Fernando Ortega-San Martín

Prospectiva empresarial


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Prólogo

      La obra de Fernando Ortega San Martín recoge el viejo anhelo de la prospectiva latinoamericana de pensar el futuro desde nuestro continente, «adiestrando» y «amaestrando» un modelo británico como el foresight, para ponerlo al servicio de la problemática de nuestras empresas y nuestros territorios.

      El autor incursiona de manera muy coherente en el concepto de futuro, que ha dado lugar a diversas y encontradas disquisiciones y puntos de vista desde muy antaño de la historia humana. Este plantea las bases conceptuales y teóricas donde se apoya la teoría del foresight, con la carga cultural británica que conlleva y luego describe el modelo que aplica e involucra la teoría. Realiza esto último de forma sencilla, fácil y agradable, de manera que el lector se siente atrapado en las redes motivacionales de los estudios de futuro desde la primera frase del documento, y acrecienta su entusiasmo cuando se le presenta el modo de irrumpir con agrado por los meandros de la prospectiva.

      Detrás de la obra se puede observar la sombra del intelectual ansioso e interesado en que América Latina en general y el Perú en particular incursionen en los senderos del futuro y hagan del mañana su mejor argumento para que las empresas y los territorios sean más competitivos y, por ende, nuestras sociedades más abiertas y predispuestas al cambio.

      Pero además, la obra de Fernando Ortega llega en un momento en que la empresa latinoamericana y el propio continente necesitan mirar hacia el futuro, aprendiendo de los errores de los demás para construir de manera inteligente su camino hacia el mañana. Por una parte, Europa trata de desenredar el ovillo de su falta de previsión frente al manejo de la economía, y por otra, Estados Unidos disminuye su velocidad como pivote del comportamiento mundial y comienza a emerger un coro de voces que se van elevando poco a poco para preguntarnos si no estamos de pronto asistiendo a un desplazamiento del punto de equilibrio mundial desde occidente hacia oriente.

      La respuesta la tiene la prospectiva, que no es otra cosa que la congregación ordenada de la inteligencia colectiva para tomar decisiones con la mirada puesta en el largo plazo. De aquí la pertinencia de la obra de Fernando Ortega, que irrumpe en escena como en aquella escena de Julio César, la tragedia de Shakespeare, cuando el emperador romano le dice a Bruto: «[…] en un momento de la vida el hombre es dueño de su futuro. El destino —querido Bruto— no está en las estrellas sino en nosotros mismos».

      Finalmente, el lector de este manual tendrá en sus manos no solo la llave que abre las compuertas del aprender a reflexionar hacia el futuro, sino un texto escrito con pulcritud idiomática, tejido por un cultor de la lengua española en cuyos hombros reposa la herencia peruana del castellano fino y elegante que se remonta al Inca Garcilaso y pasa por José Santos Chocano y Vargas Llosa.

      Es, en síntesis, un excelente texto de prospectiva y un homenaje a la lengua española.

      Francisco José Mojica Director del Doctorado en Administración y del Centro de Pensamiento Estratégico y Prospectiva de la Universidad Externado de Colombia

       Introducción

      La aplicación y el desarrollo de la prospectiva latinoamericana son aún muy débiles, debido a que los modelos generados en los países desarrollados no pueden ser aplicados a la realidad de economías basadas fundamentalmente en pymes, con recursos humanos, materiales y financieros limitados. En este sentido, los métodos propuestos en este manual han sido ampliamente empleados por el autor en una serie de estudios de prospectiva realizados en los últimos años, destacando el «Estudio prospectivo de la formación para el trabajo productivo y competitivo en el Perú al 2020», efectuado por encargo del Convenio Andrés Bello; el «Estudio de escenarios para el Perú al 2021», desarrollado por IPAE para el CADE 2008; la formulación del escenario-meta del Plan de Desarrollo Regional Concertado de la Región La Libertad 2010-2021, entre otros trabajos para instituciones públicas y privadas, nacionales e internacionales.

