Mark Oliver Everett

Cosas que los nietos deberían saber


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aún como «Mr. E o E a secas») no es un tipo precisamente alegre.

      Pero también es cierto que su música produce un raro optimismo iluminador que, seguro, habría hecho las delicias de Seymour Glass si éste no se hubiera suicidado. Alguna enciclopedia define todo esto como una forma musical llamada dysfunctional-americana o down lo-fi, que acaso empieza y termina en lo que hace Everett en EELS.

      Y, sí, todas y cada una de las canciones de EELS piensan en una sola cosa: estamos aquí, no fue fácil, no es fácil, nunca va a ser fácil, y falta menos para el final. Vitales canciones desde este lado del túnel que, se supone, tiene una luz de muerte al final, pero vaya uno a saber.

      Mientras tanto y hasta entonces, Everett nos confiesa que su pasatiempo favorito es imaginar cuánto tiempo pasará entre su último aliento y el hallazgo de su cadáver.

      Hagan sus apuestas.

      DOS Blinking Lights and Other Revelations puede ser considerado sin dificultad la obra maestra de Mark Oliver Everett hasta la fecha, y voy a referirme bastante a este álbum porque Blinking Lights and Other Revelations puede oírse como el soundtrack de este libro más allá de que haya sido grabado antes.

      No importa.

      Aquí —ahí— está el sonido para estas palabras. Esas melodías sofisticadamente sencillas, esa voz entre vieja y adolescente, pasajes instrumentales perfectos para silbar, momentos más engañosamente up, esos títulos —«Marie Floating Over the Backyard», «Last Days of My Bitter Heart», «Ugly Love», «Going Fetal», por ejemplo— y, de pronto, el convencimiento absoluto de que uno está escuchando un standard instantáneo. Algo como «If You See Natalie». Algo destinado a armonizar los bares de hotel del planeta a esa hora en que a nadie en este planeta se le ocurriría entrar a un bar de hotel.

      Canción ésta y canciones todas que son como los capítulos de un libro que es éste que ahora tienen entre sus manos.

      Y que suena exactamente así.

      TRES Mark Oliver Everett comenzó a grabar Blinking Lights and Other Revelations en 1997, un año después del muy promocionado y apreciado debut de la banda, Beautiful Freak, paso siguiente a los dos buenos discos solistas —A Man Called E y Broken Toy Shop— que Everett ya había grabado a principios de los años noventa y de los que hoy reniega.

      Y está visto y oído que su gestación fue lenta y doméstica. Everett grabó, poco a poco, paso a paso, Blinking Lights and Other Revelations en el sótano de su casa, y volvía a él —descendiendo las escaleras de su pena y sus blues— cada vez que le sucedía algo horrible.

      Y como le pasaban cosas espantosas con cierta preocupante frecuencia, bueno, Everett regresaba allí abajo bastante seguido y sumaba canciones.

      Y cuando escuchó el producto terminado, la discográfica no quiso saber nada del tema, de los temas, de los tracks.

      Y no es que Blinking Lights and Other Revelations fuera muy diferente a los inmediatamente anteriores, Souljacker o Shootenanny! alabados por la crítica y, por lo tanto, apreciados por los ejecutivos del disco. Pero cabe pensar que sus aires despojados, el proyecto de cuadernillo rebosante de melancólicas fotos familiares y la explicación de Everett —con ese look de unabomber recién bañado, pero unabomber al fin— de que todo el asunto estaba inspirado en las «pausas silenciosas de las películas de Ingmar Bergman» debe de haber ahuyentado a los ejecutivos de la DreamWorks Records, aun cuando la saltarina «Hey Man (Now You’re Really Living)» tendría que ser un hit radial si viviéramos en un planeta mejor (lo que no quita que su letra aluda a ese curioso y eufórico estado de mente al que se accede cuando se comprende de una buena vez que uno nunca será como los demás, léase: normal, no importa lo que eso signifique).

      Así que Everett se lo llevó todo a la mucho más arriesgada Vagrant (por donde ahora se pasean otros outsiders como Paul «The Replacements» Westerberg, que también graba en el sótano y la cocina de su casa) y todos felices.

