Fermín Cebrecos

Lituma en los Andes y la ética kantiana


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la razón teorética, solo que ahora la reflexión va dirigida a lo que el ser humano “debe” hacer y, por ende, a encontrar principios racionales (a priori, universales y necesarios) como “cimientos” de una ética deontológica.

      En ambas Críticas se trata, por consiguiente, de una autoexploración de la razón sobre ella misma, con el fin de encontrar principios puros en los que basar, respectivamente, su posición frente a la verdad y frente a la praxis moral. Es, desde luego, la misma y única razón, aplicada, sin embargo, a ámbitos distintos. En efecto, cuando la razón tiene como objetivo final la verdad, tratará de encontrar en sí misma principios a priori que, enunciados en forma de proposiciones, sean el fundamento de todo lo que se afirme. Ahora bien, la misma razón (die menschliche Vernunft kantiana), empleando idéntico método introspectivo, ha de encontrar en sí misma, en lo tocante a la praxis, principios a priori orientados a normar las acciones humanas. Tales principios no son ni verdaderos ni falsos y, por ello, no están enunciados en el modo indicativo de las proposiciones; son de naturaleza distinta. La razón práctica, entonces, detecta en su propio interior los principios que deben regir el comportamiento humano, y dichos principios han de formularse en el modo imperativo: “¡haz esto!; ¡no hagas esto!”. Su expresión es objeto de una “visión” intelectual (theorein) que puede tornarse, metafóricamente, en una “voz” interior que enuncia a priori y de manera imperativa la idea del deber (deón) para normar las acciones humanas. Que a esta suerte de vigía racional que, desde lo alto y profundo de la conciencia moral, discrimina el valor moral de los actos e incrimina, en no pocos casos, al agente de ser sujeto de culpa, se le preste en la práctica la atención debida es un problema que diferenciará lo que es de lo que debería ser. No hay en la ética un problema mayor que este.

      Módulo 2. Características fundamentales de la “razón ilustrada”

      La Ilustración fue un movimiento cultural –y, como tal, abarcador también de la filosofía–, que, desarrollado principalmente en el siglo XVIII, pretendió dirigir las actividades humanas (literarias, artísticas, éticas, religiosas, políticas y educativas) de los países en los que se hizo presente (Inglaterra, Francia y Alemania), aunque sin renunciar nunca a irradiar su influencia en todo el mundo. Aspiraba, por consiguiente, a “ilustrar” (es decir, “esclarecer”, “iluminar”) por medio de la razón la totalidad de las ideas y quehaceres humanos. También la filosofía, desde sus inicios, tuvo como una de sus misiones fundamentales la de clarificar racionalmente los problemas cosmológico-antropológicos, aspecto que heredó, desde perspectivas diversas, la educación. Sin embargo, la Ilustración moderna, pese a que no puede ser sintetizada en un concepto unitario (Sloterdijk, 1983, p. 160), poseyó contenidos y alcances peculiares que es pertinente subrayar aquí.

      No interesa, en este contexto, delimitar el movimiento ilustrado ni geográfica, ni histórica, ni sociopolíticamente. Desde luego que, como todo logro o factum intelectual, la Ilustración forma parte de un proceso histórico que recogió, por negación y selectividad, aspectos que venían incubándose en los siglos anteriores. Su producto final, sin embargo, va a caracterizarse por tres señales determinantes: el uso esclarecedor de la razón, un liberalismo político de marcada tendencia hacia la tolerancia y una emancipación de tutelas políticas y religiosas contrarias al dominio exclusivo de la racionalidad.

      Se trataba en primer término –y Kant es aquí un ejemplo paradigmático– de someter a la razón a un análisis crítico, confiándose en encontrar en su interior un sistema de principios que fundamentase y dirigiese, desde ella misma, todo el saber y obrar humanos: tanto las teorías científicas, filosóficas y teológicas, como las acciones morales y políticas. En este sentido, la naturaleza (physis) y el hombre (ánthropos) quedaban supeditados, en su conocimiento y en su dimensión nomológica, al poder de la razón. El espíritu ilustrado se expresará, por tanto, mediante el “uso correcto” de la razón humana.

