Mark Oliver Everett

Cosas que los nietos deberían saber


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una mezcla de puro sentimiento y lógica científica.

      Y el día que se filme la biopic de Everett, bueno, ahí está Wes Anderson como director perfecto.

      NUEVE Y es que las tragedias familiares de Mark Oliver Everett son muchas, demasiadas.

      Hermana depresiva y drogadicta y suicida.

      Madre adorada que sucumbe a tumor inoperable.

      Padre militar y científico y distante (tema de un reciente y brillante documental Parallel Worlds, Parallel Lives, emitido por la BBC4) y con el que Mr. E siempre tuvo una relación traumática, al punto de confesar en su libro que la vez que se sintió más cerca física y afectivamente de él fue a sus diecinueve años cuando intentó resucitarlo, en vano, golpeándole el pecho luego de que tuviese un ataque cardíaco.

      Prima azafata —y su marido— que volaban juntos en aquel avión que se estrelló aquel día contra aquel Pentágono ( Jennifer se llamaba y, antes de subir para caer, le envió una postal a Everett desde el aeropuerto que decía LA VIDA ES FABULOSA).

      Y, ya que estamos en el tema de las caídas libres (ver el capítulo de su libro dedicado a cómo nuestro héroe fue sucesivamente debilitado por el supuesto sexo débil) sucesivas novias que lo abandonan y una esposa rusa y dentista que un día lo deja sin anestesia y con la boca abierta.

      Todo esto, claro, ya había sido cantado —más o menos codificado— en Beautiful Freak (1996), Electro-Shock Blues (1998), Daisies of the Galaxy (2000), Souljacker (2001), Shootenanny! (2003), en el ya mencionado Blinking Ligths and Other Revelations (2005) y en el flamante Hombre Lobo (2009); en las revisiones live en Oh, What a Beautiful Morning (2000), Electro-Shock Blues Show (2002), el magnífico CD/DVD Eels with Strings: Live at Town Hall (2006); en los cromos difíciles pre-EELS firmados por E, A Man Called E (1992) y Broken Toy Shop (1993), donde ya hay temas con títulos como «Hello Cruel World», «I’ve Been Kicked Around», «Fitting in with the Misfits» y «Permanent Broken Heart»; y en ese eslabón perdido (si lo ven o lo oyen, avisen por favor) que es el fantasmagórico y esquivo debut de 1985, apenas cien copias, Bad Dude in Love, firmado por Mark Everett. Y ya que nos paseamos por aquí, está también la esquiva figura de ese disc-jockey apócrifo y doble personalidad à la Hyde que es MC Honky, responsable o irresponsable de This Is MC Honky!: I’m the Messiah (2000).

      Pero no importa el año o la encarnación o la siempre cambiante formación de la banda (E suele tener problemas con sus bateristas) o sus cambios de humor y de sonido (he visto a EELS tres veces en vivo y una vez fue pop, otra punk, y otra estuvo junto a un delicado ensamble de cuerdas); lo que importa es la inamovible voluntad de entristecer con la tristeza hasta conseguir en el oyente una rara forma de euforia.

      Everett —tal vez el único heredero digno y posible de alguien como Randy Newman dentro del panorama musical norteamericano— ha conmovido y emocionado desde que casi todos lo escucharon por primera vez en ese agónico pero catártico «Novocaine for the Soul» hasta la descorazonadora pero aun así consoladora de «I’m Going To Stop Pretending That I Didn’t Break Your Heart».

      Y la leyenda continúa y el cómo y el porqué de todas las canciones entre uno y otro extremo se revisitan en las dos antologías (impagables los comentarios de Everett a cada una de las canciones, precedidos por ensayos de Giles «Hijo de George» Martin y de Mark Edwards) y se explica en este libro de memorias que poco y nada se parece a la memoir habitual de la pop star de turno. Y que está a la misma altura —por su candor confesional así como por sus modales nerviosos— que lo que en su momento hicieron con la narración de sus vidas gente como Ray Davies y Bob Dylan.