      Y, ahora que lo pienso, es como si —de algún modo— este libro, Cosas que los nietos deberían saber fuera, por fin, la piedra Rosetta que decodificara la Eels way of life and way of thinking y, sobre todo, su way of feeling. La explicación y la descripción de un sonido, de una manera de sonar.

      Cosas que los nietos deberían saber es un viaje al fondo de Mark Oliver Everett.

      Y es un fondo oscuro, sí.

      Muy oscuro.

      Más oscuro que un sótano.

      Pero, también, es un fondo oscuro con lucecitas parpadeantes como las de un árbol de Navidad. Como el de ese árbol al final de esa película de final falsamente feliz llamada It’s a Wonderful Life: título perfecto para una de esas perfectas canciones de EELS donde se nos recuerda, maravillosamente, que la vida no es maravillosa, que vivir no es cosa sencilla, pero que aun así...

      CUATRO En alguna parte leí que Bush II y Dick Cheney habían intentado prohibir a EELS por considerarlo «nocivo para la juventud», por «deprimente», por su «uso indiscriminado de malas palabras» o algo por el estilo.

      En alguna otra parte leí que son varios los que consideran a Mark Oliver Everett «un maldito»: alguien que contagia una melancólica mala suerte (Everett visita la casa del difunto Johnny Cash y la casa arde hasta los cimientos a los pocos días), y por las dudas no se animan a cruzar la calle con él.

      Pero no estoy del todo seguro de dónde leí esas cosas.

      Ahora, muchas de ellas, la verdad sobre todas esas leyendas urbanas marca EELS aparece, resplandeciente, en este libro crepuscular, de puño y letra y notas y voz del protagonista del asunto.

      Ese asunto es, sí, la vida y la obra de Mark Oliver Everett.

      De lo que sí me acuerdo a la perfección es que EELS tocó en Barcelona hace ya unos cuantos años —cómo pasa el tiempo...— y que fui a verlo y que, a la hora de los bises y de hits como «Novocaine for the Soul» y esa casi versión sedada con morfina de «La Bamba» que es «Mr. E’s Beautiful Blues», Everett no volvió a salir y optó por enviar a su baterista Butch a tocarlos y cantarlos.

      Y, como corresponde, sonaron felizmente deprimentes.

      CINCO Alguna vez teoricé —y más de una vez lo llevé a la práctica— que no había mejor música de fondo posible para leer lo nuevo de Douglas Coupland y releer lo viejo de Jerome David Salinger que cualquiera de los varios álbumes de EELS.

      Ya saben, insisto: música triste pero cálida, historias trágicas cantadas con una triunfante sonrisa vencida, melodías de cajita de música que se abre y se cierra igual que ciertos ataúdes que ya no volverán a abrirse y que, en llamas o bajo tierra, seguirán sonando en nuestra memoria.

      SEIS Hacer un alto aquí y caminar —no correr— a escuchar otra vez «Something Is Sacred» o «PS: You Rock My World» y comprender a lo que me refiero apenas más arriba. Algo hace clic cuando se oyen, ¿no?

      SIETE Y ahora —por fin, melódica justicia poética— llega el momento en que la música de EELS se convierte en el soundtrack perfecto para leer Cosas que los nietos deberían saber, primer libro de Mark Oliver Everett.

      OCHO ¡MÚSICA ROCK! ¡MUERTE! ¡GENTE LOCA! ¡AMOR!, advertía el sticker circular pegado en la delicada portada —fondo gris, tipografía clásica, el grabado de un árbol perdiendo sus hojas— de la edición británica y original de Cosas que los nietos deberían saber.

      Y era verdad y no mentía.

      Todo eso y mucho más aparece ahí dentro y buscad EELS en la Wikipedia y —en el desglose de la entrada— hay todo un ítem | apartado con el título de «Tragedias familiares».

      Y, sí, Mark Oliver Everett está familiarizado con la tragedia y para él la tragedia es algo muy pero muy familiar.

      Y