Sharoni Rosenberg

El propósito no era lo que yo creía


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como abogada tributaria para aventurarme en un área menos rentable o glamorosa y que estuviera relacionada con promover esta nueva forma de hacer empresa. Siempre sentí la curiosidad de hacer otras cosas, y ahora tenía el coraje necesario para tomar las decisiones que me llevarían a eso.

      Estas transformaciones también se produjeron en el plano de mi vida social. Las intenciones de las personas pasaron a ser más importantes que sus acciones, y eso me llevó a valorar mi entorno de manera distinta. Ya no miraba tanto lo que las personas hacían, sino que me preocupaba más saber por qué lo hacían. Al mismo tiempo, me era cada vez más difícil permanecer indiferente ante el cinismo o la falsedad de algunos. Abandoné entonces viejas amistades que sentía superficiales y poco auténticas. Comencé a evitar encuentros sociales por deber, y me centré en aquellos que sí me interesaban realmente. Me volví más empática y dejé de ser la mujer que siempre hablaba. Ahora prefería escuchar. Los chismes sobre la vida de los demás ya no me parecían entretenidos. Incluso se me empezó a hacer difícil juzgar a las personas, cosa que antes me salía fácilmente. También debo reconocer que me obsesioné un poco con el asunto del propósito. Algunos amigos me decían que me había vuelto aburrida, que si no hablábamos de eso, no tenía interés en participar.

      Las cosas más simples de la vida pasaron a ser las que más disfrutaba: una buena conversación con mi abuela, despertar con una de mis hijas en la cama, o el calor de los primeros días de primavera. Me enamoré de la naturaleza, planté mi propio jardín, hice una huerta y un sistema de compostaje. Si estaba triste o desanimada, ya no necesitaba ir a comprarme algo, cuidar mis plantas era más que suficiente. Poco después, comencé a meditar. Esto era algo que siempre vi muy lejano y que nunca me había llamado la atención. Fue difícil al principio y, a pesar de que no entendía mucho cómo funcionaba, sentía que me hacía bien y me permitía conectarme conmigo misma.

      Estar sola ya no me provocaba angustia como antes, de hecho, lo comencé a disfrutar y me atreví a viajar sin compañía por primera vez desde que me había casado. Descubrí la potencia de la lectura como una fuente de aprendizaje del mundo. De hecho, todo lo que les voy a compartir en este libro tiene que ver con ese descubrimiento. La lectura se transformó en mi método de educación permanente.

      Al haber vivido fuera del país y pertenecer a la religión judía, el tema de la diversidad era importante para mí, pero ahora lo veía más claro que nunca. No se trataba de tolerar o respetar a los demás, sino de celebrar las diferencias como un aspecto central en la riqueza de las relaciones. Mientras más diverso era mi entorno, más lo aprovechaba, y encontré en la explicación espiritual de la vida (no religiosa) la respuesta a esa necesidad de unión con todos los seres humanos.

      A medida que pasaba el tiempo, de alguna manera me empecé a beneficiar de esta forma consciente de ver la vida. Me volví más perceptiva, creativa, y mi motivación aumentaba cada día. Tenía una gran energía, no veía límites para mis sueños e ideales. Y así nacieron muchos proyectos nuevos que antes jamás hubiese imaginado hacer.

      Desde entonces, se podría decir que la satisfacción de mis propios intereses dejó de ser la guía de las decisiones y acciones que emprendía. Comencé a verme como una intermediaria de algo más grande, difícil de describir, y no necesariamente aprehensible por la estricta razón. Era más bien como un acto de fe. Pero que no se malentienda, un acto de fe en el sentido de que existe una aceptación de que hay algo más grande que es causa de la vida y que nunca lo podremos realmente comprender. Algunos se refieren a esto como Dios, pero a lo largo de este libro me referiré a esto como un sentimiento oceánico, tal como lo definió Romain Rolland hace un siglo atrás.

