Ahora bien, en SL, al igual que en ciertos sectores del liberalismo actual (denominado por muchos neoliberalismo, ya que se considera que, en él, se añaden elementos nuevos, pero negativos, al liberalismo originario) predomina el autoritarismo dogmático. MVLl interpretaría este dogmatismo como una recusación de nuestra filiación cultural, puesto que, según él, somos hijos de una cultura que “se interroga y se cuestiona a sí misma” (Vargas Llosa, 1990, p. 333). Es probable que, si se recurre a la historia reciente, se llegue a la conclusión de que el marxismo, especialmente en sus vertientes neomarxistas, ha testimoniado con más claridad este poder crítico de la razón que el que acompaña a la denominada “cultura del bienestar”. De más está añadir aquí cuál sería, a este respecto, la posición kantiana.
La Ilustración no podía incumplir, so riesgo de negarse a sí misma, el deber ético de insuflar racionalidad a un contexto político donde, por ejemplo, la monarquía ostentaba una duración vitalicia “por la gracia de Dios”. Desde este enfoque, también el marxismo es un vástago ilustrado, pero, al igual que sucedió con los excesos cometidos por la revolución francesa y su rechazo por parte de Kant, el legado de la revolución bolchevique y las consecuencias, no pocas veces sangrientas, de la implantación del comunismo se hicieron acreedores del repudio que, en nombre de la razón, enarbolaron los herederos de una “Ilustración insatisfecha”. La concreción histórica de determinados ideales políticos mostraba, sin duda, que los alcances de la razón son inferiores en la práctica a la teoría y que los ideales ilustrados mantendrán, frente a lo mostrenco de la realidad, una relación asintótica de parcial cumplimiento.
MVLl se inserta dentro de esta dimensión crítica posilustrada. Su adhesión al pensamiento marxista como solución política para los males que, sin visos de solución democrática, aquejaban al Perú, estuvo marcada por una racionalidad que concuerda, en cuanto convicción radical, con su fe confesa en el liberalismo político-económico. Es dicha racionalidad la que, por un lado, explica su posición ética frente a todo tipo de dictadura política y la que, por otro, le aleja de una posmodernidad que desconfía de un poder omnímodo de la razón, autoconstituido en instancia dirimente de toda verdad.
Una verdad como la que se postula en la posmodernidad, astillada en fragmentos y hostil a cualquier relato totalizador, no puede, en modo alguno, estar representada por autoridades “oficiales”. La auctoritas equivaldría aquí a una dictadura que, aunque llevada a cabo en nombre de la razón, impediría que aflorasen libremente otras dimensiones humanas. Puede ser que sea este el subsuelo del que emerge la posición pesimista de MVLl ante el panorama cultural de la actualidad, donde el primado de la razón solo reina en determinadas cabezas, más que como realidad, como intención. Sin embargo, también en la ética kantiana está prohibido que existan autoridades que, como en el caso de SL, se arroguen el derecho, sea mediante ejemplos o mediante ucases venidos desde arriba, de coartar la autonomía del ser racional.
El concepto de una Ilustración –entendida como método y como meta– presupone la imposición de una idea a una realidad que no es ni a priori, ni universal, ni necesaria. Ahora bien, si –como sucede en el materialismo dialéctico– todo se encuentra sujeto a cambio, entonces también la razón, al estar ontológicamente vinculada a la materia, tendrá que hacerse deudora de dicha dialéctica. Pero el marxismo está dentro del proyecto ilustrado y constituye, sin duda, una interpretación también “ilustrada” del mismo (F. Engels, en Del socialismo utópico al socialismo científico, decía que el cometido marxista era la radicalización de los ideales de la Ilustración), de ahí que coincida con el formalismo kantiano en que la realidad ética solo podrá ser transformada aplicándole una idea a priori que sea, ella sí, universal y necesariamente verdadera. El poder de la razón, sin embargo, quedará subsumido en una violencia acrítica que se constituirá en vía única para acceder a lo que, desde arriba, propugnen sus mentores. Esa es la fe dogmática de SL en una razón autoritaria, la cual, abandonada a sí misma, no traerá ni libertad ni igualdad.
