es la totalidad del mismo mundo, visto desde una perspectiva especial. Conviene tener claro que toda nuestra vida, en cuanto a su conciencia, discurre según pensamientos y apreciaciones de valor y que solamente adquiere sentido e importancia en la medida en que los elementos mecánicos de la realidad, trascendiendo su contenido objetivo, nos comunican una calidad y una cantidad infinita de valores. En el momento en que nuestra alma deja de ser un mero espejo desinteresado de la realidad –lo que, quizá, no es jamás, ya que hasta el mismo conocimiento objetivo solo puede originarse de una valoración de sí mismo– vive en el mundo de los valores, que aprehende los contenidos de la realidad según un orden completamente autónomo. (Simmel, 1977, pp. 17 y ss.)
Un consumidor consciente relaciona su consumo con su objetivo en la vida, se da cuenta de que no solo se gasta para satisfacer instintivamente sus necesidades básicas, sino además por el aporte a su propósito. Simmel formula que, aparte de los procesos causales y lineales, cuyo origen proviene de sentimientos impulsivos y primitivos en la conciencia, existen acciones que se manifiestan como contenido de la conciencia, es decir, son una representación de los fines que se buscan. En otras palabras, uno maneja dichas acciones y no es manejado por ellas. Por lo tanto, la satisfacción resultante no es consecuencia de la mera acción, sino que se origina por las consecuencias que la acción produce.
Si una inquietud interior nos impulsa a una acción precipitada, nos encontramos con la primera categoría; si, por el contrario, esa misma inquietud es dirigida inteligentemente hacia el logro de un objetivo deseado, nos encontramos frente a la segunda categoría. Por ejemplo, si comemos impulsados por el hambre, realizamos una acción de la primera categoría, mientras que, si comemos por el placer culinario, se trata de la segunda categoría. Esta diferenciación es esencial por dos motivos: en la medida en que actuamos por meros impulsos (modo exclusivamente causal), no hay ninguna igualdad interna entre la constitución psíquica, que aparece como causa de la acción, y el resultado en que aquello desemboca.
No se desprecia el consumo para cubrir necesidades básicas; puede llevar al logro de un sentido de vida o de una experiencia óptima (conceptos que se explicarán más adelante). Si el sentido de vida de un individuo es disminuir la pobreza, debe promover la alimentación de sectores desfavorecidos. Si bailar posibilita experiencias óptimas, el desarrollo de las habilidades que permite este ocio involucra consumo básico en alimentación o salud.
Finalmente, se desarrolla el concepto del logro de la felicidad. Las posibilidades de que una persona sea feliz van más allá de maximizar su consumo y su posibilidad de ser empresario. Estas actividades están más referidas a motivaciones tangibles, que satisfacen necesidades básicas. El bienestar se perfecciona ante motivaciones intangibles que satisfacen necesidades superiores. La jerarquía de necesidades de Maslow (2005) da cuenta de esta situación (véase la figura 4). El consumo se centra en las necesidades fisiológicas básicas. Crear empresa puede satisfacer las necesidades de reconocimiento, pero esto no basta: hay necesidades de seguridad, afiliación y, finalmente, autorrealización.
Figura 4
Pirámide de Maslow
Fuente: Maslow (2005).
En este mismo sentido, Csikszentmihalyi (2008, p. 191) dice lo siguiente:
En los siglos más recientes, la racionalidad económica ha tenido tanto éxito que hemos tomado como algo cierto que «el resultado final» de cualquier esfuerzo humano debe ser medido en dinero contante y sonante. Pero un enfoque exclusivamente económico de la vida es profundamente irracional; el resultado final consiste en la calidad y la complejidad de la experiencia.
Las posibilidades de ser feliz se abren incluso en contextos de limitados de consumo y producción. Un caso real de esta situación precaria la ofrece el holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, que permitió que los supervivientes superaran condiciones extremadamente hostiles. Víctor Frankl (2003), psiquiatra judío austríaco, sostiene que el ser humano necesita un objetivo razonable en la vida, una tarea adecuada para él; que la vida le exija siempre algo a lo que él pueda hacer frente. El médico sostiene que la probabilidad de supervivencia fue mayor en aquellos individuos que tenían una razón para vivir, una esperanza de reencuentro con sus familiares. Sin embargo, la guerra fue cruel, pues, al ser liberados, la mayoría se enfrentó a la realidad de que sus parientes habían muerto, asesinados en otros campos de concentración o de inanición. A pesar de ser libres, esta ausencia de objetivos les hizo padecer enfermedades, como trastornos cardíacos, pulmonares, gastrointestinales y metabólicos.
