A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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ni venir a Él de manera genuina. «Para los hombres es imposible» excluye la posibilidad de alguna apelación especial a la voluntad humana. No es sino un milagro de gracia lo que puede llevar a cualquier pecador a ser salvo.

      Y ¿por qué es imposible para el hombre producir fe salvífica? Dejemos que la respuesta sea trazada desde el caso del joven rico. Él se apartó triste de Cristo, «porque tenía muchas posesiones». Este joven estaba envuelto en sus riquezas. Era su ídolo. Su corazón estaba atado a las cosas de este mundo. Los requerimientos de Cristo fueron muy específicos: dejar todo lo que tenía y seguirle, era más de lo que la carne podía soportar. Querido lector, ¿cuáles son tus ídolos? El Señor le dijo: «una cosa te falta» ¿Qué era? Ceder a las demandas obligatorias de Cristo; un corazón rendido a Dios. Cuando el alma está llena de las inmundicias de este mundo, no hay espacio alguno para las cosas celestiales. Cuando un hombre está satisfecho con sus riquezas carnales, no pensará ni deseará las riquezas espirituales.

      Esta misma verdad es expuesta en la parábola de «la gran cena». El banquete de la gracia Divina es extendido, y a través del evangelio, se da a los hombres un llamado para que sean parte de él. Y ¿cuál es la respuesta?

      «Y todos a una comenzaron a excusarse» (Lucas 14:18).

      Y ¿por qué hicieron esto? Porque estaban más interesados en otras cosas. Sus corazones estaban fundados en tierras (verso 18), en bueyes (verso 19), en comodidades (verso 20). La gente está dispuesta a «aceptar a Cristo» bajo sus propias condiciones, pero no bajo las del Señor. Las condiciones del Señor son descritas en el mismo capítulo: entregarle el primer lugar de nuestro corazón (verso 26), la crucifixión de nuestras vidas (versos 27), abandonar por completo todo ídolo (verso 33). Por eso Él preguntó:

      «¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre [figura de la ardua tarea de poner la mira en las cosas de arriba], no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?» (Lucas 14:28).

      «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44)

      ¿Acaso estas palabras describen el ejercicio de la fe salvadora como algo simple que muchos pueden producir? La palabra «gloria» significa claramente aprobación o alabanza. Mientras que los judíos estaban pendientes de mantener su posición y buena opinión entre sí, eran indiferentes a la aprobación de Dios, era imposible que ellos fueran a Cristo:

      «Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4:4).

      El venir a Cristo de manera genuina, para creer en Él con fe salvífica, implica apartar nuestros corazones del mundo, alejando nuestra estima de los impíos y compañeros religiosos, y así identificar nuestras vidas con el despreciado y rechazado Señor Jesucristo. Esto implica someternos a Su yugo, rendirnos a Su señorío y vivir para Su gloria. Y esto no es una tarea fácil:

      «Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre» (Juan 6:27).

      ¿Expresa esto que obtener la vida eterna es algo fácil? Pues no, y está muy lejos de serlo. Esto indica que el hombre debe en completa entrega, someter todos sus intereses durante su búsqueda, como también debe estar preparado para esforzarse de manera ardua y superar las dificultades. Entonces, ¿este versículo enseña que la salvación es por obras y por nuestros propios esfuerzos? No, y sí. No, en el sentido que cualquier cosa que hagamos pueda ameritar salvación, pues la vida eterna es un «regalo». Sí, en el sentido de que después de ser salvos, se nos demanda una búsqueda incondicional de Dios y un uso diligente de los medios prescritos de gracia. En ninguna parte de las Escrituras hay alguna promesa para la negligencia (Comparar con Hebreos 4:11).

      «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero» (Juan 6:44).

