DANIELA CASTRO FALCONÍ

Ética y práctica en Psicología Clínica


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da lugar a un sujeto que es, “… el yo como «forma vacía» (pura necesidad lógica, dice Kant, o exigencia gramatical -dirá Nietzsche) que «acompaña mis representaciones». Y esto, se sabe bien, porque la forma del tiempo, que es «la forma del sentido interno», no permite ninguna representación sustancial. El «cogito» kantiano, es bien conocido, es un cogito vacío.”4 Exigencia gramatical que traduce la necesidad lógica de Kant y, coloca el problema de la moral, en el ámbito del lenguaje. Podría decirse que este es el primer gesto de la deconstrucción de la moral kantiana, gesto que, además, procura una abertura por la que adviene Freud.

      Sin embargo, todavía es necesario dejar hablar a Nietzsche pues, en lo transcendental de la moral kantiana, nace el imperativo categórico que ejerce su poder sobre la acción humana. Allí se ordenan los conceptos del mundo moral, culpa (Schuld), conciencia, deber, santidad del deber (Nietzsche, La Genealogía de la moral, 2005, pág. 85), conceptos que hacen lugar a la culpa, el castigo, el sufrimiento, formas que la cultura elabora para sostener al sujeto que actúa desde los instintos y hace temblar a la razón. El lazo silencioso entre Nietzsche y Freud se traduce en la posibilidad de pensar en una moral otra, distinta disociada del imperativo categórico que actúa como super yo absoluto en tanto ocupa la totalidad del sujeto, incluso su interioridad más íntima. La pregunta que aguanta esta tesis la plantea Nietzsche: “… ¿en qué medida puede ser el sufrimiento una compensación de «deudas»?” Él mismo responde: “En la medida en que hacer-sufrir produce bienestar en sumo grado, en la medida en que el perjudicado cambiaba el daño, así como el desplacer que éste producía, por un extraordinario contra-goce” (2005, pág. 85). La pregunta que, en el orden de este marco teórico sigue será, si hay, en efecto otra ética que surge de este lazo silencioso, ¿cuáles serían las condiciones y su posibilidad? En la parte final, se elaborará la respuesta.

      •La ética y el psicoanálisis

      La relación entre ética y psicoanálisis parte de una consideración fundamental ya planteada en la primera parte de este trabajo; el psicoanálisis, en su formulación originaria, es decir, freudiana, irrumpe en la concepción del sujeto moderno, elaborado en la coincidencia y lejanía de Aristóteles; esta irrupción, Nietzsche mediante, provoca un corte en las determinaciones que definen la constitución psíquica del sujeto racional, autónomo y conciente, sostenido por la filosofía de la modernidad, hasta Hegel. El trabajo de Freud pondrá de manifiesto todo un ámbito distinto, un no lugar, el inconsciente; la elaboración de una teoría del inconsciente se realiza, en términos epistemológicos, en los escritos de metapsicología; Assoun señala que, “La metapsicología es en ese muy específico sentido la decisión de entender, correlativa a la ética de lo inconsciente. El mismo Freud recordaba la necesidad de “un ápice faustiano” para acercarse a esas “cosas últimas” (2002, pág. 146). Quiere decir que el freudismo tiene, como propia, una ética pero no entendida en los términos tradicionales; por ejemplo, no le cabe ni el relativismo, ni el universalismo, ni el humanismo o la teoría de los derechos. El campo ético se extiende en una forma peculiar de considerar las relaciones con los otros, relaciones problemáticas en tanto son parte del límite a la pulsión. En este sentido el Principio del placer es el eje organizador de una exigencia de verdad y de realidad, sostenido por un “verdadero imperativo categórico que toma de manera exacta a la vez lo que justamente, en el sujeto, espera un embellecimiento o un maquillaje de la verdad a su respecto” (Assoun, Introducción a la metapsicología freudiana, 1994, pág. 44); la verdad del imperativo reside, en este caso, en la imposibilidad del saber de la verdad, en tanto ella se pierde en lo incognoscible; parece entonces que la ética pertenece a la metapsicología y, en este sentido, no es ética normativa. La acción humana resulta de un complejo sistema cuyo funcionamiento no está regido precisamente por la poderosa razón kantiana, sino por la estructura dinámica del aparato psíquico.

