como fin ‘el hombre bueno’” (Gómez, 2014, págs. 158-159). Esta condición del saber científico no se sostiene en el tiempo; el desarrollo del modelo cientificista consolidó la distancia entre ética y política, y teoría.
En la primera mitad del s. XX, el Manifiesto del Círculo de Viena, planteó, en un primer momento, la unicidad de la ciencia a partir de unir los lenguajes científicos en la estructura de la Lógica; en un segundo momento se abordó la necesidad de formalización de las teorías como condición de validez. En este contexto, Hempel (1979) puso en duda la condición de validez de un enunciado significativo en tanto sea empíricamente confirmable; esta exigencia es extrema, señala R. Gómez, pues, utilizar la confirmación empírica como criterio de significación, implica que aquello que no es confirmado empíricamente, no es significativo y, por tanto, no es científico; el llamado de atención de Hempel sobre temas que surgen de la ciencia pero que no pueden ser tratados solamente dentro de las estructuras de la teorías, pone en evidencia la presencia de elementos valorativos, no epistémicos. De allí que la tesis de “no hay teoría neutral”, no tarda en consolidarse; sus consecuencias abren la posibilidad para entender que el conocimiento, tanto en la ciencia, como fuera de ella, tiene un complejo marco de validación, atravesado por intereses de todo tipo y, obviamente, posturas éticas que, aun cuando no se declaren, están presentes en los fundamentos de la elaboración de las teorías y de la aplicación de las mismas.
Pero el aspecto fundamental en esta discusión, surge de la ruptura que provocó cierta modernidad, ligada el desarrollo del sistema de mercado capitalista, entre el conocimiento científico y la ética; todo este proyecto destinado a sostener un dominio sobre el pensamiento y el deseo de los sujetos, tendrá mecanismos dirigidos a la sustitución de la ética por la política. En este contexto Roudinesco sostiene:
La sociedad democrática moderna quiere barrar de su horizonte Id realidad de la desgracia, de la muerte y de la viniendo buscando integrar, en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social. Del mismo modo, tiende a criminalizar las revoluciones y a desheorizar la guerra a fin de sustituir la ética por la política, la sanción judicial por el juicio histórico (¿Por qué el psicoanálisis?, 2000, pág. 17).
El contexto de las últimas décadas, definido como la era de la globalización, está muy bien definido en esta cita; en efecto, las formas de definición de lo social, de lo económico, de las revoluciones, de los conflictos tanto locales como internacionales, de la guerra, elaborados en función del éxito económico, fin único del capitalismo, han vaciado los contenidos del sujeto que sostenía su existencia en la posibilidad de ser sujeto de pensamiento, de deseo, de cambio. Si no hay sujeto, no hay ética y si el éxito no es el bien común de la comunidad de sujetos, entonces las formas de ordenamiento social las acordará el mercado. Habría que agregar que la política, en este sentido, se ha retirado; está, digámoslo así, agazapada, en espera, en teorías y prácticas tales como el psicoanálisis y, obviamente, en la filosofía deconstructiva.
¿Qué teoría fundamente la relación entre psicología clínica y psicoterapia con la ética?
a. El psicoanálisis:
La formulación de la respuesta solo es posible en una concepción que permita formular la pregunta sobre la relación. En este sentido el carácter sub-versivo del psicoanálisis no solo permite formular la pregunta, sino que supone una relación con lo ético. El problema está en el mismo hecho de la sub-versión que alcanza a toda la comprensión del sujeto, misma que se ha sostenido tanto en la metafísica tradicional como en la ciencia. En este sentido es, podría decirse, el espacio de constitución de un conocimiento “distinto” al conocimiento de la ciencia; supone una deconstrucción tanto del sujeto de ese conocimiento, como del proceso en el que se constituye.
