Knarik

Club de brujas


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una sola vez y luego de esto no volver a tocar un libro, te va a costar un poco mantenerte adaptado a este mundo.

       Ser responsable o disciplinado no significa que no podamos divertirnos. Hay una cuota en todo este mundo que responde a la creatividad y a la diversión, además de lo terapéutico. Podemos usar las mancias como algo que nos impulsa a investigar, a crear, a escribir o a pintar. Podemos usar la Astrología para pensar en música, en el arte, en hacer libre asociación entre diferentes conceptos. También podemos usar las imágenes del Tarot para pensar en eventos anteriores de nuestra vida e imaginar lo que nos podría haber salido ante cada eventual situación. Esto es como una bola de nieve que jamás frena, así que tu cabeza y tu imaginación tampoco van a hacerlo una vez que arranques. Dale lugar a todo, no te acotes. Pero es necesario que, después de un tiempo, aprendamos a distinguir lo que nos sirve, de lo que no. No hay que tomar todo como palabra santa ni mucho menos.

      Mujeres, diversidades,

       y esoterismo

      Mujeres y divinidad

      Actualmente, una de las discusiones en torno a estas prácticas es que, anecdóticamente, parece haber una inclinación o un interés más pronunciado de las mujeres –así como de las personas que no se identifican con la heteronorma– hacia ellas. Esto se observa a través de una lente cargada de prejuicios. Por ejemplo, hay quienes aprovechan esta apreciación para aludir que estas son prácticas banales y superficiales, mostrando así sus prejuicios de género. Hay otros que –puede que con buenas intenciones– se preocupan de que el pensamiento mágico y la exploración de lo espiritual aleje a las mujeres y diversidades de hacerse su lugar en las prácticas científicas. Si bien es cierto que la lucha por hacernos este lugar sigue vigente y es sumamente importante, recordemos que esta dicotomía planteada (pensamiento científico versus prácticas esotéricas) es falsa. Ambos son saberes provenientes de dos maneras distintas de interpretar el mundo, y pueden convivir.

      Pero en estas discusiones nos estamos olvidando –o, mejor dicho, nos han hecho olvidar– un factor crucial. Históricamente hay un profundo nexo entre la mujer, lo sagrado y lo misterioso. De hecho, previo a la hegemonía monoteísta, la mayoría de las personas que practicaban el rol de oráculo o chamán eran mujeres.

      No hay que olvidar, además, que en los panteones politeístas (un ejemplo notorio es el panteón grecorromano) las mujeres tenían mucha más representación en relación de lo sagrado con respecto a las religiones que predominan actualmente, si bien para ese entonces las deidades femeninas ya ocupaban un rol secundario. Lo que relacionamos con lo divino mucho tiene que ver con las virtudes y las características que trabajamos en nosotros mismos, así como con aquello que consideramos socialmente aceptable.

      No es casual que, en la medida que se fue apartando a la mujer como figura divina, también se fuera negando su conexión superlativa con lo sagrado, y se fueran acotando las características con las que era permisible que se identificaran las mujeres.

      Por ejemplo, no es lo mismo relacionar a la mujer con características de sumisión y obediencia, y de sacrificio (algo exaltado por las religiones más predominantes actualmente) que poner a su disposición más alternativas para poder identificar aquello que le provoca pasiones y cuestionamientos.

      Aun más: el culto a la Gran Diosa precedió –remontándose a 5000 años antes de Cristo– a los panteones de estructura patriarcal y predominantemente masculinos; sobre todo en los países germánicos y nórdicos, las civilizaciones mediterráneas, y en varias partes de Asia menor. Se la conoció con muchos nombres: Astarté, Ishtar, Inanna, Nut, Hathor, entre otros. La Gran Diosa era la fuerza femenina en conexión con el origen de la vida y su destrucción, así como rectora de la naturaleza. Su rol no era únicamente como Madre sino también como amante y deidad omnipotente. Con el paso del tiempo, fue haciéndose lugar una perspectiva más patrifocal de la divinidad, y las características de la Gran Diosa se fragmentaron en varias deidades. Por eso podemos identificar a una diosa “del amor”, “de la maternidad”, “de la sabiduría”, etc. en muchas de las mitologías que sobrevivieron de la antigüedad.

