A. W. Pink

Cristianismo Práctico


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3:18).

      La fe salvadora o salvífica hace que los impíos se den cuenta de la pecaminosidad de su propia voluntad y sus propios placeres, los quebranta de manera genuina y los hace caer arrepentidos ante Dios, los vuelve dispuestos a abandonar el mundo por el Señor Jesucristo, los hace estar de acuerdo en vivir bajo gobierno de Dios, pero tan solo «depender» de Él para perdón y vida no es fe, sino una presunción descarada que solo añade sal a la herida. Y para tales, tomar el nombre de Dios y pronunciar con sus labios contaminados que son Sus seguidores, es la blasfemia más atroz, y de manera peligrosa esto pudiera venir a ser el cometer ese pecado que es imperdonable. ¡Ay de ese evangelismo moderno que solamente está alentando y generando criaturas monstruosas que deshonran a Cristo!

      La fe que salva es un creer con el corazón: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:9–10).

      No existe tal cosa como una fe salvífica en Cristo en la cual no hay amor real por Él, y con «amor real» nos referimos a un amor que se ve evidenciado por la obediencia. El Señor Jesucristo declara que su amigo es aquel que hace lo que Él manda (Juan 15:14). Así como la incredulidad es una especie de rebelión, así la fe salvadora es una completa sujeción a Dios: por eso leemos sobre «obedecer la fe» (Romanos 16:26). La fe que salva es para el alma, lo que la salud es para el cuerpo: es un poderoso elemento para el funcionamiento, de completa vitalidad, trabajando siempre, llevando siempre buen fruto.

      3. Su dificultad

      Probablemente, algunos de nuestros lectores se sorprenderán al oír sobre la dificultad de la fe salvífica. En casi todas partes se está enseñando por hombres que se dicen ortodoxos e incluso «fundamentalistas», que ser salvo es un asunto muy sencillo. Mientras la persona crea (Juan 3:16), y «descanse», o «acepte a Cristo como su Salvador personal,» nada más se necesita. Comúnmente se dice que el pecador no necesita más que poner su fe en el objetivo correcto: así como un hombre confía en su banco o una mujer en su esposo, que ejerza su profesión de fe en Cristo. Esta idea ha sido aceptada por muchos de una manera amplia, y cualquiera que diga lo contrario se arriesga a ser etiquetado de hereje. Sin embargo, este escritor, sin dudarlo denuncia esto como el insulto más grande contra Dios, una mentira del diablo. La fe natural es suficiente para confiar en algo terrenal, pero para confiar de manera salvífica en un objetivo Divino se necesita una fe sobrenatural.

      A medida observamos los métodos que son empleados por los «evangelistas» y «líderes» modernos, nos damos cuenta que han reemplazado al Espíritu Santo por sus propios pensamientos; lo cierto es que muestran el más degenerado concepto de salvación, el cual es un milagro que solo Él puede hacer cuando transforma el corazón humano y lo rinde de manera genuina al Señor Jesucristo. En estos tiempos de tanta degeneración solo unos pocos tienen la idea de que la fe que salva es un hecho milagroso. En lugar de esto, la gran mayoría supone que la fe salvífica es nada más que un producto de la voluntad humana, la cual cada hombre es capaz de producir: todo lo que se necesita es presentarle al pecador unos cuantos versos bíblicos que describan su condición perdida, uno o dos que contengan la palabra «creer», luego un poco de persuasión para que «acepte a Cristo,» y listo el trabajo. Y lo peor de esto es que muchos no ven el error, y permanecen ciegos al hecho de que este procedimiento es una especie de droga del diablo para adormecer a miles de personas llevándolos a una paz falsa.

