las conquistas, y en el verano de 1913 estalló una breve Segunda Guerra Balcánica que enfrentó a dicho reino contra sus antiguos aliados de la Liga Balcánica, a los que se unieron Rumanía y el Imperio otomano. Lógicamente, Bulgaria salió derrotada, y tanto Serbia como Rumanía aprovecharon la circunstancia para consolidar la anexión de nuevos territorios. El envalentonado reino serbio adquiría así buena parte de la Macedonia septentrional, convirtiéndose junto con el rumano en las dos potencias más expansivas de la zona. Ya solo restaba encontrar la excusa para luchar contra el Imperio austro-húngaro y unir, de esta forma, a todos los eslavos meridionales en un solo Estado bajo dominio serbio.
La victoria serbia en las guerras balcánicas aumentó el respeto del país vencedor entre los eslavos del sur. En las provincias austro-húngaras, los partidarios de la unidad yugoslava celebraron la expansión territorial de su pariente étnico, dando así esperanzas a la idea de la unificación incluso entre aquellos que previamente no la habían apoyado.
En otro orden de cosas, la lucha de los albaneses contra los dominadores otomanos para alcanzar la independencia se solapó con la Primera Guerra Balcánica de 1912. El ejército serbo-montenegrino penetró en territorio albanés en ese mismo año, ocupando en octubre el puerto de Durres. Kosovo y Metohija quedaron a su vez en manos de esos mismos invasores, y entre 20 y 25.000 albaneses fueron masacrados. La intervención del Imperio austro-húngaro logró preservar la independencia de una pequeña Albania, aunque una parte importante de la población albanesa quedó repartida en territorios de Serbia, Montenegro y de la actual república de Macedonia. Las fronteras del nuevo Estado serían definidas en 1913, quedando Kosovo y Metohija en manos del reino serbio, con excepción del territorio de Peć, que se integró temporalmente en el reino de Montenegro hasta su anexión definitiva en el Kosovo serbio en 1918. El gobierno serbio desarrollaría inmediatamente una política de limpieza étnica, provocando mediante duras medidas de represión la huida de numerosos albaneses y de los restos de población turca. Para muchos serbios, los albanokosovares no eran más que seres subhumanos con cola, tal y como los describía el ex-primer ministro serbio Vladan Đorđević en un opúsculo publicado en alemán y titulado Los albaneses y las grandes potencias (Leipzig, 1913).
La Bosnia austro-húngara
La ocupación austro-húngara de Bosnia y Herzegovina en 1878, aunque solo como potencia administradora, aunque preservando la soberanía otomana, no se hizo sin resistencia de las poblaciones musulmana y ortodoxa. De hecho, las tropas imperiales sufrieron algunos percances en Maglaj y Tuzla, aunque lograrían ocupar Sarajevo en octubre de 1878. La breve campaña de conquista duró tres semanas, y costó al ejército invasor unas 5.000 bajas.
La tensión se mantuvo en algunas partes de la provincia, particularmente en Herzegovina, provocando una masiva emigración de disidentes musulmanes. Sin embargo, pronto se alcanzó relativa estabilidad, y las autoridades austro-húngaras lograron culminar una serie de reformas sociales y administrativas. Sirva de ejemplo el hecho de que en 1885 comenzó a funcionar el tranvía en Sarajevo. Con el objetivo de establecer la provincia como un modelo político estable que ayudase a disipar el creciente nacionalismo de los eslavos del sur, los Habsburgo promulgaron leyes para introducir nuevas prácticas políticas que definieran a los bosnios musulmanes (los bosniacos) como un pueblo con carácter propio, y en general para intentar modernizar la provincia.
En este sentido destacó la labor del conde Benjamin von Kállay, gobernador austro-húngaro de la provincia entre 1882 y 1903, quien se mostró habilísimo a la hora de fomentar la animosidad de sus distintos grupos étnicos apoyando sobre todo a los musulmanes, más numerosos y menos peligrosos, cuyas prerrogativas sociales alcanzadas durante la dominación otomana fueron conservadas.