      Y es el mismo Everett —apadrinado por Pete Townshend y definido como «el Kurt Vonnegut del rock» por Rolling Stone— quien se ríe de la cuestión ya en las primeras páginas cuando dice:

      Ya que estamos, ¿qué clase de ego hace falta tener para escribir un libro sobre tu vida y pensar que le puede interesar a alguien? ¡Uno enorme! Pero no tan grande para pensar que fui creado a imagen y semejanza de Dios. A no ser que Dios sea un ectomorfo peludo y de hombros caídos (y no quiera Dios que me olvide de usar la omnipotente «D» mayúscula). Sé también que no soy el tío más famoso del mundo. La gente no lanza rumores sobre hámsters atascados en mi recto, ni nada por el estilo. Hay quienes están convencidos de que he saboteado voluntariamente mi carrera con algunas de mis decisiones «profesionales», pero no es así. Nunca he querido ser famoso por el simple gusto de ser famoso. Me propuse hacer algo bueno en este mundo, lo mejor que pudiese, y ése es el único objetivo. Vamos, que hago solo lo que quiero hacer y dedico una cantidad de tiempo enorme a decir que no a las estupideces que me piden que haga y que sé que no me convienen. No soy un tío famoso de verdad, y esos son los que suelen escribir libros sobre sus vidas, pero aun así he pasado por unas cuantas situaciones y he decidido que ha llegado el momento de ponerlas por escrito. Ésta no es la historia de alguien famoso. Es solamente de la vida de un tío (uno que además se ve de vez en cuando metido en situaciones similares a las de la vida de un tío famoso). Ponerse a hacer esto tiene una carga inherente de EGO, de QUÉ IMPORTANTE SOY, que me hace sentir incómodo. Pero no me habría puesto a ello si no creyese que la mía es una historia bastante peculiar. No soy tan importante. Gracias a la educación que recibí, ridícula, trágica a veces y siempre inestable, me fue concedido un don, el de una inseguridad abrumadora. Una de las cosas que se le nota enseguida a la gente con problemas mentales es el ensimismamiento continuo. Creo que se debe a que tienen que esforzarse por ser quienes son y les cuesta muchísimo ir más allá. Yo no soy la excepción. Pero afortunadamente he encontrado la manera de hacerme frente a mí mismo y a mi familia tratándolo todo y a todos como un proyecto artístico en constante renovación para disfrute de todos vosotros. ¡Disfrutad! ¡De nada!

      Y recuérdenlo: Everett bautizó EELS a su banda para que en las tiendas sus discos se ubicaran automáticamente a continuación de sus proyectos en solitario.

      Everett, por supuesto, se olvidó de que existía otra banda bastante conocida llamada Eagles.

      DIEZ Y la sorpresa no es que Cosas que los nietos deberían saber haya sido un best seller en Inglaterra, donde fue recibido como el mejor libro de autoayuda que no intenta ayudar a nadie pero que lo consigue casi sin proponérselo. Porque Cosas que los nietos deberían saber trata de cómo triunfar en el panorama musical sin por eso tener que venderse y, también, de lo que se siente esa inolvidable y definitiva mañana en la que, cepillándote los dientes frente al espejo del baño, descubres que tu rostro se ha convertido en el rostro de tu padre.

      Y que te mira —te miras— fijo y a los ojos.

      Y que, de algún modo, lo entiendes todo y te comprendes del todo.

      Por fin, al fin.

      En una reciente entrevista, Mark Oliver Everett explicó que, habiendo agotado el tema de su familia en verso y en prosa, ahora se veía en la rara situación de tener que salir a buscar nuevo material.

      «Supongo que tendré que encontrar otra familia sobre la que escribir», dijo.

      Y agregó: «Dentro de cuarenta años tengo planeado escribir el segundo volumen de mis memorias y, si todo va bien, mi objetivo es que sea un libro verdaderamente aburrido».

      No sé por qué, pero algo me dice que tal vez haga lo primero pero difícilmente logre lo segundo.

      Sus nietos jamás se lo perdonarían.

      Nosotros tampoco.

      «No todo es bueno y no todo es malo|No creáis en todo lo que leéis|Yo soy el único que sabe cómo es|Así que he pensado que mejor os lo cuento|Antes de irme», canta Mark Oliver Everett al final de «Things the Grandchildren Should Know», en Blinking Lights and Other Revelations.

      Y aquí cumple su palabra, y su letra y su música.

      Ahora, a cepillarse los dientes mientras se lee este libro.

      Ahora, a mirarnos leyendo.

      Ahora, por