esta respuesta excluye las demandas de Dios al arrepentimiento (con todo lo que requiere e incluye), y las condiciones para el discipulado claramente definidas por Cristo en Lucas 14. El limitarnos a nosotros mismos a una sola condición de un tema en la Escritura o a un grupo de pasajes que usan esa condición, resulta en una concepción errada del tema. Quienes limitan sus ideas sobre la regeneración a solo la figura del nuevo nacimiento caen en un grave error en cuanto a esto. Así que quienes limitan su pensamiento sobre cómo ser salvos solamente a la palabra «creer» son fácilmente engañados. Se necesita ser diligentemente cuidadoso para reunir todo lo que las Escrituras enseñan acerca de cualquier tema si queremos tener una perspectiva precisa y correcta.
Para ser más precisos, en Romanos 10:13 leemos: «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» Ahora, ¿Quiere esto decir que todo el que, con sus labios, clame al Señor, que quienes en el nombre de Cristo hayan buscado a Dios para que tenga misericordia de ellos, han sido salvos? Quienes responden afirmativamente han sido engañados por el simple sonido de las palabras, como está engañado el Romanista que contiende por la presencia del cuerpo de Cristo en el pan, porque Él dijo: «esto es Mi cuerpo». Y ¿cómo demostramos que tal Romanista está engañado? comparando la Escritura con la Escritura. Así también aquí. El escritor bien recuerda haber estado en un barco en una gran tormenta en la costa de Newfoundland. Todas las escotillas estaban aseguradas y por tres días ningún pasajero podía subir a cubierta. Los reportes de los que estaban a cargo eran inquietantes. Todos, incluso los hombres más fuertes estaban atemorizados. Según la brisa aumentaba y el barco navegaba cada vez peor, muchos hombres y mujeres fueron oídos clamando el nombre del Señor. ¿Los salvó el Señor? Uno o dos días después, el clima cambió y, ¡esas mismas personas estaban bebiendo, maldiciendo y jugando a las cartas!
Quizás alguno pregunte, «¿Pero no es eso lo que Romanos 10:13 dice?» Por supuesto que sí, pero ningún verso de la Escritura muestra su significado a gente perezosa. Cristo mismo nos dice que hay muchos que lo llaman «Señor» a los cuales Él les dirá «Apartaos de mí» (Mateo 7:22, 23). Entonces, ¿qué es lo que se debe hacer con Romanos 10:13? Pues, compararlo de manera diligente con los demás textos que dan a conocer lo que debe hacer el pecador para que Dios lo salve. Si solo el temor a la muerte y el terror de ir al infierno es lo que motiva al pecador a clamar al Señor, es lo mismo que clamar a los árboles. El Todopoderoso no está a la orden de cualquier rebelde que ruega por misericordia cuando está aterrorizado:
«El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable» (Proverbios 28:9).
«El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13).
Él único «llamado a Su nombre» que el Señor atiende es el de un corazón quebrantado, penitente, que aborrece del pecado y anhela la santidad.
El mismo principio se aplica a Hechos 16:31; y que dice de forma similar «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Para un lector casual, esto parece asunto simple, sin embargo, un estudio más profundo a esas palabras mostrará que implica más cosas de las que se ven a primera vista. Vemos que los apóstoles no le dijeron al carcelero de Filipos que solamente «descansara en la obra consumada de Cristo», o que «confiara en Su sacrificio expiatorio». En lugar de eso, fue una Persona quien fue presentada delante de él. De nuevo, no fue simplemente un «cree en el Salvador», sino «el Señor Jesucristo». Juan 1:12 claramente nos muestra que «creer» es «recibir», y que para que un pecador sea salvo debe recibir a Uno que no es solo es Salvador sino también «Señor», sí, él debe recibirlo como «Señor» y luego Él se convierte en el Salvador de esa persona. Y recibir a «Jesucristo el Señor» (Colosenses 2:6) implica necesariamente la renuncia a nuestro señorío pecaminoso, el arrojar las armas de nuestra guerra contra El, y el sometimiento a Su yugo y a Sus reglas. Antes de que cualquier humano rebelde sea llevado a hacer eso, un milagro gracia Divina tiene que ser forjado dentro de él. Y esto nos trae inmediatamente al aspecto que nos ocupa en nuestro tema.