Frankl cita a Nietzsche: «quien tiene un porqué para vivir, soporta casi cualquier cómo. Es decir, quien conoce el sentido de su existencia, él, y solo él, está en condiciones de superar todas las dificultades» (Frankl, 2003, p. 77).
El ser humano va más allá de motivaciones extrínsecas; el consumo y la producción permiten satisfacción por un hecho fuera de la persona. La perspectiva de Frankl aborda motivaciones intrínsecas, como el sentido de vida:
El hombre está siempre orientado hacia algo que él mismo no es, bien un sentido que realiza, bien otro ser humano con el que se encuentra; el hecho mismo de ser hombre va más allá de uno mismo, y esta trascendencia constituye la esencia de la existencia humana. Lo que penetra profundamente y en definitiva al hombre no es ni el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido. (Frankl, 2003, p. 78)
En la misma línea de Frankl y de Simmel, referidas a las motivaciones intrínsecas del ser humano, se encuentra el concepto de experiencia óptima (flow) de Csikszentmihalyi (2008). Este hábito supone que determinados eventos conscientes, como sensaciones y sentimientos, ocurren y que el sujeto puede dirigir su curso (Wiesse, 2010). ¿Qué hace que un empresario tenga una concentración completa, que su mente no divague ni piense en otra cosa, que su pensamiento esté inmerso en lo que hace, y que su energía fluya suavemente, relajada, cómoda y plena? Esta experiencia se pudo observar cuando se entrevistó a Ana, la hija del fundador de una empresa familiar que comercializa prendas de vestir, del caso Moda (Wong, Hernández, & Chirinos, 2014, p. 147). Uno de los autores conoce a la entrevistada desde hace 60 años y es testigo de que la creación y desenvolvimiento de la empresa supone una serie de experiencias óptimas en 40 años: el origen, con el extraordinario esfuerzo de sus padres; la segunda generación, ella y sus hermanos; y la tercera generación, que involucra la presencia de sus hijos: desde un pequeño taller en un distrito popular de Lima, en donde fabricaba unas cuantas docenas de pares de zapatos por día, al presente, con más de 30 tiendas, en donde se comercializan prendas producidas en su fábrica o importadas desde China.
La experiencia óptima no es un estado permanente ni estático. Convive con estados naturales de perturbaciones. Sus características son: (1) una actividad que implique retos que puedan resolverse con habilidades, (2) la mezcla de acción y conciencia (que hace que las personas estén totalmente cogidas por la actividad), (3) metas claras y retroalimentación, (4) concentración en la tarea inmediata, (5) la sensación de estar en control en medio de una situación difícil, (6) pérdida de la autoconciencia y (7) la transformación del tiempo (el tiempo externo se vuelve irrelevante y dominan los ritmos dictados por la propia actividad) (Wiesse, 2010, p. 17).
Teniendo en cuenta ambas perspectivas, se podría afirmar que mayormente las características familiares promueven una perspectiva global, más que una economicista. Este aspecto puede observarse en la elección del sucesor para cargos directivos, entre alguien ajeno a la familia, pero con mayor capacidad, y un familiar. En ambos casos, se busca que el sucesor logre un desempeño económico sobresaliente. Pero existe una diferencia de perspectiva: en una empresa no familiar, un error es causal de despido; en una empresa familiar, la equivocación es vista como punto de aprendizaje (a la perspectiva económica se le agrega una familiar).
A continuación, se presentan dos casos de proyecto familiar, en los que los protagonistas se enfrentan a diferentes decisiones empresariales y se evidencia la razón de ser de sus proyectos, bajo la óptica de las perspectivas antes vistas. El lector podrá plantearse si es que sus proyectos podrán convertirse en iniciativas corporativas, en qué grado el rol/intervención de la familia es importante para la realización de estos, y si es que