      Quizá el mejor regalo de todos fueron las nuevas y profundas amistades que surgieron. Creía que, a estas alturas de la vida, ya no se formaban relaciones muy verdaderas, pero estaba equivocada. En el mundo social o del propósito se usa mucho conectar a personas desconocidas que compartan intereses. Entonces empecé a tener “citas” con gente que, de otra manera, jamás hubiese conocido. Bastaba con un encuentro para que se generara un vínculo, el que luego daba lugar a proyectos o cualquier otro tipo de sinergia. Era como si nos conociéramos desde siempre, por el solo hecho de compartir un propósito.

      Más tarde, leyendo a Abraham Maslow volví a sorprenderme al ver que en su teoría Z (de la cual hablaremos más adelante) describe esta secuencia de cambios o transformaciones. Son veinticuatro en total, pero la que más me impresionó fue aquella que se refiere a la amistad. Esta última dice que las personas que buscan trascender en la vida “parecen de alguna manera reconocerse mutuamente entre ellos y llegar a una intimidad casi instantánea y a un entendimiento mutuo, incluso desde el primer encuentro”. Me di cuenta de que Maslow describe cada una de las cosas que me habían pasado, lo que permitió corroborar que finalmente no era tan diferente y que también le ocurría un proceso similar a muchas otras personas en todo el mundo y desde hace largo tiempo.

El camino de propósito es un punto de partida para alcanzar una mayor claridad sobre aquellas elecciones que hacemos a lo largo de la vida, pero por sobre todo para aprender a elegir aquello que realmente nos importa a nosotros. Es una forma de organizar nuestra vida, de redirigir nuestras expectativas, nuestros valores o lo que consideramos un éxito o un fracaso y, lo más importante de todo, qué es lo que necesitamos para ser plenamente felices.

      Al finalizar este recorrido es probable que experimentes una transformación que te permitirá, entre otras cosas, cambiar tus valores y la forma en la que narras la historia de tu vida. Lo harás de manera consciente, aprendiendo que el camino de propósito es un proceso, no un resultado… y puede llevar meses, años o la vida entera.

      

¿Lograré ser el héroe de mi propia vida? o será otro quien ocupará este lugar”. Charles Dickens, David Copperfield.

      Introducción

       Una vida sin examinar es una vida que no merece ser vivida”. Sócrates.

      Los seres humanos somos una especie compleja (que no es lo mismo que ser complicado), pues la vida se compone de elementos diversos que deben relacionarse entre sí para vivir en armonía. Y aun así, muchas veces nos contentamos con respuestas simples a problemas que requieren de un mayor análisis. A esto se suma que también nos habituamos fácilmente a la comodidad de lo sencillo, de lo que está dado. Ese es el caso del tema que nos ocupa. Conocer y descubrir nuestra relación con el propósito requiere de mucha reflexión y autoconocimiento, pues comprenderlo a cabalidad implica necesariamente indagar en nuestra complejidad humana. Se trata de un proceso que comienza desde lo más íntimo y personal para luego abrirse al mundo y desplegar todo su esplendor en él.

      Mientras elegía el título de este libro, pensé varias veces en ponerle así: ¿Qué carajo es el propósito? Pero, probablemente, no era lo más adecuado. Si bien el propósito es un concepto muy utilizado por las personas, empresas e instituciones, lo que me intrigaba era la variedad de significados que se le daban al concepto. De hecho, hay tantos significados como fuentes consultadas y todos son de carácter más bien enunciativo, ninguno de ellos conceptualiza este tema y presentan puntos de vistas más bien parciales.

      Partamos por lo primero que hace uno cuando no sabe algo: Google. Ahí encontraremos una serie de conceptos, como por ejemplo:

       - El propósito del ser humano es el sentido que otorga a su vida.

       - El propósito responde a preguntas existenciales como “por qué” y “para qué”.

       - El propósito es avanzar hacia una meta o proyecto que queremos alcanzar.

      Estas