en vistas de una posible carta, que pudo terminar solo años más tarde.
Las primeras noticias ciertas acerca de un interés de san Josemaría por fundar algún colegio de enseñanza media datan de varios años más tarde, entre 1946 y 1947[4]. Al principio pensó ubicarlo en Santander, pero después los acontecimientos favorecieron que naciera en Getxo, población cercana a Bilbao. Nos referimos al Colegio Gaztelueta, la primera obra corporativa del Opus Dei de este tipo, que abrió sus puertas en 1951[5].
En la Carta, san Josemaría desea transmitir una idea fundamental: los laicos deben asumir la responsabilidad de promover colegios de ideario cristiano, donde se lleve a cabo una labor profesional y humana, con espíritu laical y libre, con los brazos abiertos a todos. Quiere que los laicos se movilicen para hacer surgir desde la base estas iniciativas tan trascendentales para la Iglesia. Que abandonen la pasividad y falta de iniciativa que históricamente han debido suplir la jerarquía y las órdenes y congregaciones religiosas.
Además, insiste en que conviene trabajar en la enseñanza pública, donde seglares bien formados pueden realizar una labor profesional y apostólica de gran calado. Es esto lo más propio de los miembros de la Obra: trabajar codo a codo con sus iguales, en un ambiente secular.
En 1948 añadió un párrafo donde mostraba algunas reticencias a que el Opus Dei se dedicara a promover muchos colegios de enseñanza media, porque no era ese su fin (10a), y afirmaba que «no convendrá tenerlos mientras no quede bien demostrado —mientras no entre por los ojos a la gente— que nuestro principal apostolado es el trabajo que cada uno realiza entre sus iguales, allá donde ha recibido la llamada divina» (ibid.). En esos momentos, recién recibida la aprobación pontificia como instituto secular, deseaba que quedara claro a todos el carácter plenamente laical del apostolado de sus miembros. Quizá quería evitar que se confundiera el Opus Dei con una de las numerosas congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza. Como veremos, en 1968 suprimió ese párrafo.
Después de la aprobación definitiva de 1950, surgirá el colegio Gaztelueta que ya hemos mencionado y poco a poco varios más, como el Instituto Chapultepec (1956) en México, Tajamar (1958) y Guadalaviar (1959) en España. Este tipo de centros docentes serían relativamente pocos hasta los años sesenta, cuando un grupo de padres de familia viajó a Roma en 1962 para transmitir al fundador su preocupación por la educación de los propios hijos. San Josemaría les animó a establecer algunos colegios y estos se multiplicaron, en efecto, en diversos paises, a partir de ese momento[6]. Algunos serían obras corporativas, es decir, el Opus Dei se responsabilizaría de su orientación espiritual y doctrinal, y otros no.
En este cambio de perspectiva de san Josemaría influyeron varios factores. En primer lugar, la experiencia educativa de las residencias había sido muy buena, pero no se había logrado llegar a las familias de los estudiantes, algo que era muy importante para el fundador. En un colegio sería más fácil conseguirlo, pues allí sería posible que los padres ejercieran la primaria responsabilidad y el derecho fundamental que les corresponde de escoger y promover la educación de sus hijos, de acuerdo con sus convicciones. De este modo, el colegio sería una prolongación del hogar.
Otro argumento de peso fue que con estos colegios se irían formando profesionalmente grupos de seglares en el campo educativo, dotados del estilo secular del Opus Dei, del que habla en esta Carta[7].
A lo largo del documento, san Josemaría insiste varias veces en el carácter esencialmente secular y laical de las actividades docentes de las que el Opus Dei se hace garante moral. Llega a afirmar que, siendo iniciativas profundamente católicas y promovidas con una intención apostólica, son distintas de las que llevan adelante los religiosos. Es más, desea evitar que lleguen a ser asimiladas a esos centros docentes. Lo cual no quita que tengan una profunda inspiración católica y que sigan las orientaciones del Magisterio de la Iglesia en materia de enseñanza.
¿Qué razón tenía para actuar así? San Josemaría conocía bien la calidad educativa de tantas de esas instituciones, que gozaban —entonces y ahora— de un merecido prestigio y de una alta calidad docente. Por eso, cuando habla de que el trabajo que realizarán los miembros de la Obra en los diversos colegios es una labor estrictamente profesional, no lo hace —en nuestra opinión— porque piense que en algunos centros educativos falta profesionalidad y una adecuada preparación en los profesores. El motivo es otro, como se deduce del texto: se relaciona con un principio clave que san Josemaría quiere transmitir en esta Carta.
