A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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observe cuidadosamente que la fe no «obra» solamente, sino que «obra por el amor». Es en este punto que las «obras» del cristiano se diferencian de aquellas de un simple religioso. «El católico romano obra a fin de ganarse el cielo. El fariseo obra para ser aplaudido, para ser visto por los hombres, a fin de lograr una buena estima de ellos. El esclavo trabaja para no ser golpeado, para no ser condenado. El religioso obra para poder tapar la boca de su conciencia que lo acusará si no hace nada. El profeso común obra porque es vergüenza no hacer nada donde algo tan grande es profesado. Pero el verdadero creyente obra porque ama. Este es el motivo principal (incluso el único) que lo lleva a obrar. No hay otro motivo dentro ni fuera de él, sin embargo, se mantiene obrando para Dios, y actuando para Cristo porque lo ama; es como fuego en sus huesos» (David Clarkson).

      La fe salvífica siempre va acompañada de un caminar de obediencia.

      «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:3,4).

      No te equivoques en este punto querido lector: los méritos del sacrificio de Cristo y el poder de su intercesión sacerdotal son infinitos, sin embargo, el que es salvo no usa esto como excusa para continuar en desobediencia. Él reconoce como Sus discípulos a aquellos que le honran como su Señor

      «Demasiados profesos se calman a sí mismos con la idea de que ellos poseen una justicia imputada, mientras son indiferentes a la obra santificadora del Espíritu. Ellos se rehúsan a ponerse los vestidos de la obediencia, rechazan el lino fino que es la justicia de los santos. Y así revelan su propia voluntad, su enemistad con Dios, y su falta de sumisión a Su Hijo. Tales hombres pueden hablar lo que quieran de la justificación por la fe y la salvación por gracia, pero son unos rebeldes de corazón; no se han puesto el vestido de bodas al igual que el que pretende justificarse por sus obras, el cual ellos mismos condenan. El hecho es que, si deseamos las bendiciones de la gracia debemos someter nuestros corazones a las reglas de la gracia, sin tomar unas y desechar otras» (C. H. Spurgeon en The Wedding Garment [El vestido de boda]»).

      La fe salvífica es preciosa, pues, así como el oro, soportará las pruebas (1 Pedro 1:7). Un cristiano genuino no teme a las pruebas; sino que desea ser probado por Dios mismo. Él clama:

      «Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón» (Salmo 26:2).

      Por lo tanto, está dispuesto a que su fe sea probada por otros, porque no esquiva el toque del Espíritu Santo. Con frecuencia se examina a sí mismo, pues donde hay tanto en juego debe estar seguro. Él está ansioso de conocer lo peor, así como lo mejor. La predicación que más le agrada es aquella que más le hace escudriñarse y probarse. Se resiste a ser engañado con vanas esperanzas. No se deja sumergir en una gran presunción de su condición espiritual. Cuando es retado, cumple con el consejo del apóstol en 2 Corintios 13:5.

      Aquí está la diferencia entre el verdadero cristiano y el religioso. El profeso pretencioso está lleno de orgullo, y tiene una alta opinión de sí mismo, está muy seguro de que ha sido salvado por Cristo. Él detesta toda prueba que amerite examinarse, y considera el auto examen como algo altamente dañino y destructor de la fe. La predicación que más le agrada es aquella que se mantiene a una distancia respetable, que no se acerca a su conciencia, que no le escudriña su corazón.

      Predicarle la obra consumada de Cristo y la seguridad eterna de todos los que creen, lo fortalece en su falsa paz y alimenta su confianza carnal. Si un verdadero siervo de Dios trata de convencerlo de que su esperanza es un engaño, y su confianza es una presunción, él lo consideraría como un enemigo, como si Satanás buscara llenarlo de dudas. Hay más esperanza de que un asesino sea salvo, que este deje de creer en su engaño.

      Otra característica de la fe salvífica es que le da al corazón la victoria sobre las vanidades e inmundicias de las cosas del mundo.

      «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo; nuestra fe» (1 Juan 5:4).

      Observe que esto no es un objetivo tras el cual el cristiano se esfuerza, sino en realidad es una experiencia presente. En esto el santo ha sido conformado a su Cabeza:

      «pero confiad, Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).

