aflora el gran malestar de la nación. Rusia se convierte pronto en un caos. Por una parte, la nobleza de sangre (los boyardos) se subleva al ser desplazada en la dirección del Estado por una nueva “nobleza de servicio” del todo sometida al zar. Casi todos los campesinos del centro y noroeste de Rusia pierden su libertad. Pasan a partir de los últimos años del siglo XV de ser propietarios libres, o del paternal régimen de feudo de la Alta Edad Media, a la condición de siervos de la gleba, aunque las leyes no sean muy explícitas al respecto. Para ellos, el perjuicio mayor no es el de no poder marchar a otro lugar sin permiso del dueño –aunque a veces por la noche huían pueblos enteros hacia el Sur– sino los crecientes malos tratos que de él reciben (incluido el de la deportación a Siberia sin posible recurso de apelación) y por desaparecer los antiguos contratos de arrendamiento de largos plazos, sustituidos ahora por recrecidas rentas impuestas por el, con frecuencia, nuevo propietario.
Multitudes de rurales empobrecidos marchan entonces hacia Moscú a protestar, y se les suman cosacos y otros campesinos del Sur, libres, pero temerosos de que en cualquier momento se les convierta también en siervos. Aquel abigarrado ejército llegó casi hasta las puertas de Moscú dirigido por el boyardo cosaco Bolotnikov.
A las luchas internas se sumaron las depredaciones de suecos, polacos y cosacos. Por el hambre, las epidemias y las tremendas crueldades de los ejércitos invasores, se calcula que en aquella época de las perturbaciones mueren dos millones y medio de personas; algo más de un cuarto del total de la población rusa. Cuando parecía que el Estado ruso se sumía en el caos, con Moscú ocupada por tropas polacas, surge la reacción nacional: un ejército ruso en el que figuran grandes nobles y míseros cosacos acaba con la ocupación, y poco después una Asamblea o Sobor elige zar a Miguel III (1613-45), iniciador de la nueva dinastía de los Romanov.
La pasada tremenda experiencia de las perturbaciones, que han dejado al país devastado, mueve a los divididos clanes de la nobleza boyarda a procurar conciliaciones que redundarán en bien de la reconstrucción del país. Crecen la población y la economía. Nuevas tierras son colonizadas en Siberia y en el Sur. Mejoran en gran manera las defensas del país ante el peligro de las invasiones tártaras; sobre todo tras la incorporación al Rus de los cosacos del Don, que serán firme valladar frente a los intentos turcos de invasión128.
Agravamiento de la servidumbre de la gleba
No desaparece la servidumbre de la gleba, sino que se agrava. La legislación anterior fijaba un límite de tiempo tras el cual al campesino fugitivo se le consideraba libre. Por la nueva ley de 1649 podía, en cambio, el dueño reclamar al siervo en todo momento129. Un atenuante al rigor de la nueva ley era la dificultad real de aplicarla al residir la mayoría de los grandes propietarios en las ciudades y rara vez contar con administradores en las mismas aldeas de los campesinos.
Esto permitió a los mismos campesinos gestionar comunalmente sus aldeas, dirigidas por su asamblea o mir, encargada de los pagos de las rentas al señor, en moneda o especie, y que a la vez atendía a las necesidades de la aldea. Cada mir repartía las tierras entre sus familias (en régimen no muy distinto al del municipio de la Baja Edad Media occidental, dotado de comunal, de tierras propias). Cada aldea disponía de parroquia propia130. Persistía, no obstante, el riesgo, como sucederá más adelante, de un agravamiento de la situación. Los campesinos del Norte y de las fronteras Este y Sur –un 25% del total del país– , que aún permanecían libres, temían por su futuro131.
No es que la cúpula del Estado –los zares y sus consejos– ignorasen el problema, pero temían enfrentarse a los poderosos terratenientes, que eran precisamente los más efectivos defensores del país ante las bárbaras invasiones extranjeras132.
Nota sobre la diferente historia política de Rusia
La historia política de Rusia ha tenido un curso en parte bastante distinto al de Occidente. Quizá la época de mayor similitud en las instituciones ha sido la Alta Edad Media, en que vigía al Este y Oeste de Europa una misma institución social –el feudo133– como medio común de protección del vasallo por un señor ante la anarquía y barbarie que aún subsisten en esos siglos, y pese a que ya se había dado la casi total conversión de los pueblos de Europa a la fe en Cristo, pero aún estaba pendiente la reforma moral, el desarraigo de antiguas bárbaras costumbres paganas, a lo que en Occidente contribuyó en gran manera la obra evangelizadora y a un tiempo civilizadora de los monjes durante los siglos VI al XI.
Mientras en Occidente se avanza hacia la plenitud medieval en los siglos XI al XIII, en el Este de Europa, y sobre todo en Rusia, no se da, ni siquiera retardada, una evolución similar. En Occidente surgen las grandes órdenes religiosas de franciscanos y dominicos, se consolidan decisivas instituciones sociales y políticas (cortes, dietas y parlamentos, universidades, municipios, concejos abiertos, villas francas, fueros, gremios y toda suerte de asociaciones y corporaciones populares promotoras del bien común: hospederías para pobres y peregrinos –entonces llamadas “hospitales”– , montes de piedad... Son instituciones, por las cuales el ejercicio del gobierno, la administración de la justicia, la beneficencia, la enseñanza..., son sumamente plurales y descentralizadas.
En Rusia, en cambio, casi no coexisten por siglos más que dos realidades: la ínfima minoría de la corona y la nobleza que lo dirigen todo, y la inmensa multitud campesina sin casi derechos reconocidos. Puede decirse que Rusia, por las singulares circunstancias de su historia, entrará en la modernidad sin haber pasado por la Edad Media más progresiva, la de mayor plenitud; ni tampoco le afectó el llamado humanismo renacentista como ideología y actitud vital tendente al antropocentrismo de sus élites. Las amoralidades abundarán en la vida de la alta sociedad rusa y en la práctica del gobierno de la nación, pero sin particular ideología que trate de justificarlas. Se mantiene la confesionalidad privada y pública de la fe.
93 Cf. HS, 13s
94 Cf. HS, 14-17
95 Cf. JD3, 258-262
96 Cf. NH2, 319-321
97 Cf. JD3, 258-262
98 Cf. JD3, 378-396; JD4, 227-249
99 Como fue viable la sociedad medieval de Occidente, iniciada cinco siglos antes, al ser configurada ante todo por la fe en Cristo. De esta capital cuestión tratan nuestros Apuntes2, y exponen cómo la quiebra o descomposición de la Edad Media se produce al prevalecer en ella un conjunto de factores desintegradores (cf. Aps2, 391-462)
100 Cf. HS, 20
101 Cf. Aps2, 151-164
102 Cf. Aps2, 164-173
103 Cf. SJ2, 474-476
104 En 1054 no se llegó a la ruptura formal con Roma, como lo declarará en solemne ocasión en 1964 el papa Pablo VI (cf. JD9, 693)
105 Cf. JD3, 391
106 Cf. JD3, 388-391; HS, 17-26
107 Cf. LORTZ, Joseph, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la Historia del pensamiento, I, Cristiandad, Md 1982, 43, 230, 291