      A continuación se describen las características más significativas de la razón ilustrada5:

      a) La razón humana es autónoma

      La autonomía de la razón (autós: “uno mismo”; nómos: “ley”) se define etimológicamente como una “razón que se dicta a sí misma sus propias leyes”. Dicha característica, heredada de la filosofía griega, se convierte ahora en el sello distintivo de la racionalidad humana. Esta no reconoce otras instancias (ni superiores: Dios, la Revelación, la ideología política; ni inferiores: el sentimiento, el instinto, las inclinaciones, es decir, “lo otro de la razón”) para juzgar acerca de la verdad o falsedad de las proposiciones y acerca de la bondad o maldad de las acciones. La razón humana se constituye en el tribunal máximo de apelación para dictaminar lo que es verdadero, lo que es bello y lo que es bueno. Se traza, así, una línea demarcatoria entre la ciencia y la metafísica teológica, entre la ética racional y la teología moral.

      b) La razón humana es una

      También este supuesto metafísico tiene ascendencia griega. La razón posee una misma naturaleza, una idéntica esencia, de modo que, empleada correctamente, llegará a los mismos logros o resultados. Tal constatación significa, en principio, que la razón no está sujeta al devenir histórico ni a ninguna clase de evolución: permanece siempre igual a sí misma y es, a su vez, también “la misma” en todos los seres humanos, de suerte que lo que fue verdadero (o bueno, o bello) para un griego del siglo III a.C. tendrá que serlo también necesariamente para un ser humano de cualquier época o nacionalidad. Esta universalidad de la razón, en la que se identifican todas las diferencias, es lo que constituye al ser humano como ser racional y, por ende, le otorga una igualdad ontológica con sus semejantes.

      c) La razón humana es crítica

      La crítica, como facultad constitutiva de la razón humana, ha de entenderse desde tres dimensiones recíprocamente complementarias:

      – La razón como instrumento (órganon), esto es, como sujeto crítico que lleva a cabo la “acción de criticar” (krinein), la cual se manifiesta, ante todo, como una labor jerarquizadora que concede gradación a las ideas y a las obras humanas.

      – La razón como función crítica (en especial, contra los prejuicios de la ignorancia, contra el peso de la tradición, contra la autoridad irracional, contra la idolatría, la superstición y la intolerancia religiosa y política).

      – La razón como objeto crítico, es decir, como sujeta ella misma al autoanálisis, a la autocorrección, a la crítica de sí misma. (Recuérdese que dos obras importantes de Kant llevan por título Crítica de la razón, y ha entenderse en ellas, efectivamente, una reflexión jerarquizadora y comparativa llevada a cabo por una razón que es sujeto y objeto de dicha crítica). Esta dimensión será propia de la Ilustración alemana y, más particularmente, de la filosofía kantiana.

      d) La razón humana es analítica

      La razón, para conocer lo otro de sí y para conocerse a sí misma, ha de proceder analíticamente, esto es, de manera inductiva: partiendo de la experiencia (“caso concreto”) y luego, en enlace de lo empírico con lo racional, formularse en una “ley” que se exprese en proposiciones hipotéticas. Pero la ley tiene que ser consecuencia del “análisis de lo dado” y, por ende, la referencia empírica se convertirá en el inicio cronológico de todo saber.

      e) La razón humana es secular

      Ya no se atribuirá la razón (su origen, sus contenidos, sus funciones) a una fuente extrarracional (Dios), como lo habían hecho tanto la filosofía escolástica como el racionalismo cartesiano. Precisamente porque la razón humana es autónoma, ha de convertirse en “secular” (esto es, en cismundana y terrena). “Secularizar” la razón significa, ante todo, interpretar todas las cuestiones reduciéndolas a un estado secular (saeculum es la contraposición latina de “cielo”). Así, pues, como secuela de la Ilustración, el teocentrismo se tornará en un fisiocentrismo o en un antropocentrismo; el providencialismo dejará paso a la fe (racional) en