hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños» (Ezequiel 36:37).
Clama sinceramente a Dios por un nuevo corazón, por Su Espíritu regenerador, por el don de la fe salvífica. La oración es una responsabilidad universal. Aunque un no creyente peque al orar (al igual que lo hace en todo), para él orar no constituye un pecado.
El segundo medio es escuchar la Palabra de Dios (Juan 17:20; 1 Corintios 3:5) o leerla (2 Timoteo 3:15). David dijo:
«Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, Porque con ellos me has vivificado» (Salmo 119:93).
Las Escrituras son la Palabra de Dios; a través de las cuales Él habla. Entonces, lee la Biblia y pídele que te hable vida, poder, liberación, paz a tu corazón. ¡Que el Señor digne a incluir Su bendición!
Cuando escribimos sobre este tema por primera vez, prácticamente mantuvimos toda la atención en la omnipotencia de Dios mostrada en y a través de la antigua Creación. Ahora, vamos a contemplar el ejercicio de Su poder en, y sobre la nueva Creación. Que el pueblo de Dios a veces es más lento en percibir lo primero que lo segundo está claro en Efesios 1:19, donde el apóstol hace una oración para que los santos conozcan «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza». De hecho, esto es muy impactante. Cuando Pablo habla sobre el Divino poder en la Creación, dice «Su eterno poder y Deidad» (Romanos 1:20); pero cuando se expresa sobre la obra de gracia y salvación, él lo llama «la supereminente grandeza de Su poder».
Dios proporciona Su poder a la medida y naturaleza de Su obra. La expulsión de demonios proviene de Sus «dedos» (Lucas 11:20); la liberación de Israel de Su «mano» (Éxodo 13:9); pero cuando el Señor salva a un pecador, es Su «brazo santo» el que le da la victoria (Salmos 98:1). Esto se puede ver claramente en Efesios 1:19, donde está tan bien formulado como para mostrar que requiere de la obra completa de la gracia Divina en y sobre los elegidos. Obra que no está limitada al pasado, «quien ha creído según»; ni al tiempo por venir, «el poder que obrara en ti»; sino al presente «la grandeza de su poder para con nosotros los que creemos». Todo esto es la «obra efectiva» del poder de Dios, desde el primer instante de iluminación y convicción, hasta la santificación y glorificación de los creyentes.
Densas son las tinieblas que cubren la gente (Isaías 60:2), y la gran parte de ellos incluso dentro de las «iglesias», consideran que de ninguna manera es difícil convertirse en cristiano. Ellos tienden a pensar que es tan fácil purificar el corazón del hombre (Santiago 4:8), casi como lavarse las manos; que es tan simple el hecho de que la luz Divina atraviese el alma, así como la luz del sol entra a sus recámaras al abrir las persianas; que no es tan difícil que un corazón cambie del rumbo de la maldad a la piedad, del mundo a Dios, del pecado a Cristo, así como cambia de rumbo un barco con un simple movimiento del timón. Y esto aún a la luz del énfasis de Cristo que dijo «para los hombres esto es imposible» (Mateo 19:26).
Mortificar los deseos de la carne (Colosenses 3:5), ser crucificado al pecado cada día (Lucas 9:23), ser manso y humilde, paciente y benigno; en una palabra, ser como Cristo, es una tarea que va más allá de nuestras fuerzas; es una tarea en la cual ninguno quisiera aventurarse, o el que se aventure muy pronto la abandona. Pero al Señor le complace perfeccionar Su fuerza en nuestra debilidad, y Él es «grande para salvar» (Isaías 63:1). Para que esto pueda ser más evidente para nosotros, consideraremos ahora algunas características del poder operante de Dios en la salvación de Su pueblo.
