Sharoni Rosenberg

El propósito no era lo que yo creía


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se descompondrá y ya no quedará nada de lo que éramos.

      Por supuesto, cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero debemos ser conscientes de que nuestras ideas generan modelos sociales. Si realmente me han inculcado que la vida solo es una lucha por la supervivencia, que después de la muerte ya no habrá nada más, que un ser humano solo es un conjunto de genes agrupados por azar, entonces, ¿por qué debería preocuparme por los otros seres humanos o por el medioambiente? ¿Por qué no puedo robar o matar? ¿En base a qué puedo justificar una ética? Lo único que me interesará, si comparto esa opinión y soy coherente con ella, es yo mismo y mi propio bienestar. Y, si no, preguntémonos por qué en pleno siglo XXI, disponiendo de todos los conocimientos científicos y tecnológicos, y de todos los recursos del mundo, tenemos cada vez más problemas personales, sociales y medioambientales. ¿Por qué en los países más ricos el suicidio ha crecido de forma alarmante? ¿Por qué personas que disponen de todos los recursos materiales llegan a tal desesperación?

      Todos los conflictos y las crisis que tenemos nos muestran que es urgente que el ser humano, sin perder los logros conseguidos con su gran capacidad de pensar, amplíe el horizonte de su mirada y vuelva a plantearse las preguntas originales, propias de la esencia del ser humano.

      En este sentido, El propósito no era lo que yo creía, de Sharoni Rosenberg, llega como agua de lluvia en tiempo de sequía, llega en un momento adecuado, en el kairós. Se trata de un texto de gran madurez, a pesar de que su autora es una mujer joven, y lo considero así porque no es un libro filosófico más o de autoayuda, como hoy proliferan, sino que es eminentemente práctico tanto para la vida individual como para el desarrollo de las organizaciones. El libro sirve de forma directa para ese “conócete a ti mismo” y encontrar nuestro lugar en el mundo.

      Me atrevería a decir que ese conocimiento secreto, que antes solo se adquiría en algunos templos o lugares ocultos, hoy puede conseguirse a través de la empresa. Y no solo para algunos, sino para todo ser humano que esté dispuesto a perder el miedo, a liberarse de prejuicios y vivir con autenticidad. En este sentido, este libro es una guía que puede acompañar a los directivos, gerentes y trabajadores de las organizaciones que quieren convertirse en espacios modernos de autoconocimiento y transformación social. La solución a los problemas del mundo no surgirá solo de manifestaciones, de protestas o de programas electorales, sino que requiere de un cambio radical de los seres humanos y del modo de vida actual.

      Las empresas cambiarán el mundo solo cuando quienes las compongan se trasformen en mejores personas. Este libro puede ayudar a convertirlas en agentes de transformación social si los directivos, gerentes y trabajadores acogen con coraje y honestidad las propuestas que en él se nos muestran. Desde mi experiencia y compromiso con la ética y la nueva economía, doy la bienvenida a este libro y mi más sincera felicitación a Sharoni Rosenberg por haber tenido la iniciativa de escribirlo.

      Joan Antoni Melé.

      Por qué escribí este libro

      Antes de adentrarnos en el universo del propósito, con todas sus facetas y complejidades, quisiera contarles por qué escribí este libro, con el cual espero acompañar a todos aquellos que quieren avanzar en su camino de autoconocimiento y búsqueda de su lugar en el mundo, para así lograr vivir una vida un poco más consciente y feliz.

      Crecí escuchando que ganar mucho dinero, destacar, ser reconocido y mejor que los demás era lo que nos hacía exitosos. Pero, para mí estas razones no han sido nunca las que me han motivado a levantarme por las mañanas. Aunque, no me malinterpreten. Esto no quiere decir que no me guste hacer bien mi trabajo, desarrollarme profesionalmente o tener un sueldo a fin de mes. Me agrada todo eso y no tengo intención de renunciar a ello.

      Sin embargo, revisando mi historia personal, me he dado cuenta de que todas esas cosas han sido más bien un medio que un fin. Y que los momentos de mayor felicidad han tenido mucho más que ver con mi relación con los demás, que con los bienes materiales o con los logros estrictamente personales. Puedo decir que he experimentado mucho más el sentimiento de felicidad entregando que recibiendo, cuando, por ejemplo, he logrado mejorar en algo la vida de otros o hacerlos más felices, aunque sea algo muy menor o por tan solo un momento.