Ambas, en cuanto ideales que son, poseen, al igual que la casa de Dios (Jn 14: 1-3) y el “castillo interior” de Teresa de Jesús, muchas “moradas”. La respuesta a cuál de ellas es la que MVLl desearía para el Perú se encuentra, sostenidamente presente, en LA. Y al servicio de esa respuesta están escritas muchas de las páginas que siguen.
2.
La ética de Kant
Módulo 1. La ética kantiana: cuestiones introductorias
1. Concepto específico y concepto general de ética. Etimología
La ética es una rama de la filosofía práctica y, por ende, su ámbito de reflexión se centra en torno a la praxis. Por praxis se entiende aquí a todas las acciones que el ser humano efectúa de manera libre y deliberada. Así, pues, la ética implica el estudio racional de los actos humanos, pero su perspectiva no es la misma que la de otras ramas de la filosofía que también reflexionan sobre lo que el hombre hace. La dimensión con la que la ética aborda la praxis no es otra que la del bien moral. Dicho de otro modo: la ética califica de “buenas” o “malas” las acciones libres y deliberadas de los seres humanos y está interesada, sobre todo, en justificar racionalmente los juicios morales.
Todo el mundo emite juicios sobre su propia praxis y la de los demás, incluida, claro está, la praxis de las instituciones: partidos políticos, iglesias, administración económica y jurídica; pero le corresponde a la ética la elaboración de conceptos y teorías que valoren y jerarquicen la naturaleza, la función y el valor de dichos juicios. Sin embargo, para cumplir con este triple fin, y como instancia previa, tiene que proceder a evaluar las presuposiciones en que se fundamentan los juicios morales y calificarlos, según sea el caso, de válidos, problemáticos o erróneos (Blackburn, 2005, pp. 17, 22). Puede verse, entonces, que la legitimación racional de por qué se afirma que una acción es buena o mala se relaciona necesariamente con la facultad crítica de la razón.
Este concepto específico de la ética se fundamenta en otro más general. En el concepto general se pone también de relieve que la ética es una disciplina filosófica vinculada a la filosofía práctica, aunque ahora se le concede un campo de estudio más amplio. En efecto, en él se afirma que la ética consiste en la reflexión acerca de lo que el ser humano debe ser, pero teniendo en cuenta previamente lo que el ser humano es. El “deber ser” ha de traducirse, desde luego, en el “deber hacer” y, de este modo, queda claramente establecida su vinculación con la praxis.
Del concepto general puede deducirse que la ética individual y política requiere de una antropología filosófica, esto es, de una previa definición de lo que el ser humano es, a fin de que, sobre ella, la ética establezca su deber ser. Así, por ejemplo, si el ser humano es conceptuado como un “animal racional”, carecería de sentido elaborar para él pautas éticas de naturaleza puramente animal y, por ende, servibles también para el topo, la gallina y cualquier otro animal irracional. No habría lógica tampoco si, por el contrario, la ética solo tuviera en cuenta su dimensión racional y, a la manera de Descartes y Kant, la naturaleza humana fuese conceptuada como res cogitans (ser pensante) o “razón pura” (reine Vernunft). Del mismo modo, si el hombre es definido como “un ser de naturaleza inmaterial” (“angélica”) o como “hijo de Dios”, resultaría contradictorio pretender normar su conducta mediante una ética de corte puramente materialista. Toda relación, sea de preeminencia o de equilibrio irenista, dependerá –también en la ética política– del concepto de ser humano que teóricamente se maneje (Fernández, 2000, p. 27).
En la ética de SL, insertada dentro del materialismo histórico-dialéctico, se parte, como no podría ser de otra forma, de una antropología previa. Sus presuposiciones básicas, casi todas ellas sujetas a la dimensión política, son principalmente estas: el ser humano como un producto derivado (“epifenómeno”: Lenin) de la materia; la desigualdad social (“explotadores y explotados”); la lucha de clases, para combatirla; y la instauración, mediante el triunfo del proletariado, de un régimen igualitario,