La fe salvífica no es un producto del corazón del ser humano, sino una gracia especial proveniente de lo alto. «Es don de Dios» (Efesios 2:8). Es operada por Dios (Colosenses 2:12). Es el «poder de Dios» (1 Corintios 2:5). El texto más resaltante sobre este tema lo encontramos en Efesios 1:16–20. Ahí encontramos al apóstol Pablo orando para que los ojos de los santos sean alumbrados en entendimiento, de manera que conozcan «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales». No la fuerza del poder de Dios ni su grandeza, sino «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros». Note también el estándar de la comparación: «nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales».
Dios ejerció el «poder de Su fuerza» cuando resucitó a Cristo. Hubo un extraordinario poder que buscaba afectar, incluso a Satanás y todas sus huestes. Hubo una dificultad extraordinaria que vencer, incluso la conquista de la gracia. Hubo un resultado extraordinario que lograr, es decir el darle vida a Uno que estaba muerto. Sólo Dios mismo podía realizar a un milagro tan estupendo. Exactamente parecido a esto es ese milagro de la gracia el cual activa la fe salvadora. El diablo emplea todas sus artes y poderes para retener sus cautivos. El pecador está muerto en sus delitos y pecados, y no puede resucitarse a sí mismo, así como no puede crear al mundo. Su corazón está cubierto de vestidos fúnebres de los deseos de la carne, y solo la Omnipotencia puede levantarlo a una comunión con Dios. Bien puede todo verdadero siervo del Señor imitar al apóstol Pablo y orar fervorosamente para que Dios ilumine a Su pueblo concerniente a esta maravilla de maravillas, de modo que, en lugar de atribuirle su fe a un producto de su propia voluntad, ellos puedan libremente darle toda la honra y la gloria a Aquél Quien es el único a quien pertenecen.
Si tan sólo los cristianos profesos de esta generación comenzaran a obtener un entendimiento correcto de la verdadera condición de todo hombre por naturaleza, pudieran tener menos inclinación a vacilar en contra de la enseñanza de que solo un milagro de la gracia puede capacitar al pecador para que crea en la salvación de su alma, si ellos pudieran solamente ver que la actitud del corazón hacia Dios de los más refinados y moralistas no difiere en lo más mínimo a los vulgares y viciosos; y que el que es amable y bueno hacia sus semejantes no tendrá más deseo por Cristo del que lo tiene el egoísta y obstinado; entonces esto hará evidente el poder Divino que opera para cambiar el corazón. Divino el poder que se necesitó para crear, pero uno mucho mayor se necesita para regenerar un alma; la creación es tan sólo el hacer algo de la nada, pero la regeneración es la transformación no solamente de algo no hermoso, sino de algo que resiste con todo su poder los diseños de la gracia del Alfarero celestial.
No es que simplemente el Espíritu Santo se acerca a un corazón en el cual no hay amor por Dios, sino que Él lo encuentra lleno de enemistad contra Él, e incapaz de sujetarse a Su ley (Romanos 8:7). Lo cierto, es que la persona quizás este un tanto desapercibida de esta verdad tan terrible, y también preparada para negarlo. Pero esto es fácil de notar. Si esta persona ha oído solamente sobre el amor, la gracia, la misericordia y la bondad de Dios; sería un hecho sorprendente que lo odie. Pero una vez que el Dios de las Escrituras se da a conocer en el poder del Espíritu, la persona se dará cuenta que Dios es el Gobernador de este mundo, el cual demanda sumisión incondicional a todas Sus leyes; pues Él es inflexiblemente justo y «de ningún modo tendrá por inocente al malvado»; Él es soberano, ama a quien desea y odia a quien quiere; está lejos de ser un Creador ligero, tolerante y complaciente (que pasa por alto la maldad de Sus criaturas), Él es indudablemente santo, por lo tanto Su justa ira arde contra los hacedores de iniquidad; entonces las personas serán conscientes de la enemistad que surge contra Él desde su propio corazón. Y solamente el maravilloso poder de Su Espíritu puede vencer esa enemistad y hacer que cualquier rebelde genuinamente ame al Dios de las Santas Escrituras.
El Puritano Thomas Goodwin correctamente dijo, «Es más fácil que un lobo se case con un cordero, o un cordero con un lobo, que un corazón carnal se sujete a la ley de Dios, la cual era su antiguo esposo» (Romanos 7:6). Esto consiste en transformar