A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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otro ejemplo donde vemos algo aún más sorprendente. Hay muchos otros que están dispuestos a tomar a Cristo como su Salvador, pero no están dispuestos a someterse a Él como su Señor, para estar bajo Su mandato y ser gobernados por Sus leyes. Todavía más, hay personas no regeneradas que reconocen a Cristo como su Señor. Veamos una prueba bíblica de esto:

      «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7:22–23).

      Existe un gran número de quienes profesan sujeción a Cristo como el Señor y hacen un montón de cosas «poderosas» en Su nombre: así que una persona puede mostrarte su fe por medio de sus obras y todavía no ser la fe salvífica.

      Es imposible medir cuán lejos podría llegar una fe no salvífica, así como cuan similar pudiera parecer a la fe salvífica. Cristo es el objeto de la fe salvadora, de igual manera para la fe no salvífica (Juan 2:23–24). La fe salvífica es concebida por el Espíritu Santo; así también la fe no salvífica (Hebreos 6:4). La fe salvífica es producida por la Palabra de Dios; lo mismo la no salvífica (Mateo 13:20–21). La fe salvífica hará que un hombre se prepare para la venida del Señor; igualmente lo hará una fe no salvífica: tanto de las vírgenes prudentes como de las insensatas está escrito: «Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas» (Mateo 25:7).

      La fe salvífica, así como la no salvífica están acompañadas de gozo (Mateo 13:20). Probablemente algunos lectores están preparados para decir que todo esto es muy desconcertante, y si realmente se prestó la atención necesaria, parecerá también angustiante. Pues, que Dios en Su misericordia permita que estas palabras puedan tener esos efectos en muchos de los que lo leen. Si valoras tu alma no rechaces esto ligeramente. Si hay tal cosa (y la hay) como una fe en Cristo que no salva, entonces ¡qué fácil es estar engañado sobre mi fe! No deja de tener sentido que el Espíritu Santo nos haya advertido sobre esto.

      «De ceniza se alimenta; su corazón engañado le desvía» (Isaías 44:20).

      «La soberbia de tu corazón te ha engañado» (Abdías 1:3).

      «Mirad que no seáis engañados» (Lucas 21:8).

      «Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña» (Gálatas 6:3).

      En ningún momento Satanás hace uso de esto más tenazmente, y con más éxito, que en conseguir que los hombres crean que tienen una fe salvífica, cuando en realidad no lo tienen.

      El diablo engaña más almas por medio de esta estrategia, que por medio de todas sus otras estrategias juntas. Ten presente esto como una ilustración. Cuantas almas cegadas por Satanás leerán esto y dirán: esto no tiene que ver conmigo; ¡yo sé que mi fe es una fe salvífica! De esta manera el diablo desvía la punta afilada de los juicios de la Palabra de Dios, y los asegura cautivos a su propia incredulidad. Él obra en su falsa seguridad, persuadiéndolos a creer que sus almas están aseguradas mientras los induce a ignorar las amenazas de la Escritura y así, a que se apropien solo de las promesas que confortan. Él los convence de no hacer caso a esta gran exhortación de la Palabra: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos» (2 Corintios 13:5).

      Oh querido lector, atiende a esas palabras en este momento. En esta parte final, haremos lo posible por señalar algunos de los detalles en los que la fe no salvífica es deficiente, y en cómo viene a parecerse a una fe que salva. Primero, los que tienen esta falsa fe, es debido a que ellos están dispuestos a que Cristo los salve del infierno, pero no están dispuestos a que Él los salve de ellos mismos. Quieren ser librados de la ira venidera, pero anhelan mantener su propia voluntad y los placeres de su carne. Pero el Señor ha declarado que tú debes ser salvo bajo Sus términos y condiciones, sino no lo serás en absoluto. Cuando Cristo salva a alguien, lo salva del poder y la contaminación del pecado, y por lo tanto de su propia culpabilidad. Y la esencia misma del pecado es el empeño de tener mi propio camino (Isaías 53:6). Cuando Cristo salva a una persona, Él somete el espíritu de su voluntad, e implanta un deseo eterno, genuino y poderoso de agradarle a Él.

