son hombres que todavía están en sus pecados —no importa cuánto confíen en la obra consumada de Cristo.

      Es probable que muchos de nuestros lectores hayan crecido bajo la enseñanza de que hay solo dos tipos de personas en el mundo: creyentes y no creyentes. Pero tal clasificación es completamente engañosa y totalmente errónea. La Palabra de Dios divide a los habitantes de la tierra en tres tipos: «No seáis tropiezo ni a (1) judíos, ni a (2) gentiles, ni a (3) la iglesia de Dios» (1 Corintios 10:32). Esto fue así en los tiempos del Antiguo Testamento, y más notablemente desde los días de Moisés. Estaban primero los «gentiles» o naciones paganas, a las afueras de la comunidad de Israel. Con respecto a esta clase, hoy en día hay millones de paganos modernos, quienes son «amadores de los deleites más que de Dios». Segundo, estaba la nación de Israel, la cual estaba dividida en dos grupos como Romanos 9:6 lo declara: «no todos los que descienden de Israel son israelitas». La parte más grande de la nación de Israel era el pueblo nominal de Dios que tenía tan solo una relación nominal con él. Pertenecen a esta clase una gran masa de creyentes que profesan el nombre de Cristo. Tercero, estaba el remanente espiritual de Israel, los cuales eran llamados a la esperanza de una herencia celestial: este grupo son hoy en día los cristianos genuinos, la «manada pequeña» de Dios (Lucas 12:32).

      A través de todo el Evangelio de Juan podemos ver claramente esta división triple de los hombres.

      En primer lugar, estaban los líderes de la nación que tenían un corazón endurecido, los Fariseos, escribas, sacerdotes y ancianos. Estos de principio a fin estuvieron poniendo oposición a Cristo, y ni Su bendita enseñanza ni Sus maravillosas obras tuvieron efecto alguno en ellos.

      En segundo lugar, estaba la gente común que «le oía de buena gana» (Marcos 12:37), muchos de los cuales se dice que habían «creído en Él» (cf. Juan 2:23; 7:31; 8:30; 10:42; 12:11), pero no hay ninguna evidencia de que habían sido salvos. Ellos no se oponían a Cristo, pero nunca rindieron sus corazones a Él. Fueron maravillados por la divina obra de Jesús, sin embargo fueron fácilmente ofendidos (Juan 6:66). En tercer lugar, estaba el pequeño grupo que «le recibieron» (Juan 1:12) en sus vidas y en sus corazones; lo recibieron como su Señor y como su Salvador.

      Esta división de tres grupos de personas la podemos ver claramente hoy en día. Primero, está la gran multitud de personas que no profesan nada, que no ven en Cristo nada que les haga desearlo; que son sordos a todo llamado, y que muy poco se esfuerzan por esconder su odio hacia el Señor Jesús. Segundo, hay un grupo grande que de forma natural se sienten atraídos por Cristo, muy lejos de ser abiertos antagonistas de Él y Su obra, pues se encuentran entre Sus seguidores. Habiendo sido enseñados en la Verdad, ellos «creen en Cristo», al igual que los niños que son criados para creer firme y devotamente en Mahoma en el islam. Habiendo recibido enseñanzas con respecto a los beneficios de la preciosa sangre de Jesús, ellos confían en sus virtudes de librarlos de la ira venidera; no obstante, no existe en su diario vivir algo que muestre que son nuevas criaturas en Cristo.

      Tercero, hay unos «pocos» (Mateo 7:13–14) que se niegan a sí mismos, toman diariamente la cruz y siguen el camino de amor de un despreciado y rechazado Salvador y obedecen a Dios sin reservas.

      Querido lector, hay una fe en Cristo la cual salva, pero hay también una fe en Cristo que no lo hace. Con esta declaración muy pocos estarían en desacuerdo, sin embargo muchos serán inclinados a suavizarla diciendo que la fe en Cristo que no salva es simplemente una fe histórica, o que es solo una creencia acerca de Cristo en lugar de creer en Él. Hay personas que confunden una fe histórica acerca de Cristo con una fe salvífica en Cristo que no negamos; pero lo que queremos enfatizar en esto es el solemne hecho de que hay también algunos quienes tienen más que una fe histórica, más que un simple conocimiento intelectual sobre Él, que está lejos de ser una fe que vivifica y salva. Hoy en día no son unos pocos que tienen esta fe no salvífica sino un gran número que están a nuestro alrededor. Son personas que cumplen los prototipos de aquellos a los que le hemos llamado la atención anteriormente: quienes estaban representados y ejemplificados en los tiempos del Antiguo Testamento por aquellos que creían, descansaban, confiaban y se apoyaban en el Señor, pero que sin embargo eran almas no salvas.

      Entonces, ¿en qué consiste la fe salvífica? Mientras buscamos la respuesta, es nuestro objetivo no solo brindar una definición bíblica, sino al mismo tiempo diferenciarla de una fe no salvífica. Obviamente esto no es una tarea sencilla, debido a dos cosas que tienen en común: la fe en Cristo que no salva, comparte más de un ingrediente con la fe que verdaderamente une el alma a Él. Ahora por un lado, el escritor debe tratar de evitar elevar el modelo bíblico mucho más alto del real, para no crear desaliento en los santos del Señor; y por el otro lado debe evitar la reducción del modelo bíblico para no alentar a los maestros y religiosos no regenerados. No queremos negarle la porción legítima al pueblo de Dios, ni tampoco queremos cometer el pecado de tomar su pan y dárselo a los perros. Que el propio Espíritu Santo nos guíe a la verdad.

      Muchos errores serán evitados en este tema si tomamos el debido cuidado de expresar una definición bíblica de lo que es incredulidad. Encontraremos una y otra vez en las Escrituras el creer y el no creer colocados como una antítesis, y cuando obtengamos un entendimiento correcto de la naturaleza de la incredulidad, también llegaremos a un concepto correcto de la naturaleza real de la fe salvífica. Cuando entendamos que la incredulidad es mucho más que un error o un fracaso en aceptar la Verdad, también descubriremos que la fe salvadora es mucho más que una aceptación a lo que la Palabra de Dios nos dice. Las Escrituras describen la incredulidad como un principio malicioso y agresivo