J. A. Miller sostiene que, “Consiguientemente, con el concepto de pulsión el psicoanálisis entró en el campo reservado a la cultura, lo que justifica la doctrina freudiana sobre la civilización y su diagnóstico de un malestar” (2005, pág. 83). Tal concepto provocará un estremecimiento en la cultura victoriana y la normativa moral que proveía al sistema capitalista, en consolidación, el control suficiente sobre los sujetos; del mismo modo, la idea de un malestar dentro de las formaciones culturales de la época, puso en entredicho la relación misma de los sujetos con el mundo exterior y las instituciones construidas para sostener un orden específico. La ética normativa kantiana tiene especial fuerza en estas formaciones culturales pero, con relación a la postura freudiana, no puede normar algo que, por definición, es conscientemente inconcebible.
Ahora bien, en el texto de 1925, Inhibición, síntoma y angustia, Freud dice lo siguiente:
…el síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue coartar el devenir –conciente de la representación que era la portadora de la moción desagradable. El análisis demuestra a menudo que esta se ha conservado como formación inconsciente. (1992, pág. 87)
Puede entenderse que el síntoma da cuenta de algo reprimido en el yo que remite a la imposibilidad de llevar a fin todos los impulsos pulsionales, imposibilidad que causa angustia y malestar. El proceso de represión que lleva al síntoma queda en el inconsciente, tal y como se anota al final de la cita. En este sentido, el malestar no está en el campo de la voluntad que decide sobre la respuesta con la norma o contra la norma.
El trabajo del inconsciente hace compleja la decisión puesto que enfrenta una exterioridad limitante de la pulsión y, en ese sentido causante del malestar; sin embargo la causa tiene un doble sentido, por una parte el mundo exterior portador de la norma y, por otra, la interioridad del sujeto que lucha por consolidar la satisfacción. Lo ético, tal y como lo entendemos en esta investigación, tendrá que formularse desde otras consideraciones que se constituyen en las formulaciones freudianas sobre la cultura. En este sentido leeremos la siguiente afirmación de Miller, “El malestar en la cultura, es en cierto sentido un manifiesto contra las morales de la castración de goce, las éticas de renuncia pulsional, según destacó Lacan al hacer de la reina Victoria un antecedente necesario de Freud” (2005, pág. 83). Aún más, el malestar, como condición de la existencia de los sujetos en la sociedad, deberá sostenerse a partir de prácticas que integren la capacidad de pensar sobre las demandas pulsionales; pensar quiere decir, en este caso, elaborar los límites de la pulsionalidad pero desde las prácticas sociales cotidianas que recobren al sujeto en su integralidad y lo coloquen en el fin de dichas prácticas, no en el medio para conseguirlas.
b. La Ética
El tema de la ética se ha constituido, en las últimas décadas, en el espacio necesario para pensar en cualquier ámbito de la acción humana. Sin embargo, la condición de este pensar ético no tiene otro sentido que sostener un ámbito de justificación de las acciones y actividades humanas, especialmente en el ámbito de lo público. El resultado se distribuye desde una reducida comprensión de la ética y lo ético; parecería que la impronta del mercado, cual es, la segmentación de las actividades humanas, separadas de la doble condición, ética y política, se ha tomado todos los ámbitos de lo social; en este contexto, las éticas prescriptivas, no surgen de las acciones entre los sujetos y las instituciones que crean, aparecen en documentos que se cuelgan de las paredes o en las páginas web de todo tipo de negocios. Sin embargo, ello no implica que lo ético y la ética hayan desaparecido; al igual que la razón teórica y práctica, la política, la historia, el sujeto mismo, se han retirado, quiere decir, reclaman la co-pertenencia que los reúne y sostiene; en tal sentido, esta investigación asume la co-pertenencia de la clínica y la ética, bajo la misma condición que P. Lacoue-Labarthe y J. L. Nancy señalan para la filosofía y la política, esto es, el carácter esencial de la relación (2000).
En las páginas que siguen, el trabajo se centrará en mostrar dos momentos fundamentales que dan cuenta de este carácter esencial que se