Nos referimos a su convicción de que estas obras apostólicas deben nacer y desarrollarse desde abajo, desde la base, como ya hemos dicho. Son los fieles laicos quienes deben llevarlas a cabo, con la responsabilidad que se deriva de su vocación al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Quiere que haya padres de familia capaces de transmitir su fe y su estilo de vida a los propios hijos, organizándose con autonomía y libertad, como hacen los demás ciudadanos para defender causas que consideran nobles. Es misión suya fundar colegios donde sus hijos puedan ser educados como Dios quiere y ellos desean.
El deseo de no confundirse con las escuelas promovidas por la jerarquía o por los religiosos no obedece, pues, a un deseo de singularizarse o de evitar toda colaboración. Se ve por el texto que no es así. Responde a lo que venimos diciendo hasta ahora, a la intención de crear escuelas que no sean confesionales. Ser englobados dentro del conjunto de “colegios católicos” terminaría por privarles de la laicidad que los caracteriza y a la larga terminaría por anular el espíritu de iniciativa de los seglares que los deben promover.
Esa toma de conciencia de la propia responsabilidad de los padres católicos en el campo educativo ha tenido efectos muy importantes en el ámbito del Opus Dei. La mayoría de las obras colectivas de la Obra son centros de enseñanza o relacionadas con la educación. Como puede verse por los datos que proporcionaba John Allen, en 2005, el 41 % de las obras corporativas o de aquellas que solo reciben asistencia espiritual por parte del Opus Dei, son colegios de enseñanza media; el 27 % son residencias universitarias; el 25,5 % son escuelas de capacitación técnica o agrícola, y el restante 6,4 % se distribuye entre universidades, escuelas de negocios y hospitales (casi siempre universitarios). Puede decirse, por tanto, que la actividad colectiva del Opus Dei se concentra en el sector educativo a todos los niveles[8], y eso que Allen no contaba las numerosas iniciativas a favor de la educación del tiempo libre de la infancia y de la adolescencia que se llevan a cabo en centros juveniles de todo el mundo. Tampoco se considera aquí el trabajo que tantos miembros, a título personal, desarrollan en la enseñanza pública o privada no vinculada con el Opus Dei[9].
Incluso desde el punto de vista patrimonial podría afirmarse sin temor a equivocarse que la mayor parte de los bienes sobre los que el Opus Dei ejerce un control —aunque no sean de su titularidad y tomando esta expresión en sentido muy amplio— están invertidos en sacar adelante esa labor educativa y de servicio, mediante la educación infantil, secundaria, universitaria y de postgrado, a menudo en países que se encuentran en vías de desarrollo o que presentan carencias en este sector, desde América a Oceanía, desde África a Asia o Europa.
Pero los efectos de esta doctrina van más allá del ámbito de la Obra. San Josemaría deseaba aportar este modo de pensar y de hacer a una Iglesia que desde el Concilio Vaticano II y antes estaba poniendo su interés en la renovación del laicado, como fuerza propulsora de una evangelización capilar en el mundo de hoy. Es una llamada a todos los padres de familia católicos para que se organicen y se hagan responsables de la educación de sus hijos.
2. FUENTES Y MATERIAL PREVIO
En AGP se conserva una carpeta (serie A. 3, 91-5) con las fuentes de esta Carta. Allí se encuentra el manuscrito original, que denominamos m5, mecanografiado en cuartillas apaisadas, donde se notan de vez en cuando pequeñas correcciones autógrafas de san Josemaría, realizadas con diversos tipos de pluma estilográfica. Consta de 46 cuartillas mecanografiadas a doble espacio, en papel de grueso gramaje, en formato 21,5 x 16 cm y con signos de haber sido grapadas. Algunas (12-13bis, 15-16, 20-21, 24 y 27) son de un papel más fino y unos milímetros más grandes, no estuvieron grapadas y en ellas se usó una máquina distinta. Estas cuartillas alternadas parecen la copia en limpio de algunas hojas del borrador primitivo, que quizá había acumulado muchas correcciones