Mireia Corachán Latorre

El Molino


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      EL MOLINO

      Mireia Corachán Latorre

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      EL MOLINO

      © Mireia Corachán Latorre

      © de esta edición: Loto Azul, 2021

      ISBN: 978-84-17307-70-7

      Producción del ePub: booqlab

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      KALOSINI, S. L.

      Grupo editorial Illustration

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       A Juanjo, con amor y agradecimiento

       A mi familia, siempre

       A Victoria y a todas las mujeres valientes

       «Volver con la frente marchita

       Las nieves del tiempo platearon mi sien

       Sentir que es un soplo la vida

       Que veinte años no es nada

       Que febril la mirada, errante en las sombras

       Te busca y te nombra

       Vivir con el alma aferrada

       A un dulce recuerdo

       Que lloro otra vez».

      ALFREDO LE PERA

      CAPÍTULO 1: EL CUADRO

       València

       2002

      El óleo se ha resentido a golpe de años y de humo de tabaco rubio. La contemplación del mar gris salpicado por tres figuras oscuras abrazadas por la espuma siempre fue un privilegio.

      La pintura, sin embargo, llegó a la familia desde tierras de interior, de campo y viñedos. Pero no fue justamente evaluada hasta que mi madre la salvara del fuego y yo me decidiera a registrarla ante notario, sin sospechar que, casi un siglo después de ser pintada, esa imagen me serviría para sobrevivir a mi propia historia.

      Tengo veinte años y casi todos los sueños por cumplir. Vivo en una gran casa de campo familiar, rodeada de objetos dispares y exóticos. Con un gran salón a dos alturas, acristalado y con salida a un precioso porche, rodeado por buganvillas y presidido por un enorme y orgulloso olmo, el mejor ejemplar que yo he visto nunca. En la sala huele a tabaco rubio, sabe a tostadas, café y zumo de naranja, y suena al mejor jazz, sobre todo los domingos por la mañana.

      Este es un domingo cualquiera y yo estoy hojeando una de esas revistas de moda que acompañan la prensa del fin de semana. Billie Holiday hace el resto con su melodía dulzona.

      Frente a mí hay un gran sofá que forma una L con respecto al que yo ocupo. Una mesa de centro de caoba cierra el espacio con elegancia y, sobre el cristal, diversos cachivaches dispuestos con fingido azar. Cajas de madera de países lejanos, un cuenco africano, una tetera china, un huso tailandés y pilas de revistas del último mes. El rincón del salón está reservado a una mesa camilla y dos butacas Luis XIV, que dan paso a una bella alfombra kilim turca. Sobre la mesa, en la pared, un gran espejo señorial heredado de tiempos de la bisabuela y aquel cuadro... Es un óleo original que evoca un mar grisáceo en un día sombrío. La temperatura del agua debe ser muy fría —imagino— y aun así hay tres oscuras figuras surcando el mar, con el pantalón arremangado, y ajenos al clima. No están de paseo ni toman un baño, indolentes, en un plácido día de recreo familiar. Esos tres hombres tienen una misión y yo no sé cuál. Tampoco la firma se distingue con claridad: los años y el tabaco rubio han sido inclementes.

      CAPÍTULO 2: LOS ORÍGENES

       El Cubillo, Cuenca

       1934

      Era noche cerrada y el frío cercenaba sus manos. El aire de la sierra les mantenía alerta pese a la falta de sueño de los días pasados.

      La última semana había sido una fiesta. El trabajo era duro allí y la vida no era relajada. Por eso, cuando tocaba celebrar, se hacía por todo lo alto. Festejaron la matanza y elaboraron sin descanso todo tipo de viandas según las recetas tradicionales. Lomo de orza, embutidos, fiambres adobados... Se reunieron en casa de Felicidad varias noches seguidas y comieron y bebieron hasta caer rendidos.

      Aquella noche fue su luna de miel. Tal vez no era lo que esperaban, pero la promesa de un futuro mejor les alentaba a continuar. Toda la fuerza de la juventud y el porvenir surcada en dos rostros jóvenes y castigados. La mirada al frente y las manos amarradas esperando el alba como un buen presagio.

      Rememorar su reciente boda lograba distraerlos del miedo, la noche y la incertidumbre. La decisión de marcharse no se había cuestionado en ningún momento. El Cubillo no era lugar para la esperanza y el tío Constancio había acordado una buena oportunidad con los señores de El Molino, la finca más próspera en kilómetros a la redonda.

      Claudio era natural de Utiel, pero su padre provenía de esta pequeña aldea de Cuenca. Tan solo acudía a El Cubillo en sus fiestas mayores. Es allí donde conoció a Felicidad, de la que quedó prendado. Felicidad, cansada del duro trabajo que afrontaba desde que era una niña, vio en Claudio una clara posibilidad de salir de la aldea. Felicidad perdió a su madre cuando no levantaba dos palmos del suelo y su padre se casó de nuevo con una mujerona que no quería bien a la pobre niña. Felicidad fue sometida a duras penalidades en su más tierna infancia y deseaba escapar de allí. Por eso, acordó con Claudio un plan de huida. Juan, un mozo que ofrecía transporte en la zona, vendría a recogerlos y se marcharían a Utiel buscando un futuro mejor.

      Felicidad había dispuesto en una cesta todo lo necesario para el viaje. Ni una sola de las viandas ni la ropa de abrigo habían sobrado. Dos enormes mantas cubrían el carro casi en su totalidad. Juan no se abrigaba en exceso porque la costumbre y un atuendo adecuado le hacían soportables los largos viajes hasta Cuenca, Utiel o Requena, tierras más ricas donde era necesario desplazarse para según qué menesteres o, a veces, para no volver.

      Todavía era noche cerrada cuando cruzaron las Hoces del Cabriel, la frontera natural que separa las provincias de Cuenca y València. Los kilómetros y el cansancio hacían mella en los tres, pero no había postas donde parar y se habían propuesto llegar a El Molino con el alba.

      El amanecer los sorprendería llegando a un Utiel que aún se desperezaba de la noche anterior. Las calles casi desiertas y el comercio cerrado confirmaban sus buenas previsiones: llegarían a la casa justo a tiempo. Esperaban incorporarse al horario del servicio sin causar mayor estorbo.

      Cruzaron la villa de Utiel por las Ramblas sin perder ningún detalle. Era su primer viaje propiamente dicho y en comparación con su aldea aquello parecía, sin duda, una gran ciudad.

      —Felicidad, si Utiel le impresiona, espere a ver El Molino. No he visto una casa así