      En El yo y el ello, Freud se refiere a esta estructura, “Llamamos preconciente a \o latente, que es inconciente solo descriptivamente, no en el sentido dinámico, y limitamos el nombre inconciente a lo reprimido inconciente dinámicamente, de modo que ahora tenemos tres términos: concierne (ce), preconciente (prcc) e inconciente (ice), cuyo sentido ya no es puramente descriptivo” (1992, pág. 17). La teoría de las pulsiones señala el carácter de los procesos que se dan en esta estructura psíquica, de manera que, lo que se ha entendido por el ámbito de la ética, queda determinado por un complejo de instancias que actúan sobre el individuo y sobre las masas. En Psicología de las masas y análisis del yo, parte de la consideración, proveniente de la Teoría de las pulsiones, de la relación del individuo con el otro, dice: “…En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo” (1992, pág. 67); es evidente que el individuo tramita su vida anímica, tanto internamente como en la sociedad o, con la sociedad. El punto de partida para hablar de la ética y de la moralidad, está marcado por una concepción del todo diversa respecto de las formulaciones de las teorías aristotélica y kantiana; es importante señalar que el freudismo ha pasado, de acuerdo a la lectura que en este marco teórico se ha hecho, por un filtro filosófico ligado a la crítica nietzscheana de la historia de occidente, de allí que, en los párrafos siguientes, se aborde la cuestión fundamental que permite pensar en lo propio de la ética desde esta teoría.

      Para Freud la comprensión de las acciones del individuo, quien, “al entrar en la masa, queda sometido a condiciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales inconcientes”, cuyo resultado da cuenta de una disposición constitutiva del sujeto, cual es, “toda la maldad del alma humana” (1992, pág. 71), entendiendo por maldad, una condición dada por la pulsión, que le imprime una intencionalidad; sin embargo, ello no implica la imposibilidad de pensar sobre la acción e, inclusive, darle un carácter distinto, por ejemplo, no violento.

      Ahora bien, el campo de la norma o la ley ética, está limitado por la necesidad de ordenar la convivencia social; es la doctrina de la represión la que explica el aparecimiento de restricciones éticas que se dirigen a la vida sexual y definen a un sujeto tensionado “entre el yo y unas aspiraciones sexuales que le aparecen como inconciliables con su integridad o sus exigencia éticas” (Dos artículos de enciclopedia: “Psicoanálisis” y “Teoría de la libido”, 1992, pág. 242). Quiere decir que el sujeto, el yo, se concibe en una suerte de precariedad que surge de los aspectos contrapuestos, uno interno, pulsional e ilimitado y, otro externo, el de la ley, el del límite. El yo, entonces, debe, lidiar no solo con la alteridad que halla en la masa, sino, con la ley que procura un orden elemental, garante de la supervivencia del yo en la masa, no hay otra posibilidad. Sin embargo, ¿cómo se sostiene el yo en la contradicción con la alteridad, a la vez necesaria?

      En este punto, donde se marca la exigencia de completar la deconstrucción del sujeto ético aristotélico y kantiano, en cuanto momentos de la metafísica occidental, y del sujeto ético freudiano que halla su límite en una de las formulaciones del psicoanálisis sobre la cultura, vale echar mano de una tesis expuesta por Lacoue-Labarthe y Nancy, a partir del texto Moisés y la religión monoteísta; en este contexto dicen:

      En primer lugar es indiscutible que una visión sobre la ética en el psicoanálisis freudiano, no puede desconocer el este cierto ‘mosaísmo freudiano’, patente en la crítica de la cultura y en el trabajo sobre la figura de Moisés; sobre esta consideración, los filósofos franceses recogen un gesto decidor, cual es, el judaísmo como enunciador de la verdad, no cualquiera, sino la ‘verdad de la religión’, en tanto da cuenta de la sustancia de esa verdad; ello puede verse en las tres razones que expone para justificar el efecto que tuvo la religión mosáica en el pueblo judío:

      1)