una indulgencia para que los hombres continúen satisfaciendo sus deseos carnales y mundanos. Si un hombre profesa creer en el nacimiento virginal y en la muerte vicaria de Cristo, y afirma estar descansando en Él para salvación, hoy en día puede pasar como un cristiano verdadero en cualquier parte, aunque su diario vivir no muestre diferencia alguna de la moral mundana de uno que no profesa nada.
El diablo está adormeciendo y dirigiendo a miles al infierno por medio de este gran engaño. El Señor Jesús dice: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6:46); e insiste: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7:21).
La tarea más difícil para muchos de nosotros no es aprender, sino desaprender. Muchos de los mismos hijos de Dios han bebido tanto del dulce veneno de Satanás, que no se les hace fácil expulsarlo de sus cuerpos; y mientras lo mantienen dentro, su entendimiento se embrutece. Esto llega a ser de tal manera, que la primera lectura de un texto como este puede impactarles como si fuera un ataque directo a la suficiencia de la obra consumada de Cristo, como si estuviéramos enseñando que al sacrificio expiatorio del Cordero, se le necesita agregar algo de la criatura. No es eso lo que estamos diciendo, sino que solo los méritos de Cristo pueden darle al pecador el privilegio de estar frente al grandioso Santo Dios. Pero lo que estamos argumentando es ¿Cuándo imputa Dios la justicia de Cristo al pecador? Indudablemente no mientras este en oposición a Dios.
Por otra parte, no podemos honrar la obra de Cristo hasta que definamos de manera correcta el motivo para la cual fue ideada. El Señor no vino a morir para proporcionar el perdón de los pecados, y llevarnos al cielo mientras nuestros corazones permanecen aún anclados a la tierra. No, Él vino a preparar el camino al cielo (Juan 10:4; 14:4; Hebreos 10:20–22; 1 Pedro 2:21), para llamar a los hombres a que anden en ese camino, y por medio de Sus preceptos y promesas, de Su ejemplo y Su Espíritu, Él pueda formar y moldear sus almas para ese estado glorioso y hacerlos que abandonen todas las cosas por Su causa. Él vivió y murió para que Su Espíritu viniera y resucitara a los muertos en pecados y les diera vida, haciéndolos nuevas criaturas en Él, y haciendo de su permanencia en este mundo como la de aquellos que ya no están allí, cuyos corazones ya han partido. Cristo no vino para que el cambio de corazón, el arrepentimiento, la fe, la santidad personal, el amor supremo por Dios y la obediencia sin reservas a Él sean innecesarias, o para que sea posible ser salvos sin estas cosas ¡qué pensamiento tan insensato sería ese!
Querido lector, esto se convierte en una prueba para cada uno de nuestros corazones al enfrentar honestamente la pregunta, ¿Esto es realmente lo que anhelo? Así como Bunyan preguntó (en su obra The Jerusalem Sinner Saved [El pecador de Jerusalén redimido])
«¿Cuáles son tus deseos? ¿Deseas ser salvo? ¿Ser salvado con una salvación completa? ¿Ser salvado de toda culpabilidad y de toda inmundicia? ¿Deseas ser un siervo del Señor? ¿Estás cansado del servicio a tu viejo maestro: el diablo, el pecado y el mundo? ¿Estos deseos te han hecho correr? ¿Corres al Señor el cual es el Salvador de la ira venidera, para vida? Si estos son tus deseos, y no son fingidos, entonces no temas».
«Muchas personas piensan que cuando predicamos la salvación, queremos decir salvación de ir al infierno. No queremos decir eso, sino mucho más: predicamos salvación del pecado; decimos que Cristo puede salvar a un hombre, y queremos decir que Él puede salvarlo del pecado y hacerlo santo; hacerlo un nuevo hombre. Ninguna persona tiene el derecho de decir «Soy salvo,» mientras continua en pecado como siempre. ¿Cómo puedes ser salvo del pecado mientras vives en él? Un hombre que se esté ahogando no puede decir que es salvo del agua mientras sigue hundido en ella; un hombre que está congelado no puede decir que es salvo del frío mientras este endurecido en medio del invierno. No amigo, Cristo no vino a salvarte en tus pecados sino de tus pecados, no vino para suavizar la enfermedad de tal manera que no te afecte tanto. Él vino para tratar con ella como una enfermedad mortal, y removerla de ti y a ti de ella. Jesucristo vino a sanarnos de la plaga del pecado, vino a tocarnos con sus manos y decir «Yo quiero, sé limpio» (C. H. Spurgeon, acerca de Mateo 9:12).
