proseguir la guerra y firma por separado con Austria la Paz de Villafranca para gran disgusto de Cavour y humillación del Piamonte que por sí solo es incapaz de afrontar a los ejércitos austriacos. No obstante, por esta paz Austria cede al Piamonte la Lombardía, a la vez que conserva el Véneto y sigue tutelando a los príncipes italianos adictos.
Cavour muda entonces de táctica. A partir de 1860 promueve por toda Italia manifestaciones antiaustríacas y de adhesión al Piamonte. Las poblaciones de Toscana, Parma, Módena y las Legaciones (territorio de los Estados Pontificios) votan la anexión al Piamonte. Y en el Sur de Italia, bajo mano, apoya Cavour al republicano Garibaldi que con sus camisas rojas se apodera de Sicilia y Nápoles, pero por breve tiempo, pues Cavour envía su propio ejército piamontés a hacerse cargo de la situación. Pronto, vencida la resistencia armada de los partidarios de Francisco II de Nápoles, se tienen plebiscitos de los que resulta también la adhesión del Sur italiano al Piamonte. En Turín no aguardan a más: en 1861, recién fallecido Cavour, el parlamento proclama la creación del reino de Italia. En 1866, tras la derrota de Sadowa (Königratz), Austria se desprende del Véneto y es incorporado a Italia86.
Ya no le resta a la unidad italiana para consumarla más que la toma de Roma. Se demora un tiempo por la protección del ejército francés que mantiene Napoleón III en los Estados Pontificios, pero al estallar la guerra franco-prusiana en 1870 ha de marchar. La fuerza militar italiana pronto toma la capital. Fue un hecho –el de la cuestión romana– de enorme trascendencia para la Iglesia –como se ha señalado en los anteriores Apuntes 587– , que a la inmediata afectó ante todo al pontificado de León XIII, y que, como veremos, alcanzará una conveniente solución con los Pactos de Letrán en 192988.
Unidad y diversidad del Imperio Austro-Húngaro
Antiguos fuertes lazos ligaban a Austria con Hungría por la intervención salvadora de ésta en 1740 del trono de María Teresa, acosada con sólo 23 años diplomática y militarmente por media Europa por no serle reconocido el derecho a suceder a su padre Carlos VI. En especial, la oposición internacional a María Teresa era dirigida por el gobierno francés de Luis XV que veía la gran ocasión de acabar con Austria y los Habsburgo89.
A partir de 1867, el Imperio Austro-Húngaro es configurado como tal al conceder Francisco José a los húngaros una gran autonomía para gobernar la parte oriental del Imperio. Pese a ello, y al gran desarrollo económico en la época de la “monarquía del Danubio”, resurge el problema de las nacionalidades; sobre todo, el de la checa, disgustada con ser gobernada por Hungría, que trata de magiarizar su parte del Imperio. Con similares criterios, el gobierno de Viena, sobre todo cuando lo dirigen los liberales, espera reforzar la unidad de la monarquía dual germanizándola, tanto en la administración, como en la escuela, el ejército... El resultado fue el contrario al augurado90.
Limítrofes del Imperio Austro-Húngaro eran la independiente Rumanía y el llamado “avispero balcánico”: Serbia, Bulgaria, Grecia..., en que se padece, en cambio, una gran inestabilidad. Son Estados nuevos, nacidos a medida que los pueblos balcánicos logran liberarse del duro dominio turco, pero que sufren graves convulsiones internas y guerras entre ellos. Poco antes de estallar la Primera Mundial se tuvieron casi seguidas las tres guerras balcánicas. Son pueblos que no logran salir del caos, y sobre los que sobrevuelan los intereses encontrados de las grandes potencias; en especial, los de Austria y Rusia (ésta se sirve del paneslavismo para influir en la zona); y por otra parte, los de Inglaterra, que sostiene al “hombre enfermo” (al decadente Imperio turco) para que mantenga el control de los Estrechos que cierran la salida de las flotas rusas del Mar Negro al Mediterráneo91.
El atentado de Sarajevo (junio de 1914)
En este contexto, sucede en junio de 1914 el asesinato en Sarajevo por un nacionalista serbio del heredero del trono austro-húngaro, Fernando de Habsburgo, sobrino del anciano emperador Francisco José (1848-1916). Fue el desencadenante de la Primera Guerra Mundial, de inmensas consecuencias. El atentado no conducía irremisiblemente a la guerra, pero a ella se llegó (ver Tema 12)92.
78 Cf. VC1, 393-395
79 Cf. FZ, 104; VC2, 292-299
80 FZ, 146-150; VC2, 337
81 En tanto que la monarquía era católica, y pese al josefinismo de sus burocracias y políticos liberales, no elevaba las realidades inmanentes al mundo –la raza, la lengua, la clase social de cada cual...– a la condición de absolutas. Los problemas vendrán sobre todo por la presión del liberalismo vienés que pretende imponer la lengua germana para todo el imperio.
82 Es muy sugerente al respecto el prólogo de François Fetjö a su obra Requiem por un imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría (Ediciones Encuentro, Md 2016). El autor, judío húngaro, intelectual exmarxista, expone cómo pueblos tan diversos –de más de veinte nacionalidades y cinco distintas religiones– han convivido durante más de 200 años sin necesidad de una tiranía que los una, y que en cambio la eclosión de los nacionalismos profesados por sus dirigentes deshace al advenir la Primera Guerra Mundial (1914-1919) aquella unidad histórica. Los tratados de paz firmados a continuación de la tremenda contienda crearon enorme inestabilidad y vacío en todo el Centro-Este europeo, luego trágicamente tratado de llenar durante unos breves años por el nazismo de Hitler, y después por el comunismo de la Unión Soviética, persistente casi 50 años a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). E inconmensurable fue, desde luego, el daño a la Iglesia católica por la desaparición de la monarquía austrohúngara, como no dejaron de expresar en especial los papas de la época (Benedicto XV, Pío XI y Pío XII).
83 Cf. FZ, 144s; VC2, 334s
84 Cf. JD7, 536-538
85 Cf. JD7, 701
86 Cf. FZ, 196-200; VC2, 346s, 353
87 Cf. Aps5, 345-347
88 Cf. FZ, 199s; VC2, 432-434, 551
89 Cf. VC2, 32-34; DM, 393s
90 Cf. VC2, 459s; DM, 444-447
91 Cf. VC2, 468-470; FZ, 405-407
92 Cf. VC2, 491-494; FZ, 403-410
6. Rusia. Notas de historia anterior a Pedro el Grande (antes de 1689)
La común afirmación de que Rusia ha sido hasta el siglo XVIII –hasta Pedro el Grande (1689-1725)– un mundo cerrado, separado política y culturalmente de Occidente, sin casi relaciones con él, requiere cierta matización. Pues es un mundo que por fe y cultura guarda honda vinculación con Occidente. Reconocido eslabón de unión de Rusia con Occidente ha sido durante casi cinco siglos el Imperio Romano de Oriente que, pese a frecuentes graves actitudes antirromanas de la corte bizantina y sus minorías gobernantes, y a la misma separación de Roma en el siglo XI, el cristianismo bizantino fue el gran transmisor de la fe a los próximos pueblos eslavos situados al Norte de Bizancio (o Constantinopla), y más adelante a la inmensa Rusia, en la que arraigará por siglos una sociedad de Cristiandad