      Nuevamente, muchos nunca han sido salvos porque quieren dividir a Cristo; desean tomarlo con Salvador, pero sin someterse a Él como Señor. O si están preparados para someterse a Él como Señor, no lo harán como su absoluto Señor. Esto no puede ser: Cristo solo puede ser Señor de todo. La gran mayoría de cristianos profesos quisieran que la soberanía de Cristo estuviera limitada a ciertos puntos; de tal manera que no se inmiscuyera demasiado en la libertad de algunos deseos lujuriosos y carnales. Ellos codician la paz del Señor, pero su «yugo» no es para nada bienvenido. De todos ellos Cristo dirá:

      «Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí» (Lucas 19:27).

      Otra vez digo, hay una gran multitud de personas que están relajados y preparados para que Cristo venga y los justifique, pero no para que los santifique. De modo que ellos tolerarán solo cierto grado de santificación, pero la santificación incluye «todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (1 Tesalonicenses 5:23), y ellos no tienen el ánimo para saborear esto. Que sus corazones sean santificados y que su codicia y orgullo sean sometidos, es demasiado pedir, es como arrancarse un ojo. No están dispuestos a someterse a la mortificación de todos sus miembros. Ellos no quieren que Cristo sea como un Refinador que destruya toda su lujuria, que consuma su escoria, que disuelva por completo su vieja naturaleza, que derrita sus almas para así crear un nuevo molde. Negarse completamente a sí mismos y cargar su cruz cada día, es una tarea de la que huyen con aborrecimiento.

      Muchos están dispuestos a celebrar a Cristo como su Sacerdote, pero no para declararlo como su Rey. Pregúntales, en general, si están listos para hacer alguna cosa que Cristo les demande, y responderán con un enfático y confiado «Si». Pero ve a lo específico: haz mención de esos mandamientos particulares del Señor los cuales están ignorando, y ellos a una sola voz gritarán «¡legalismo!» o «No podemos ser completamente perfectos». Menciona nueve responsabilidades que ellos quizá están realizando, pero menciona la décima y los harás enojar. Después de una gran persuasión, Naamán fue llevado a lavarse en el Jordán pero no estuvo dispuesto a dejar el templo de Rimón (2 Reyes 5:18). Herodes oyó con temor a Juan e hizo «muchas cosas» (Marcos 6:20), pero cuando Juan se refirió a Herodías, esto tocó su carne profundamente. Muchos están dispuestos a rendir sus noches en el teatro y sus fiestas, pero se rehúsan a ir con Cristo fuera del campamento. Otros están dispuestos a ir fuera del campamento, pero se rehúsan a negar su carnalidad y sus deseos lujuriosos. Querido lector, si hay una reserva en tu obediencia, vas en el camino que dirige al infierno.

       2. Su naturaleza

      «Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12). Muchos creen que este texto se aplica solamente sobre aquellos quienes están confiando en algo ajeno a Cristo y Su obra sustitutiva, tales como las personas que descansan en el bautismo, la membresía en la iglesia o en su propia moral y comportamiento religioso. Pero un gran error es este, el limitar las Escrituras únicamente a esto que acabamos de mencionar. Un verso como este: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12), tiene una aplicación mucho más amplia que solo a aquellos que están seguros de una felicidad eterna basados en sus propias obras. Igualmente erróneo es imaginar que solo las almas engañadas son los que no tienen fe en Cristo.

      Hay una cristiandad hoy en día conformada por un gran número de personas a quienes se les ha enseñado que nada de lo que haga el pecador podrá merecer la estima de Dios. Han sido educados, y con razón, que las obras de más alta moral de la naturaleza del hombre son como «trapos sucios» ante los ojos de un Dios santo. Han oído repetidamente pasajes como: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8–9); y «nos salvó, no por obras de justicia