      Cristo lo venció por Su pueblo y ahora Él lo vence en ellos. Él abre sus ojos para que vean lo hueco e indigno que este mundo ofrece, y desconecta sus corazones para satisfacerlos con cosas espirituales. Él mundo atrae tan poco al verdadero hijo de Dios que éste anhela que llegue el momento en que Dios lo saque de allí. ¡Ay de aquellos que profesan el nombre de Cristo no teniendo ningún conocimiento de estas cosas! ¡Ay de aquellos que han sido engañados con una fe que no salva!

      «Un cristiano solamente vive para Cristo. Muchas personas piensan que pueden ser cristianos en términos más fáciles que estos. Ellos piensan que es suficiente confiar en Cristo, aunque no vivan para Él. Pero la Biblia nos enseña que si tenemos parte de la muerte de Cristo también somos participantes de su vida. Si tenemos tal valoración de Su amor al morir por nosotros y llevarnos a confiar en los méritos de Su muerte, seremos llevados a consagrar nuestras vidas a Su servicio. Y ésta es la única evidencia de la autenticidad de nuestra fe». (Charles Hodge acerca de 2 Corintios 5:15)

      Querido lector, ¿Has comprobado estas cosas en tu propia experiencia? Si no, ¡Qué indigna y perversa es su profesión! «Por lo tanto, es excesivamente absurdo para cualquiera, el pretender tener un buen corazón mientras se tiene una vida perversa, o no producir el fruto de santidad universal en su práctica. Los hombres que viven en el camino del pecado, y sin embargo alardean de que irán al cielo, esperando ser recibidos como personas santas, sin una práctica santa, actúan como si ellos esperaran hacer de su Juez un tonto. Esto viene implicado en lo que dijo el apóstol (hablando de las buenas obras del hombre y del vivir una vida santa y así mostrar la evidencia de su conversión para vida eterna), «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7). Así que debemos decir, no se engañen a ustedes mismos con una esperanza de cosechar la vida eterna, si no siembran para el Espíritu en esta vida; es en vano pensar que Dios se volverá un tonto por ustedes» (Jonathan Edwards en Religious Affections [Afectos Religiosos]).

      Lo que Cristo demanda de Sus discípulos es que ellos Le magnifiquen y Le glorifiquen en este mundo; y que vivían una vida santa para Él, padeciendo pacientemente por Él. Nada honra más a Cristo que aquellos que profesan Su nombre manifiesten el poder de Su amor sobre sus vidas y corazones, mediante una obediencia santa. Por el contrario, nada es de mayor reproche y deshonra para Él, que aquellos que viven para sus propios placeres, quienes están conformados a este mundo, y encubren su maldad bajo Su santo nombre. Un cristiano es uno que ha tomado a Cristo como ejemplo en todas las cosas; y cuán grande es el insulto cuando esos que profesan ser cristianos viven diariamente sin mostrar respeto por Su ejemplo piadoso. Son como una fetidez ante Sus narices; y son causantes de grandes dolores a Sus verdaderos discípulos; ellos son el mayor obstáculo que existe para el progreso de Su causa en la tierra; ellos, sin embargo, encontrarán los lugares más ardientes que han sido reservados para ellos en el infierno. Oh que ellos abandonen su curso de auto placer o que abandonen la profesión de ese Nombre que es sobre todo nombre.

      Quiera el Señor usar este libro para deshacer la falsa confianza de algunas almas engañadas, y si preguntan con sinceridad como obtener una fe genuina y salvífica, respondemos, usa los medios que Dios ha prescrito. Debido a que la fe es Su don, Él la da a Su modo; y si deseamos recibirla, entonces debemos ponernos en el camino donde Él desea comunicarla. La fe es la obra de Dios, pero Él no la obra sin ningún medio, sino a través de los medios que Él ha determinado. Los medios determinados no pueden producir fe en sí mismos. Estos no son más que instrumentos en las manos de Quien es la causa principal. Aunque Él no Se ha atado a ellos, si nos ha atado a nosotros. Aunque Él es libre, para nosotros son medios necesarios.

      El primer medio es la oración: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros» (Ezequiel 36:26). He aquí una promesa de gracia, pero ¿De qué manera