Aquellos que no anhelan de corazón la santidad y la justicia, se engañan a sí mismos cuando pretenden querer ser salvos por Cristo. El hecho es que muchos hoy en día lo que quieren es simplemente una medicina para calmar sus consciencias, que les permita tranquilamente andar en un camino de placeres y continuar en sus caminos mundanos sin ningún temor al castigo eterno. La naturaleza humana es la misma en todo el mundo, ese instinto miserable que hace que multitudes crean que pagándole a un sacerdote unos cuantos dólares obtendrán el perdón de todos sus pecados pasados, y por una «indulgencia» obtendrán el perdón de los pecados futuros; el mismo instinto que hace a otros tragarse con facilidad la mentira de que con un corazón roto y penitente, por ese simple acto de propia voluntad, ellos podrán «creer en Cristo», y de este modo no solo obtener el perdón de Dios por los pecados pasados sino también una «seguridad eterna», sin importar lo que hagan o no en el futuro.
Oh mi querido lector, no seas engañado; Dios no libra a ninguno de la condenación a menos que sea de aquellos «que están en Cristo» (Romanos 8:1), y «si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron (no «deberían pasar»); he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). La fe salvífica hace que un pecador venga a Cristo con un alma sedienta de beber agua viva y de Su Espíritu (Juan 7:38–39). El amar a nuestros enemigos y bendecir a los que nos maldicen, el orar por los que nos ultrajan, está muy lejos de ser una cosa sencilla, y aun así esta no es la única tarea que Cristo entrega a los que desean ser Sus discípulos. Al actuar así, Él nos ha dejado un ejemplo para seguir Sus pasos. Y Su «salvación», en su aplicación presente, consiste en revelar a nuestro corazón la necesidad obligatoria de ser dignos de Su alto y santo estándar, comprendiendo nuestra impotente capacidad de serlo; y creando en nosotros hambre y sed de justicia, y un volverse diario hacia Él clamando por la gracia y fuerza necesarias.
4. Su Comunicación
Desde el punto de vista humano, las cosas están mal en el mundo. Pero desde el punto de vista espiritual las cosas están mucho peor en la esfera religiosa. Qué triste es ver los cultos anticristianos creciendo por todos lados, pero lo más grave para aquellos que son enseñados por Dios, es descubrir que gran parte del «evangelio» que se les está predicando en muchas «iglesias fundamentalistas» no son más que engaños satánicos. El diablo sabe que sus prisioneros están asegurados mientras que la gracia de Dios y la obra consumada de Cristo sean proclamadas «fielmente» a ellos, pero siempre y cuando la única manera en que los pecadores reciben las virtudes salvíficas de la Expiación sea, sea infielmente escondida. Mientras que la autoridad y el mandato al arrepentimiento sean excluidos, mientras las condiciones de Cristo para el discipulado (es decir, como ser un cristiano: Hechos 11:26; Lucas 14:26, 27, 33) sean retenidas, y mientras la fe salvífica sea reducida a un simple acto de la voluntad humana, hombres ciegos continuarán siendo guiados por predicadores ciegos, para ambos caer en el mismo hoyo.
Las cosas están mucho peor en sectores «ortodoxos» de la cristiandad, incluso más de lo que la mayoría del pueblo de Dios cree. Las cosas están podridas incluso desde su misma base, porque, salvo en muy raras excepciones, el camino de Dios para la salvación ya no está siendo enseñado. Miles de personas están «siempre aprendiendo» cosas sobre profecía, sobre sus tipos, el significado de los números, como dividir las «dispensaciones», pero sin embargo, «nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad» (2 Timoteo. 3:7) de la salvación misma —no pueden porque no están dispuestos a pagar el precio (Proverbios 23:23) el cual consiste en una entrega total a Dios. Hasta donde el escritor entiende esta situación, le parece que lo que hoy se necesita es dirigir la atención de los cristianos profesantes hacia preguntas tales como: ¿Cuándo Dios aplica las virtudes de la obra consumada de Cristo al pecador? ¿Qué he sido llamado a hacer, a fin de apropiarme de la eficacia de la expiación de Cristo? ¿Qué es lo que me da una entrada a las bondades de Su redención?
Estas preguntas son sólo tres maneras diferentes de formular la misma duda. Ahora la respuesta común que se recibe es: «Nada más se le requiere al pecador que crea en el Señor