      Así también, las distintas fases en la vida de una mujer –doncellez, madurez, vejez– tenían su representación en muchas las distintas mitologías politeístas; y por ende eran respetadas. Hoy en día, se exaltan muchas cualidades y se desprecian otras, de las que hablaremos en el siguiente apartado.

      Con esto no queremos decir que algunos modelos religiosos sean mejores que otros; sino que el lugar de la mujer no siempre fue el actual con respecto a la conexión con lo divino, y eso es importante a la hora de cuestionar algunos supuestos. La relación entre el rol en lo ritual y el rol en lo social es visible e incuestionable.

      En una cabaña en el bosque,

       vivía una bruja

      Lo más interesante (y complejo) con lo que nos encontramos al profundizar en la historia de las brujas es que no se reduce simplemente a un conflicto entre religión hegemónica y espiritualidad alternativa. El nacimiento del concepto de brujería en la sociedad occidental está entrelazado con cuestiones de género, sociales y –sobre todo– económicas. Justamente es esto lo que hace que, para entender la concepción de la bruja, tengamos que explorar uno de los lados más oscuros de la historia de la humanidad.

      Pensemos primero en qué se nos viene a la mente, actualmente, cuando pensamos en una bruja, aquella de la que nos disfrazamos en Halloween. La bruja es una mujer que vive sola o en compañía de otras mujeres; con gatos u otros animales acompañantes. Tiene un caldero burbujeante en el cual se está cocinando una pócima que servirá a sus fines maléficos. Conoce de medicina herbal, tanto sus usos terapéuticos como destructivos. A su morada acuden solitarios viajeros que buscan derrotarla o ganar sus favores. A menudo se la retrata como una mujer vieja y consumida; y otras veces, como una mujer libidinosa y sensual que utiliza sus encantos físicos para confundir y devorar a los hombres incautos. La bruja es pasional, vengativa y ambiciosa. Y no solo eso: se le adjudica un poder sobrenatural cuyo origen no es la devoción cristiana.

      De hecho, al remitirnos a cuentos de hadas clásicos como La Bella durmiente, Rapunzel o Blancanieves, observamos cómo se posiciona a la bruja como antagonista. Su enemigo es otra mujer; a menudo, una más joven, virginal e inocente, que está destinada a unirse a un apuesto príncipe. La bruja trunca esta unión, ya sea por ambición, celos o simple malevolencia. También, si ponemos como ejemplo a Hansel y Gretel, la bruja es una mujer que atrae a los niños lejos de sus padres para comérselos o usarlos con fines mágicos. No tiene una pizca de amor maternal. Si prestamos atención a las características que, en el imaginario, relacionamos con el concepto de bruja, hay algo que salta a la vista inmediatamente:

      Es una mujer que reúne características que la sociedad rechaza. Es la antítesis de la mujer virtuosa, la esposa devota y la madre abnegada. En otras palabras: es incómoda.

      Esa es la clave secreta para entender la historia de las brujas, y su persecución. La categoría de “bruja” fue creada, básicamente, para marcar a aquellas personas que no respondieran al rol que se esperaba que ocuparan en la sociedad.

      La caza de brujas

      La caza de brujas se extendió por Europa entre los siglos XIV y XVII; y estaba principalmente basada en la idea de la herejía y el pacto entre las brujas y el demonio, que no solo les confería habilidades sobrenaturales sino que también las alejaba de sus deberes. Las brujas se congregaban en aquelarres o sabbats para la adoración demoníaca (reuniones de carácter orgiástico). El demonio