Temiendo al expansionismo serbio tras el golpe de Estado que situó en el trono del reino de Serbia a Pedro I Karađorđević, la diplomacia austro-húngara negoció con Rusia los términos de la anexión, y tras una reunión celebrada el 16 de septiembre entre los ministros de Exteriores de ambos imperios Alois Aehrenthal y Aleksandr Izvolski, el emperador Francisco José I de Austria anunció el 5 de octubre de 1908 la anexión de Bosnia, que recibió un nuevo régimen constitucional en el que se reconocía su autonomía. El Imperio otomano protestó airadamente ante la anexión, boicoteando militar y económicamente al imperio de los Habsburgo. Finalmente, ambas potencias llegarían a un acuerdo por el que las autoridades austro-húngaras pagarían a los turcos 2,2 millones de libras esterlinas. Además, entregó el sanjacato de Novi Pazar (en serbio conocido como Sandžak), integrado en Bosnia, a los turcos. Una cesión que duraría pocos años, pues los serbios lograrían apropiarse de dicho sanjacato tras las guerras balcánicas de 1912 y 1913.
Como hemos dicho, la Administración austro-húngara intentó inculcar un ideal bosnio entre sus habitantes, pero las poblaciones croata y serbia, incentivadas además por la cuestión religiosa, vivieron al margen de la nacionalidad bosnia, y a partir de 1910 el nacionalismo dominó la política de la provincia. Una inestabilidad que culminó con el asesinato en Sarajevo del heredero al trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio de 1914. Su asesino, un joven serbobosnio llamado Gavrilo Princip, formaba parte de un grupo de nacionalistas eslavos armados por militares serbios desde Belgrado, deseosos de provocar un conflicto que les permitiera ocupar Bosnia. La muerte del mandatario provocó a su vez que varios serbios fueran masacrados y diversas propiedades pertenecientes a gentes de dicha etnia acabaran destrozadas.
La Primera Guerra Mundial y la creación del reino yugoslavo
El magnicidio de Sarajevo dio inicio a la guerra austro-serbia, e inmediatamente a la Primera Guerra Mundial. El reino serbio, agotado por las guerras anteriores, no estaba preparado para afrontar un nuevo conflicto. Sin embargo, no tardo en organizarse, e incluso logró diversas victorias iniciales frente a los invasores austro-húngaros.
Uno de los elementos propagandísticos impulsados por el gobierno serbio fue el de que la lucha se hacía con un objetivo muy claro, que no era otro que el unir a todos los hermanos eslavos del sur frente a la opresión imperial. Precisamente en los ejércitos austro-húngaros combatían soldados y oficiales croatas, bosnios eslovenos e incluso serbios de Croacia, Bosnia y Vojvodina, que procuraron ser alejados de los frentes meridionales para evitar problemas y deserciones.
La liberación de los hermanos eslavos se mencionó ya en el discurso dado a su ejército por el regente Alejandro Karađorđević (que ejercía la regencia en nombre de su padre el rey Pedro desde el 24 de junio) el 4 de agosto de 1914. En dicho discurso fueron incluso citadas las provincias habitadas por esos «hermanos»: Banat, Bačka, Srem (las tres en Vojvodina), Croacia, Eslavonia y Bosnia. Lo que no dejó claro el regente fue si la liberación significaba anexión, unificación o federación. Una nota dirigida el 4 de septiembre a los enviados serbios en los distintos Estados de la Entente afirmaba la necesidad de la creación de un solo Estado compuesto por Serbia, Bosnia y Herzegovina, Vojvodina, Dalmacia, Croacia, Istria y Eslovenia. El geógrafo serbio Jovan Cvijić realizó los primeros mapas de dicho Estado, y uno de ellos se entregó de inmediato al delegado ruso en Serbia. Otro acabó publicándose en un folleto titulado Jedivovo Jugoslovena (Unidad de los yugoslavos), firmado por Cvijić. A partir de entonces, se editaron libros y más folletos en defensa de la unidad, tanto por historiadores serbios como eslovenos y croatas.
Por otro lado, al estallar las hostilidades diversos intelectuales y políticos croatas, eslovenos y bosnios abandonaron el territorio imperial y se instalaron en la entonces neutral Italia para mejor defender su proyecto de unidad eslava, de forma que el 30 de abril de 1915 se fundó en París un comité yugoslavo, que de inmediato se trasladó a Londres. Su presidente fue el croata Ante Trumbić. La creación formal de dicho comité había acelerado previamente las negociaciones de la Entente para que Italia entrara en la guerra, a cambio de la cesión de Istria y de la mayor parte de Dalmacia cuando concluyera el conflicto, según se estableció en un acuerdo secreto firmado en Londres el 26 de abril. Este hecho, que acabó siendo conocido por los dirigentes paneslavistas, contrarios a la aplicación del acuerdo, ayudó a homogeneizar la mentalidad del comité yugoslavo enfatizando las aspiraciones de los eslavos del sur de unirse, junto con Serbia, en un Estado soberano independiente.