Cf. Aps2, 173-176.
109 Cf. JD4, 763-765; Aps3, 47-54; VC1, 93
110 Cf. BS, 53s
111 Cf. HS, 21-29; NH2, 323
112 Cf. NH2, 323s; HS, 26s
113 Cf. GER12, voz Iconografía; GER12, voz Iconos; Aps2, 151-164
114 Cf. VC1, 206-213; DM, 80-82; JD3, 292-315; BS, 55-65
115 BS, 62s
116 HS, 44
117 Cf. LORTZ, Joseph, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la Historia del pensamiento, I, Cristiandad, Md 1982, 43; VC1, 206
118 El historiador Bernard Stasiewski hace este significativo comentario acerca de la tercera Roma: “Motivos de la historia de la cultura, políticos y religiosos, ideas de Roma, nueva Roma, Jerusalén, herencia bizantina, conciencia mesiánica de misión e ideas escatológicas se mezclaron entre sí para formar una concepción que habría de ejercer su influencia en la historia. La teoría de Moscú como tercera Roma confirió a los fieles ortodoxos y al zar una fuerte conciencia de misión, que continuó influyendo en la ideología del Estado y del imperio rusos y que todavía se puede observar en el nuevo patriarcado de Moscú, erigido en los primeros decenios del siglo XX” (cf. JD6, 291s).
119 Cf. Aps1, 222-231; Aps2, 117-127
120 Cf. BS, 66
121 Cf. VC1, 211-213; DM, 80-84
122 Cf. JD6, 292-315; BS, 65-71
123 Cf. BS, 59
124 Cf. BS, 57s
125 Cf. BS, 57-59
126 Cf. VC1, 23-28
127 Cf. VC2, 123-126
128 Cf. VC1, 213-215; DM, 323-326; BS, 71-76
129 Cf. DM, 325
130 Cf. HS, 59
131 Cf. BS, 79-81
132 Cf. BS, 72, 77-79
133 En Occidente vige el feudo con un sentido cristiano (el pacto se jura ante los Evangelios), y de ninguna manera deriva hacia una dura servidumbre de la gleba o semiesclavitud, ni se prolongará indefinidamente. En España casi ni existió el feudo por las singulares circunstancias de la Reconquista en que los reyes priman, para incentivarla, la concesión de franquicias y cartas pueblas a muchos lugares arriesgados por la cercanía de los ejércitos musulmanes. En Cataluña persistió más el feudo por haber sido Marca franca con Carlomagno. Y en la zona de la última fase de la Reconquista (Andalucía, Extremadura...) también se dio una institución algo semejante al feudo al pasar multitud de las poblaciones vencidas al sistema de las reparticiones para servir a señores en extensos latifundios agrícolas y ganaderos (cf. Aps2, 191-194).
7. Rusia. Notas: de Pedro el Grande (1689-1725) a 1890
Antes de que principie el reinado de Pedro el Grande, decisivo para la apertura Rusia a Occidente, ya hubo largo pleito sobre si el país debía abrirse o no a la cultura e ideas del Occidente de la época. La cuestión se había planteado durante el reinado del zar Alejo (1645-75). El pueblo era del todo reacio, y sólo una reducida minoría de la nobleza, no decisiva para el cambio, estaba a favor. El mayor influjo en favor de la apertura era el de las minorías de extranjeros establecidos en Rusia: instructores militares contratados por el gobierno, comerciantes de las capitales, vecinos del barrio alemán de Moscú...
El Cisma de “los viejos creyentes”
Aquella división de los espíritus, anterior a Pedro el Grande, afectó también a la vida de la Iglesia ortodoxa. El intento del patriarca Nikón (1652-66) de modificar ritos y rúbricas de la liturgia tradicional, que no afectaban en realidad a la fe, provoca no obstante un cisma en la Iglesia rusa de larga consecuencia. El Estado apoya la reforma de Nikón y reprime con numerosas ejecuciones a los disidentes (los raskolnitz o viejos creyentes). Éstos, muy numerosos entre el pueblo y los monjes, acusan a los zares y a la jerarquía eclesiástica ortodoxa de abjurar de la antigua fe y traicionar la misión de la tercera Roma. Considerados por ley rebeldes al Estado a partir de 1685, millares fueron ejecutados. La represión del cisma (raskol) tuvo muy graves consecuencias para el monacato ruso, en su mayoría adherido a los viejos creyentes. Muchos monasterios, antes grandes centros de piedad, son suprimidos134.
La decisiva obra de Pedro el Grande (1689-1725)
La apertura de Rusia a Occidente principia sobre todo con Pedro el Grande por su decidida voluntad de reformar la nación, asimilar los progresos militares, técnicos y administrativos europeos, y establecer un Estado centralizado al modo de las monarquías absolutas del XVII occidental. A la creación del fuerte Estado centralizado se oponían ya desde el XVI la nobleza de sangre y la Iglesia ortodoxa en defensa de su libertad, pero Pedro I, con actividad desbordante, impone su omnímoda voluntad sin reparar en la brutalidad de los medios135.
Pedro I orienta su política con las ideas nuevas venidas de Occidente; en particular, del filósofo alemán Samuel Pufendorf, cuya obra De los deberes del hombre y del ciudadano hace traducir. Aunque era creyente, separaba al Estado de los mandamientos de la ley de Dios, que han de quedar para el fuero interno o conciencia de cada individuo; y éste, en cualquier caso, ha de obedecer a los gobernantes del Estado como responsables del bien común del país, sin recurrir a ningún tipo de rebeldía136.
En este contexto estatista, la escasa independencia del patriarcado ortodoxo desaparece en 1700 al sustituirlo Pedro I por un órgano de la política del Estado –el Santo Sinodo– , encargado desde entonces de dirigir la entera vida de la Iglesia ortodoxa. Las resistencias y protestas fueron muchas, pero a todo se impuso la voluntad de Pedro137.
Para con las numerosas comunidades religiosas practicó una dura política. Frente a la nobleza de sangre, opuso la nueva nobleza “de servicio” creada por sus inmediatos predecesores para asegurarse una élite del todo sumisa al zar. Refuerza social y económicamente a esta élite, compuesta sobre todo por altos funcionarios del Estado, entregándoles numerosas tierras y siervos del patrimonio imperial para disponer de ellos con poderes ilimitados.
A la vez que promueve