      Claramente este pasaje declara mentira la teoría común de que en la voluntad del hombre está el poder de escoger. Por otro lado, vemos de manera obvia que este pasaje contradice la idea carnal y egocéntrica de que cualquiera puede recibir a Cristo como su Salvador en el momento que decida hacerlo. La razón por la cual el hombre natural no puede venir a Cristo a menos que el Padre lo «trajere», es porque es esclavo del pecado (Juan 8:34), de deleites diversos (Tito 3:3), cautivo del diablo (2 Timoteo 2:26). El poder del Todopoderoso debe romper sus cadenas y abrir las puertas de sus prisiones (Lucas 4:18) antes de venir a Cristo. ¿Puede alguno que ame las tinieblas y odie la luz, revertir el proceso por su propio poder? No, ningún hombre puede sanar por su propia voluntad una enfermedad que padezca. ¿Puede el etíope cambiar su color de piel o el leopardo cambiar sus manchas? Nada bueno pueden hacer los que están acostumbrados a la maldad (Jeremías 13:23).

      «Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?» (1 Pedro 4:18).

      Matthew Henry dijo:

      «Esto es la mejor manera de poder asegurar la salvación de sus almas, hay tantas tentaciones y dificultades las cuales enfrentar: mucho pecado a ser mortificado; la puerta es tan estrecha, y el camino tan angosto, que es más de lo que el justo puede hacer para ser salvo. Dejemos que la necesidad absoluta de salvación haga un equilibrio con sus dificultades. Considera que tus dificultades son grandes solo al principio, sobre todo porque Dios brinda Su ayuda y gracia; la lucha no durará por mucho tiempo. Se fiel hasta la muerte y Dios te dará la corona de la vida (Apocalipsis 2:10)».

      Igualmente dice John Lillie

      «Después de todo lo que Dios ha hecho enviando a Su Hijo y al Espíritu Santo, es con suprema dificultad que la obra de salvación del justo avanza hacia su consumación. La entrada al reino descansa en las muchas tribulaciones que se deben padecer, en las luchas contra las seducciones del mundo, en el debilitar la carne».

      Entonces, pues, he aquí las razones por las cuales la fe salvífica es tan difícil de ponerse en función.

      (1) Por naturaleza, los hombres son completamente ignorantes de su propia condición, y por lo tanto son engañados fácilmente por las artimañas de Satanás. Pero incluso cuando ellos están bíblicamente informados al respecto, tristemente le dan la espalda a Cristo, tal cual como lo hizo el joven rico cuando entendió las condiciones del discipulado, o sino profesan con hipocresía lo que en realidad no poseen.

      (2) El poder del ego reina con poder en ellos, y negarse a sí mismos es algo demasiado grande para un no regenerado.

      (3) El amor por las cosas del mundo y el obtener la aprobación de sus amigos los detiene de andar por un camino de completa rendición a Dios.

      (4) El carnal repugna la exigencia de que Dios debe ser amado con todo el corazón y que debemos ser «santos en toda vuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15).

      (5) Ser vituperados por causa de Cristo, ser odiados por el mundo religioso (Juan 15:18), sufrir persecución a causa de la justicia, es algo que es rechazado por la carne.

      (6) La humillación de nuestro corazón ante Dios, rindiendo y sujetando nuestra propia voluntad, es algo que un corazón duro aborrece.

      (7) Pelear la buena batalla de la fe (1 Timoteo 6:12) y resistir al diablo (1 Juan 2:13) es una tarea demasiado difícil para aquellos que aman su propia comodidad.

      Muchos desean ser salvados del infierno (lo que es un instinto natural de auto preservación) más están reacios a ser salvados del pecado. Hay cientos de miles que han sido engañados en el pensamiento de que ellos tienen que «aceptar a Cristo como su Salvador» mientras que sus vidas reflejan que lo han rechazado como Señor. Para que un pecador pueda tener el perdón de Dios debe «dejar su camino» (Isaías 55:7). Ningún hombre puede volverse a Dios hasta que no abandone sus ídolos (1 Tesalonicenses 1:9). Por esta razón el Señor Jesús insistió que

      «cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»(Lucas 14:33).

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