      Quisiera resaltar que esta publicación no hubiera sido posible sin la colaboración de prestigiosos colegas prospectivistas de todo el mundo, especialmente de Cornelia Daheim y su gran equipo de Z_punkt GmbH de Alemania, líderes en el campo del corporate foresight, quienes aportaron desinteresadamente sus materiales desarrollados, que fueron extremadamente útiles para construir la base conceptual y metodológica de este trabajo.

      No puedo dejar de destacar el apoyo recibido de los colegas de los nodos nacionales del Millennium Project, así como del capítulo iberoamericano de la World Future Studies Federation (WFSF) y de los miembros de la Red Iberoamericana de Prospectiva y Vigilancia Tecnológica (RIAP).

      Vaya también mi especial agradecimiento al doctor Francisco José Mojica, maestro de los prospectivistas latinoamericanos, quien me ha honrado al escribir el prólogo.

       Capítulo 1

       La evolución del pensamiento sobre el futuro

       1.1 Antecedentes de los estudios del futuro

      La preocupación por el futuro nos acompaña desde siempre, prácticamente desde que comenzamos a construir la civilización humana, varios miles de años atrás.

      Javier Medina (2000) hace un magnífico recuento de la evolución del pensamiento sobre el futuro. Lo inicia con Moura (1994), quien señala que el primer enfoque relacionado con el futuro fue el que afirmaba que el tema estaba solamente en manos de Dios, y que, por lo tanto, el futuro no se podía conocer ni abordar porque era un asunto netamente divino. Moura llamó a este enfoque« fatalismo». Aún hoy, un porcentaje importante de la humanidad mantiene este pensamiento, por lo que el futuro es un tema tabú, vedado para los simples mortales.

      Sin embargo, a medida que las culturas evolucionaban sobre la faz de la Tierra, cada una de ellas desarrolló sus propios pensamientos míticoreligiosos, que devinieron en ritos para entrar en contacto con sus dioses, y casi todas las civilizaciones llegaron a implementar mecanismos o procedimientos para extraer información de estos sobre el futuro. Así, aparecieron los oráculos (como el de Delfos en la antigua Grecia, o el de Pachacámac en el antiguo Perú), el libro oracular I Ching en China, la astrología en Medio Oriente, el tarot en la India, entre otros. Moura (1994) llama a este segundo enfoque el desciframiento. Hoy en día son pocos los diarios y revistas en el mundo que no publican periódicamente algún tipo de horóscopo o una de sus variantes.

      Tanto para el fatalismo como para el desciframiento, el futuro era percibido como destino, es decir, como un poder sobrenatural inevitable e ineludible que guiaba la vida de los hombres, quienes no podían ejercer en lo absoluto su libre albedrío.

      Posteriormente, al derrumbarse una a una las grandes civilizaciones del mundo occidental antiguo, Europa se sumió en el oscurantismo durante la Edad Media, implantándose el sistema de castigo de herejías que devino en lo que después se llamaría el Tribunal del Santo Oficio, más conocido como la Santa Inquisición. Fue difícil y hasta mortal en esos años pensar en futuros distintos a los designios de Dios. Sin embargo, al aparecer el humanismo, uno de los primeros temas que se debatieron, con sumo cuidado para no terminar en alguna hoguera, fue el derecho del hombre de, por lo menos, imaginar futuros distintos al que Dios había escogido para cada uno de nosotros. Uno de esos pensadores fue Tomás Moro, quien en 1516 publicó Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, o simplemente Utopía, donde planteó una sociedad ideal en la cual todas las necesidades estaban cubiertas, donde el poder lo ejercía el más capaz y donde los ciudadanos participaban activamente en los procesos de toma de decisiones. Este modelo de sociedad tomó el nombre de la obra y es conocido como «sociedad utópica»; incluso sirvió de base para una serie de otras obras en los siglos siguientes, como el Contrato social, de Rousseau (1762), que inspiró a los revolucionarios franceses unos años después. Ya existía la esperanza de la construcción de futuros mejores. Kateb (1977) llama a este enfoque el futuro como porvenir,