      Pero descubrirlo me llevó un largo tiempo.

      Cuando somos jóvenes pareciera importarnos más lo que sucede afuera que adentro de uno mismo. Nos atormenta el qué dirán, cumplir con las expectativas de nuestros padres, sentirnos parte de un grupo, reconocidos y aceptados por otros, etc. Pero a medida que vamos entrando en la adultez muchos comenzamos a experimentar vivencias que nos hacen querer mirar para atrás, preguntarnos cómo llegamos aquí y hacia dónde queremos ir. Esta evolución y mayor madurez, nos lleva a hacernos preguntas que nos sacan de la inercia o del piloto automático del que estábamos acostumbrados hasta ese momento. Este fue mi viaje antes de llegar aquí.

      A mis treinta y un años, yo era lo que se suele llamar una persona “exitosa”. Tenía tres hijas preciosas, un marido que amo, un buen trabajo y en general un buen pasar. Sin embargo, sentía una disconformidad profunda que no me dejaba tranquila. Había algo que me hacía sentir incompleta, como un sujeto dividido. Sentía que no estaba haciendo todo lo que yo podía hacer en la vida y tampoco todo lo que quería hacer. ¿Qué tenía que cambiar? ¿Cómo tenía que vivir? ¿Por qué me sentía así?

      Como dice León Tolstói en Confesión, estas preguntas existenciales muchas veces aparecen en personas que aparentemente tienen una vida resuelta. Otros, con el inicio de la temprana adultez o al enfrentarse a sus últimos años de vida.

      Estaba a punto de resignarme a llevar esta vida “feliz” y entonces me encontré con el propósito.

      Una llamada telefónica

      Hace cinco años estaba organizando mi cumpleaños número treinta y dos, cuando sonó el teléfono. Era Pablo, un amigo con quien había trabajado una década atrás en proyectos sociales de la Fundación Techo, que se dedica a la erradicación de campamentos, entre otras cosas.

      Hacía mucho tiempo que no conversábamos, así que nos pusimos al día durante un rato, hasta que fue al tema que le interesaba hablar conmigo. Me habló del concepto de propósito y cómo se estaba formando un nuevo movimiento a nivel mundial que estaba promoviendo a las compañías que junto con obtener ganancias además son buenas para el mundo, conocidas como Empresas B.

      En ese preciso momento, un universo completo se abrió ante mí. Aún no comprendía bien lo que significaba la palabra propósito, pero sentía que era el principio para encontrar muchas de las respuestas que estaba buscando.

      Después de la llamada de Pablo, se produjeron una serie de hechos similares y comenzaron las sincronías. Empezaron a llegar solicitudes de asesorías legales para este tipo de empresas e invitaciones para participar en el movimiento liderado por Sistema B1. También me pidieron formar parte del equipo que busca promover el proyecto de ley que reconoce a este tipo de sociedades —la ley de Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC)— y asistí a encuentros regionales en Lima, Puerto Varas y Mendoza, entre otras cosas. En ese entones yo decía que sí a cualquier invitación en este ámbito. Quería explorar, conocer, compartir con gente distinta, con la que sentía que hablábamos el mismo idioma. Ahora pienso que quizá las oportunidades siempre estuvieron ahí, solo que a partir de ese momento me volví consciente de lo que quería, pude identificarlas y me atreví a tomarlas.

      La transformación

      A medida que fui avanzando en este camino, empecé a sentir que ya no me importaban las mismas cosas que antes o, al menos, no de la misma manera. Si bien estos cambios no eran evidentes para quienes me rodeaban, para mí eran muy profundos y me hacían pensar que algo inédito estaba emergiendo. No era que estuviera naciendo una nueva persona, por el contrario, era como si por primera vez estuviera apareciendo mi verdadero yo.

      Los valores fundamentales que siempre tuve se reafirmaron y varias de mis prioridades comenzaron a cambiar. Por supuesto que soñaba con contribuir a una sociedad más justa, en la cual todos pensáramos tanto en