      Muchos han sido persuadidos a creer que son salvos. Cuando en realidad su fe surgió de un procedimiento superficial de lógica. Por ejemplo, un «líder» se dirige a un hombre que no tiene preocupación alguna por la gloria de Dios ni la comprensión de su obstinación terrible contra él. Ansioso por «ganar otra alma para Cristo», saca el Nuevo Testamento y le lee 1 Timoteo 1:15. Este líder dice, «tú eres un pecador», y el hombre asienta con la condición de la que se le ha informado, «entonces este verso te incluye». Luego le lee Juan 3:16, y pregunta, «¿A quiénes incluye la frase “todo aquel”?» La pregunta es repetida una y otra vez hasta que la pobre víctima responde, «tú y yo, y a todos». Ahora le pregunta, «¿Lo crees? ¿Crees que Dios te ama y que Cristo murió por ti?» Si la respuesta es «Sí,» el líder le da la seguridad de que es ahora salvo. ¡Oh querido lector! Si de este modo tú fuiste «salvo», entonces fue con «palabras persuasivas de humana sabiduría» y tu «fe» esta «fundada en la sabiduría de los hombres» (1 Corintios 2:4–5) y ¡no en el poder de Dios!

      Al parecer muchos piensan que es tan fácil para un pecador limpiar su corazón (Juan 4:8) como lavarse las manos; que la verdad Divina atraviese su alma y debilite su carne así como tirar de las persianas en la mañana para que la luz del sol entre; que se vuelvan de sus ídolos a Dios, del mundo a Cristo, de su pecado a la santidad, así como un barco cambia de dirección con el simple movimiento del timón. Querido lector, no seas engañado en este asunto tan importante; mortificar los deseos de la carne, ser crucificado al mundo, vencer al diablo, morir diariamente al pecado y vivir para la justicia, ser manso y humilde de corazón, confiado y obediente, piadoso y paciente, fiel y comprometido, amoroso y gentil; en una sola palabra, ser cristiano, el ser como Cristo, es una tarea que va mucho más allá de un pobre producto de la naturaleza caída del hombre.

      Es por el hecho de que una generación ha crecido ignorante de la verdadera fe salvadora que ellos la estiman como algo simple. Es porque están tan lejos de tener el concepto bíblico de la naturaleza de la salvación de Dios, que aceptan los disparates antes mencionados con los brazos abiertos. Es porque muy pocos comprenden la razón por la cual necesitan salvación, que ese evangelio popular es tan felizmente aceptado. Una vez que se entienda que la fe salvadora es mucho más que creer que «Cristo murió por mí», y que implica una rendición completa de mi corazón y mi vida a Su gobierno, muy pocos pensarán que la poseen.

      Una vez que se entienda que Cristo vino a salvar a Su pueblo no solo del infierno, sino del pecado, de su propia voluntad y sus propios deseos, entonces muy pocos desearán Su salvación.

      El Señor nunca enseñó que la fe salvadora fuera un asunto sencillo, esto está muy lejos de su enseñanza. En lugar de decir que la salvación del alma fuera algo simple, en la cual todos podían tener parte, Él dijo:

      «porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14).

      El único camino que nos lleva al cielo es uno muy duro y laborioso: «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hechos 14:22):

      El entrar en ese camino requiere grandes esfuerzos del alma, «Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán» (Lucas 13:24).

      Después de que el joven rico se había apartado muy triste de Cristo, el Señor Se dirigió a Sus discípulos y les dijo:

      «Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Marcos 10:24–25)

      ¿Dónde colocamos un pasaje como este en la teología (si se le puede llamar así) que se enseña en las «Escuelas Bíblicas» de instrucción en evangelismo y liderazgo? No tiene lugar alguno. De acuerdo con ese punto de vista, es tan fácil para un millonario ser salvo como lo es para un pobre, ya que todo lo que tienen que hacer es «descansar en la obra consumada de Cristo». Pero los que se revuelcan en sus riquezas no piensan en Dios:

      «En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí» (Oseas 13:6).

      Los discípulos al oír estas palabras de Cristo «se asombraban aún más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?» Si nuestros contemporáneos hubiesen oído esto, hubiesen colocados sus temores en el descansar en Cristo, y les hubiesen asegurado que absolutamente todos pueden ser salvos si creen en el Señor Jesús. Pero el Señor no los alentó con esto. En lugar, les dijo inmediatamente

      «Para los hombres es imposible,