Sharoni Rosenberg

El propósito no era lo que yo creía


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      El propósito siempre es compartido, así que te agradezco por querer escuchar mi mensaje.

      Por ese solo hecho yo estaré viviendo mi propósito.

      Si quieres compartir inquietudes, opinar o profundizar sobre alguno de los temas contenidos en este libro, estaré feliz de recibir tu correo en mi casilla personal

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      Índice

       Prólogo Joan Melé

       Por qué escribí este libro

       Introducción

       Parte 1: ¿Qué es el propósito?

       Capítulo I: Las preguntas que no encontraban respuesta

       Capítulo II: La felicidad

       Capítulo III: ¿Ha destronado el dinero a la eudemonía?

       Capítulo IV: Vacío existencial

       Capítulo V: El inicio de un camino

       Parte 2: El Telos, una metodología para descubrir tu camino de propósito

       Capítulo VI: El camino de propósito

       Capítulo VII: ¿Quién soy?

       · Primer elemento: Autenticidad

       · Segundo elemento: Pasión

       Capítulo VIII: Mi lugar en el mundo

       · Tercer elemento: Sentido de la vida

       · Cuarto elemento: Trascendencia

       Capítulo IX: El núcleo del telos

       Parte 3: Cómo impacta tu vida el camino de propósito

       Capítulo X: Motivación, la mejor señal de que vas bien encaminado

       Capítulo XI: Spoiler alert: El propósito no era lo que yo creía

       Apéndice I: Ikigai y Golden Circle

       Apéndice II: Definiciones de propósito

       Apéndice III: Teoría Z de Abraham Maslow

       Apéndice IV: Niveles de trascendencia

       Glosario

       Agradecimientos

       Citas

      Prólogo de Joan Antoni Melé

      Todo ser humano se encuentra confrontado con dos grandes enigmas: el portal del nacimiento, y el portal de la muerte. Se denominan “portales” porque señalan el umbral entre la realidad perceptible a través de los sentidos, el mundo sensorial, y las otras realidades que no lo son, el mundo suprasensorial. Ante estos dos portales, en la mayoría de los seres humanos surgen diferentes preguntas: ¿continuaré existiendo de alguna forma después de la muerte? ¿Me reencontraré con los seres queridos que fallecieron antes? ¿Hay algo antes del nacimiento? Es decir, ¿existe un plan para esta vida?

      En función de cómo los seres humanos responden a estas preguntas, la vida se vive de una u otra manera. La propia vida, que no sabemos si será breve o longeva, se convierte en un enigma. ¿Cuál es el sentido de la vida? O, ¿qué propósito le quiero dar en el tiempo que me ha sido concedido?

      A lo largo de la historia de la humanidad, y de manera muy diferente en las diversas culturas, esas preguntas han recibido enfoques y respuestas variadas. En todas las antiguas culturas —desde Oriente, pasando por lo que hoy denominamos Europa, hasta Abya Yala (nombre que los pueblos originarios daban a América)— existía el conocimiento de la “otra realidad”, lo que a veces se denomina como mundo espiritual o realidad suprasensible. Pero no se trataba de una creencia o una cuestión de fe, sino que los seres humanos percibían la existencia de otros seres con niveles de consciencia distintos, a los que denominaban dioses, y relataban esas experiencias de la otra realidad en forma de imágenes, al igual que narramos en imágenes las experiencias de lo que vivimos cuando soñamos. Los sueños son experiencias de otro nivel de realidad no sensible, que no se pueden describir de forma sensible sino que requieren del recurso de las imágenes para poder transmitirse. Así surgieron las mitologías, las leyendas e incluso los cuentos, que para la mentalidad actual solo son invenciones fantasiosas de nuestros antepasados, pero la realidad es que hemos perdido la capacidad de interpretar esas imágenes.

      Esa pérdida paulatina de la habilidad de entender las imágenes, de la imaginación, dio paso progresivo al nacimiento de la capacidad de pensar tal y como la entendemos hoy. Siete u ocho siglos antes de Cristo, surge la filosofía griega, y ahí se ve cómo el ser humano puede utilizar una de sus grandes capacidades, el pensar, para tratar de entender el mundo. Quedaban todavía lugares ocultos, en donde se transmitía de forma selectiva, a los alumnos que se mostraban dignos de ello, los conocimientos de esa otra realidad que se había perdido para la mayoría. Y así, encontramos los misterios de Eleusis, los de Samotracia, o el propio templo de Apolo en Delfos, como lo trata este libro al desarrollar la autenticidad, en donde se encontraba el gran aforismo: “Hombre, conócete a ti mismo”.

      Es sorprendente ver, por ejemplo, la capacidad de pensar de Aristóteles, algunos de cuyos logros, por ejemplo en la lógica, apenas han sido superados al día de hoy. Esa nueva capacidad de pensar experimenta un salto aun más radical a partir del Renacimiento, especialmente desde el siglo XVI, con el nacimiento de la ciencia moderna. Si no hubiéramos perdido la capacidad de asombro, estaríamos todo el día con la boca abierta exclamando “¡oh!” ante los descubrimientos científicos. Cómo es posible que el ser humano, pensando, descubra leyes universales que rigen la tierra y el cosmos, leyes que no ha puesto él, sino que ya existían. ¿Qué es una ley? ¿De dónde proceden las leyes que rigen el universo?

      El problema es que, en lugar de tratar de responder también a estas preguntas, la ciencia se enfocó más en el “cómo” que en el “porqué”. Esto ha supuesto un desarrollo enorme de la ciencia y de la tecnología, pero ha dejado a éste ser humano sin respuestas ante las dos preguntas existenciales que mencionaba antes. Se ha difundido una visión materialista y reduccionista del ser humano y de la vida, que ha generado el modo de vida de la sociedad actual. Según esa visión, este solo es un paso más en el proceso evolutivo, con algunos genes diferentes respecto a los simios, y la vida no tiene otro sentido que la lucha