Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos de Argentina
LIMA NOS Oficina Regional Lima Norte, Oriente y Sur, Perú
ME Movimiento Ecuménico
MEDH Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos de Argentina
MRTA Movimiento Revolucionario Túpac Amaru del Perú
OEA Organización de Estados Americanos
ONAR Oficina Nacional de Asuntos Religiosos de Chile
OPS Oficina de Pastoral Social del Perú
OSA Orden de San Agustín
OSB Orden de San Benito
PCP-SL Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso
PCPUC Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
PPJs Políticas Públicas de Juventud de Brasil
PUC Pontificia Universidad Católica de Chile
PUCV Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile
RCC Renovación Carismática Católica
REJU Red Ecuménica de la Juventud de Brasil
Relep Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales
Sedoc Serviço de Documentação de Brasil
Sepade Servicio Evangélico para el Desarrollo de Chile
SICA Serviço de Aconselhamento Interconfessional de Brasil
Sinamos Sistema Nacional de Movilización Social del Perú
SNJ Secretaría Nacional de la Juventud del Brasil
Ucelam Unión de Cristianos para la Evangelización en América Latina
UCSC Universidad Católica de la Santísima Concepción
Unelam Unidad Evangélica Latinoamericana
Presentación
Una historia pendiente
Sandra Arenas - Rodrigo Polanco1
La historia nos recuerda que el 31 de octubre de 1517, Martín Lutero envió al obispo de Maguncia aquella famosa carta en la que adjuntó sus “95 tesis” tituladas “Cuestionamiento del poder y eficacia de las indulgencias”, las que fueron luego compartidas con algunos de sus colegas y muy probablemente puso también en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. La fecha, que en otro tiempo dio origen a diferencias confesionales y ocasión para formular y acrecentar críticas mutuas entre las iglesias reformadas y la Iglesia católica, en estos últimos tiempos ha impulsado reflexiones y celebraciones que alientan el tránsito del conflicto a la comunión. Por ejemplo, el 31 de octubre de 2016 el papa Francisco fue a Lund-Suecia, el mismo lugar en donde en 1947 había sido fundada la Federación Luterana Mundial. Allí participó en una conmemoración ecuménica católico-luterana que se realizó en dos momentos: una liturgia en la Catedral Luterana de Lund, con una declaración conjunta2, y un acto público en el estadio de Malmö. En este último lugar Francisco comenzó sus palabras, diciendo: “Doy gracias a Dios por esta conmemoración conjunta de los 500 años de la Reforma, que estamos viviendo con espíritu renovado y siendo conscientes de que la unidad entre los cristianos es una prioridad porque reconocemos que entre nosotros es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. El camino emprendido para lograrla es ya un gran don que Dios nos regala, y gracias a su ayuda estamos aquí reunidos, luteranos y católicos, en espíritu de comunión, para dirigir nuestra mirada al único Señor, Jesucristo”3.
Ciertamente, nada de eso habría sido posible si no estuviéramos viviendo una hora ecuménica. El 21 de noviembre de 1964, el Concilio Vaticano II promulgó el Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, con el cual se hacía cargo de uno de los propósitos principales expresados por el papa Juan XXIII al inaugurar el Concilio: “Promover la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos” (UR 1). Con ello, la Iglesia católica se incorporaba oficialmente al movimiento ecuménico que existía ya hacía más de medio siglo en las iglesias de la Reforma. En efecto, con la Asamblea Misionera de Edimburgo en 1910 se inició el movimiento ecuménico que alcanzó su madurez en 1948 con la creación del Consejo Mundial de Iglesias. En el transcurso de estas décadas, el diálogo ecuménico católico-reformado ha avanzado, y como dice la Declaración Conjunta citada, las dificultades en el diálogo “nos han ayudado a superar muchas diferencias y han hecho más profunda nuestra mutua comprensión y confianza. Al mismo tiempo, nos hemos acercado más unos a otros, a través del servicio al prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución. A través del diálogo y el testimonio compartido, ya no somos extraños. Más bien hemos aprendido que lo que nos une es más que lo que nos divide”4.
Sin embargo, esto que ocurre a nivel global, y especialmente dentro del contexto europeo, no se ha replicado de igual manera a nivel regional en el contexto latinoamericano y caribeño. No solo porque el ecumenismo institucional ha presentado menos fuerza que en Europa y otros lugares del mundo, sino porque no ha sido una de las prioridades ni pastorales, ni teológicas de las iglesias del continente. No obstante, a pesar de sus limitaciones, ha existido ecumenismo y reflexiones propias que han tenido una significación, la cual es importante rescatar tanto para la memoria histórica como para el compromiso presente y futuro. Esto obliga, tanto a las iglesias continentales como a sus teologías, a hacer un esfuerzo por recuperar la historia del ecumenismo en Latinoamérica. Ese es precisamente el objetivo de esta publicación.
En una época ecuménica y global, al haber conmemorado en conjunto, hace tres años, los 500 años de la Reforma, se nos invita a mirar con nuevos ojos nuestra historia5. Al querer recuperar la historia del ecumenismo de estas últimas seis décadas, queremos desentrañar la particularidad del movimiento en Latinoamérica, avanzar en la sistematización de las experiencias ecuménicas y revisar los desafíos que toda esta realidad presenta para la evangelización de nuestro continente. En Latinoamérica, por razones geográficas e históricas, el ecumenismo no ha mostrado ni el desarrollo ni la fuerza ni tampoco la visibilidad que ha tenido en otros continentes, especialmente en Europa. Varias son las razones, pero tal vez la más relevante es que la presencia de las iglesias tradicionales de la Reforma o así llamadas iglesias históricas ha sido numéricamente muy baja; en cambio, el protestantismo más numeroso ha sido el pentecostal, especialmente el influenciado por las comunidades eclesiales de EE. UU., más reacias al movimiento ecuménico.
Por ello, el desarrollo de una teología ecuménica propia se ha mostrado frágil, aunque tal deficiencia contrasta con el despliegue de múltiples prácticas ecuménicas que han dado un particular impulso al movimiento ecuménico latinoamericano. Podemos pensar en las experiencias de defensa conjunta de los derechos humanos, de solidaridad compartida y compromiso social, además de las oraciones y diálogos conjuntos vividos desde los problemas eclesiales locales. No tenemos, entonces, una deuda con la praxis, sino con una sistematización teológica de ella para la conservación de la memoria y el rediseño de prácticas ajustadas a los nuevos tiempos. Eso es lo que pretende el presente volumen, que se divide en seis secciones con 19 contribuciones diversas, en contextos y perspectivas, que aportan una mirada global al ecumenismo continental. Esa diversidad de enfoques, espacios geográficos, sustrato teológico y cultural, y pertenencia eclesial, es una muestra fidedigna, aunque parcial, de la realidad ecuménica latinoamericana. Se reflejan las principales aristas de la vida y teología ecuménica continental posconciliar, con trabajos de autores/as de variadas iglesias, aunque predomine la perspectiva católica, por el contexto desde el que surgió la obra, una iniciativa de la