1. En la regeneración
Pocos se dan cuenta de que mucho mayor que el poder que Dios ejerció en la primera Creación, es el que Dios ejerce en la nueva Creación, al rehacer el alma y conformarla a la imagen de Cristo. Existe una mayor distancia entre el pecado y la justicia, entre la corrupción y la gracia, entre la depravación y la santidad; que la que hay entre la nada y algo, entre la inexistencia y la existencia; y la distancia que hay es en el poder de producir algo. Mientras más grande es el cambio, mayor es el milagro. Así entonces, hay más muestra de poder al regresar a un hombre muerto a la vida que a un hombre enfermo a la salud; es mucho más maravilloso el acto de cambiar a un incrédulo a la fe y de la enemistad al amor, que simplemente crear algo de la nada. Esto se nos ha dicho, que el evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16).
El Evangelio es el instrumento que Dios usa, cuando lleva a cabo la más maravillosa y bendita de todas Sus obras, es decir tomar gusanos miserables de la tierra y hacerlos «aptos para participar de la herencia de los santos en luz» (Colosenses 1:12).
Cuando Dios formó al hombre del polvo de la tierra, aunque el polvo no contribuyó en nada al acto por el cual Dios lo hizo, no tenía en sí mismo, ningún principio contrario al diseño de Dios. Pero al dirigir el corazón del pecador hacia Él, no hay ningún tipo de asistencia o ayuda del hombre en esta obra, sino más bien toda la fuerza de su naturaleza lucha contra el poder de la gracia Divina. Cuando el evangelio es presentado al pecador, no solo está su entendimiento ignorante de su maravilloso contenido, sino también su voluntad completamente perversa está contra él. No solo es el no desear a Cristo, sino que existe una evidente hostilidad contra Él. Solo el poder del Dios Todopoderoso puede vencer la enemistad de una mente carnal. Cambiar el curso del océano no sería un acto tan poderoso como lo es cambiar la inclinación perversa del corazón del hombre.
2. Convenciéndonos de pecado
La «luz de la razón» de la cual el hombre presume tanto, y la «luz de la consciencia» la cual otros estiman mucho, son absolutamente inútiles en cuanto a dar alguna inteligencia para entender las cosas de Dios. Justamente fue sobre esto a lo que Jesús se refirió cuando dijo
«Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?» (Mateo 6:23).
Sí, tanta es la oscuridad que los hombres «a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20).
Es tanta la oscuridad que las cosas espirituales son «locura» para ellos (1 Corintios 2:14). Tanta es la oscuridad que son completamente ignorantes de esto (Efesios 4:18), como también completamente ciegos a su condición. El hombre natural no solo es incapaz de liberarse de esta oscuridad, sino que tampoco tiene el deseo de hacerlo, por el hecho de estar espiritualmente muerto, no tiene consciencia de ninguna necesidad de liberación.
Es debido a su terrible condición que, sin la regeneración del Espíritu Santo todos los que escuchan el evangelio están completamente incapacitados de logar un entendimiento espiritual del mismo. Muchos de los que escuchan el Evangelio piensan que son salvos, que son cristianos verdaderos y que ningún argumento del predicador ni poder sobre la tierra, podría jamás convencerlos de lo contrario. Diles: «Hay generación limpia en su propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12), y esto no dejará ninguna huella en ellos. Adviérteles que, «antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Lucas 13:3), y esto no los moverá de ninguna manera. No, ellos suponen que no tienen nada de que arrepentirse, y ellos consideran «que no hay que arrepentirse» (2 Corintios 7:10). Ellos tienen tan alta opinión de sus profesiones religiosas, que están fuera de peligro del infierno. Por esto, al menos que un milagro poderoso de gracia sea hecho en ellos, al menos que el poder Divino destruya su ego, no habrá esperanza alguna para ellos.
Que un alma sea convencida de pecado para salvación, es una maravilla mucho más grande que si una fuente putrefacta generara aguas dulces. Para que un alma entienda que «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6:5), necesita que el poder del Omnipotente se lo haga ver. Por naturaleza el hombre es independiente, autosuficiente, confiado de sí mismo: ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando ahora él siente y acepta su incapacidad! Por naturaleza el hombre piensa bien de